DÍA 10. Akureyri – Siglufjördur – Hölmavik
La mañana empezó con desayuno en el comedor del colegio, incluido en el precio del colchón. Desde luego cada noche dormíamos en un sitio más curioso.
Después de la paliza de los últimos días, nos tomamos la visita a Akureyri con mucha calma. Con unos 15.000 habitantes, se la considera la segunda ciudad de Islandia después de Reykjavik. Tiene su propia universidad y tanta vida nocturna como la capital, tiendas de todo tipo, puerto, aeropuerto y aún así es una ciudad cómoda y tranquila. Además de pasear por sus calles, las principales visitas por la ciudad son la iglesia católica Akureyrarkirja (grande y moderna como todas las del país), el jardín botánico y el Kjarnaskógur, un bosque que se ha comenzado a plantar en torno a la ciudad y que acabará por rodearla.
Dedicamos toda la mañana a entrar y salir de las tiendas (casi todas se agrupan en Hafnarstraeti, la calle principal). Camisetas, libros, jerseys, peluches, souvenirs de todo tipo… en un par de horas íbamos cargados de bolsas y regalos para toda la familia. Hicimos la compra en el supermercado y seguimos viaje hacia Siglufjördur por la F82, una carretera que sólo permanece abierta los meses de verano.Remontando Eyjafjördur, uno de los primeros fiordos en ser explorados por los vikingos, paramos por el camino para ver una cascada que caía directamente al mar. Continuamos por la preciosa carretera que une Dálvik y Olafsjördur, puntos desde los que salen los ferrys hacia las islas de Hrísey y Grímsey (el único punto de Islandia al norte del círculo polar ártico) y hacia las zonas de avistamiento de ballenas. Nos quedaba mucho camino que recorrer aquel día así que continuamos hacia Siglufjördur, la ciudad más al norte del país (¡está a la misma altura que el centro de Alaska!).
Entre 1900 y 1970, Siglufjordur fue la capital mundial del arenque con una población que llegaba a los 10.000 habitantes en época de pesca. Ahora en cambio, sólo 1.500 personas viven en este pueblecito que intenta sobrevivir con museos y restaurantes dedicados al arenque. Hartos de sándwiches decidimos probar el famoso pescado islandés sentados en un restaurante por primera vez en el viaje y bebiendo ¡coca-cola! (cómo se echa de menos después de una semana de no beber más que agua o zumo). Estaba todo buenísimo, pero los 50 euros que nos cobraron por dos platos de pescado y dos coca-colas nos obligaron a volver a los sándwiches el resto del viaje.
Dejamos el pueblo por la única ruta de acceso, un pequeño túnel de un solo carril pero de dos direcciones que aumenta la sensación de abandono de la zona. A pesar del buen tiempo que nos acompañaba, la sucesión de granjas abandonadas, totalmente ruinosas, recuerda la dureza del clima islandés.Rodeamos Skagarfjördur sin perder de vista la isla de Drangey, misteriosa en medio del fiordo y escenario de muchas leyendas islandesas. Se dice que las dos rocas que parecen montar guardia ante la isla fueron dos trolls sorprendidos por el amanecer. Las rocas reciben los nombres de Karl y Kerling en su honor. Según la leyenda, la propia Drangey fue formada por la enorme vaca que acompañaba a los trolls. Sea cierto o no, la isla ha resultado ser siempre sorprendentemente fértil a pesar del clima. Durante tres años fue el hogar de Grettir, fugitivo protagonista de una de las sagas más famosas del país y según otra leyenda es refugio del mal desde que, a petición de trolls y espíritus, parte de la isla quedó sin bendecir para dejarles un hogar.La siguiente parada fue Thingeyrar, lugar en el que construyó el primer monasterio islandés. Como en todo el país, la llegada de la Reforma acabó con el edificio y los monjes. Hoy, sólo queda una iglesia levantada en el siglo XIX, el primer edificio construido en piedra de la zona. Sin embargo, su principal atractivo es el interior, con su altar de alabastro del siglo XV y el púlpito de madera de 1696. Esto lo sabemos porque lo dice la guía, porque lo que es la iglesia sólo la vimos desde fuera: a las 17:00 ya estaba cerrada.Por la F711, rodeamos la península Vatnsnes deteniéndonos primero en Hvitserkur, un espectacular arco de roca que se alza a unos metros de la costa. Muchas rocas como ésta aparecen por toda Islandia, lo que hace a ésta tan especial es que una estrecha lengua de tierra la une con la playa. En unos minutos se podría llegar hasta la piedra sino fuera porque los pájaros atacan violentamente a cualquiera que se acerque. Al más puro estilo Hitchcock, se lanzan en picado después de unos gritos de advertencia.En el extremo norte de la península nos detuvimos en Híndisvik, una bahía famosa por la aparición de focas cerca de la playa. Los 500 metros de camino se hicieron terribles debido a los pájaros asesinos, esta vez en manada. Te sobrevuelan, luego levitan a unos 3 metros sobre tu cabeza, lanzan su graznido aterrador y se lanzan al cogote para insertar su pico fatídico en tu cerebro. Lo cierto es que casi ninguno llega a impactar, tienen la habilidad de detenerse a un palmo de tu punto más alto y elevarse de nuevo, pero acojonan muchísimo. Por eso dicen que un buen remedio es llevar un palo en alto, para que haga de pararayos. Después de aquel agónico trayecto llegamos a las rocas, donde los pajaritos ya no se acercaban, sólo las focas aparecían por allí. Varias cabecitas se asomaron en el rato que estuvimos sentados entre las rocas aunque nunca tan cerca como las dos que habíamos encontrado en Jokulsarlon. De todas formas siempre es impresionante ver a estos animales nadando alegremente y no en piscinas de zoológicos.
El resto del día tratamos de hacer el máximo número de kilómetros posibles. Los siguientes días estarían dedicados a recorrer los fiordos del oeste, la zona menos visitada por turistas del país, ya que no llega la Ring Road. Conseguimos habitación en una granja cercana a Hólmavik y dormimos a las puertas de la zona más desconocida de Islandia.