DÍA 8. Asbyrgi – Dettifoss – Askja

¡Quien nos iba a decir cuando nos levantamos aquella mañana que iba a ser posiblemente el mejor día de nuestro viaje! Por fin dejamos atrás la niebla del nordeste y nos adentramos, tomando la F867 en otra de esas zonas de nombre impronunciable: el Jokulsargljufur Nacional Park.

El parque nacional comprende el cañón abierto por el río Jökulsä á Fjöllum, una espectacular grieta de 35 kilómetros de longitud y unos 120m de profundidad. La parte norte del parque la ocupa Asbyrgi, una poza rodeada de bosquecillos y altísimos paredones. Un paisaje precioso aunque quizá demasiado preparado para los turistas en comparación con el resto del país. Los geólogos explican la formación de Asbyrgi como una erosión provocada por inundaciones y derrumbamientos del terreno, sin embargo, la teoría popular es mucho más interesante: según los islandeses, la forma de herradura del final del cañón corresponde a la huella de Sleipnir, el gigantesco caballo de ocho patas del dios Odín.

Una senda recorre el fondo del cañón en una ruta de dos días a pie aunque nosotros optamos por seguir la F864 hasta el extremo sur del parque: Dettifoss, la cascada más caudalosa de Europa.
Ya desde el parking puede oírse el sonido del agua, pero al llegar al borde del acantilado el espectáculo es impresionante. Litros y litros y litros y más litros de agua cayendo al vacío con una potencia sorprendente. 45 m. de caída y la sensación inquietante de saber que en caso de resbalar no quedaría ni rastro de ti. Después de media hora larga hipnotizados al borde mismo del cañón, tomamos el sendero que finaliza un kilómetro más arriba en Selfoss (no confundir con la ciudad del mismo nombre al sur del país), una nueva cascada de tan solo de 10 metros de caída pero que parece directamente sacada del Señor de los Anillos.

De nuevo en el coche, continuamos hacia nuestra guesthouse del día, situada en Grímsstadir. Dado que en Islandia todo cierra bastante pronto, tratamos siempre de llegar a primera hora de la tarde al sitio en que tuviéramos previsto dormir, así podíamos instalarnos, recoger la llave y marcharnos de excursión sin preocuparnos por la hora de vuelta. Por cambiar de dieta, cocinamos arroz blanco (para unas 27 personas) y con el estómago lleno cogimos la pista de 100 km que lleva al volcán Askja y al Viti, un cráter inundado donde es posible bañarse.
Seguimos la F910, una pista de tierra sólo apta para todoterrenos que cruza campos de lava por los que apenas se distingue el camino.

En algunas zonas ni siquiera hay espacio para cruzarse con otro coche. Poco antes de alcanzar el monte Herdubreid, conocido como la reina de las montañas islandesas, nos cruzamos con un grupo de ciclistas, que pedaleaban cargados como mulas y sin levantar la vista de la bici. El turismo ciclista está muy extendido en Islandia ya que el terreno es bastante llano y pueden cubrirse distancias largas disfrutando del paisaje. De todas formas, nos alegramos de ir sentados en nuestro coche.

Hacia las ocho de la tarde, después de 2 horas y media de carretera F, llegamos a la base del Askja y echamos a andar por la pista marcada que se abría a la derecha del parking. De pronto nos encontrábamos en la Luna. Cuando llegamos al final de la ruta, Islandia volvió a sorprendernos. Dos cráteres inundados se hundían ante nosotros, al fondo, el inmenso Askja, a la derecha, el blanquecino Viti. Seguramente fue la imagen más impactante de todo el viaje.
El Askja es un cráter de ocho kilómetros de ancho, origen de algunas de las erupciones más espectaculares del país. En 1875, una espectacular explosión vaporizó 2 km cúbicos de roca. El polvo resultante llegó hasta Dinamarca, esterilizó la zona y obligó a emigrar a dos mil campesinos islandeses a Canadá. Nadie diría que el plácido Öskuvatn, el lago que inunda el cráter, esconde semejante monstruo. El pequeño Viti marca el punto exacto de la explosión de 1875 y era conocido por los campesinos islandeses como la entrada al infierno. Quizá motivados por la leyenda, nos pareció ver un gigantesco demonio petrificado en las paredes del cráter.

En el parking un cartel advertía de que la bajada al cráter Viti se volvía muy peligrosa con lluvia, pero a pesar de las gotas que estaban cayendo, íbamos dispuestos a todo. “Slippery” era la palabra exacta a que hacía referencia el cartel y puedo garantizar que nunca había pisado una superficie más resbaladiza. Tardamos en torno a 20 minutos en salvar los escasos 50 metros de desnivel, era imposible avanzar sin caer rodando, así que hubo que ponerse a cuatro patas y apoyando manos y pies sobre el lodo ir asegurando cada paso. Llegamos al fondo agotados y hasta las orejas de barro, pero encantados de habernos llevado puesto el bañador. Unos minutos después disfrutábamos de los 35 grados del pequeño lago que llena el fondo del Viti, de sus aguas opacas y blanquecinas y de la increíble experiencia de estar completamente solos en un lugar tan diferente a todo (una suerte porque suele estar lleno de turistas pero gracias a la lluvia y a que eran las 9 de la noche no habia absolutamente nadie). El buen recuerdo casi nos ha hecho olvidar el impacto de los 8 grados que nos aguardaban al salir del agua y la escalada de regreso por la pendiente embarrada. Una experiencia de verdad inolvidable.

Aún alucinando emprendimos el camino de vuelta. Casi eran las doce de la noche cuando pasamos el camping situado en la base del Askja y un preocupado vigilante nos detuvo para advertirnos de tomar precauciones al vadear los ríos de vuelta. Al parecer la actividad sísmica había aumentado en los últimos días y podían abrirse grietas en el cauce de los ríos. El consejo fue: “no crucéis agua turbia, cruzad sólo el agua que seáis capaces de beber”. Con el miedo en el cuerpo recorrimos los 100km de vuelta con cuidado pero sin problemas. A un lado de la carretera, poco más lejos del lugar donde los habíamos sobrepasado, los ciclistas habían montado su campamento. Hacia la una y media de la mañana llegamos a la gusthouse y nos dormimos casi al instante sin apenas probar el arroz de la cena.