El teatro en el Barroco (IV): Trucos, tramoya, público y la recepción del espectáculo


Trucos y tramoya:

Ya en la Grecia antigua se utilizaban tramoyas con las que se imitaban vuelos y se reproducían apariciones en escena, así como efectos sonoros y luminosos para simular truenos, relámpagos, etc. En sus orígenes, el escenario griego era un sencillo estrado de madera que servía también como bastidor. A partir del siglo V, esta forma primitiva se agrandó y permitió montar espectáculos más complejos. En la época romana las representaciones tuvieron lugar sobre una plataforma, llamada frons scenae, precedente del escenario moderno. Dada la improvisación característica del teatro medieval, el escenario prácticamente desapareció durante esa época. En la Edad Media el teatro se representó en el castillo, en la iglesia, en la calle, pero no había teatros fijos. Fue en Italia donde surgieron los nuevos locales para las representaciones, al tiempo que se impulsó el uso de máquinas para crear trucos y efectos especiales y se encomendó a arquitectos y artistas el diseño del escenario. Aparecieron así grandes y complejos decorados en los que se introducían elementos reales como agua, animales, etc.

En la España barroca los montajes teatrales en los corrales fueron de una sobriedad escénica absoluta. No había decorados ni apenas se utilizaba maquinaria; sólo la tramoya, una especie de pirámide movida por cuerdas, y el pescante, una sencillísima grúa, servían para producir apariciones y efectos especiales. Por el contrario, las representaciones ofrecidas en palacio o en las plazas públicas con motivo de la festividad del Corpus Christi derrochaban imaginación y trucos: decorados dispuestos sobre bastidores, toda suerte de ingenios para realizar efectos y trucos, iluminación artificial para los espectáculos nocturnos.

El público y la recepción del espectáculo

Es interesante subrayar que el teatro barroco era el principal espectáculo al que podían acceder todos los ciudadanos. La mezcla sociocultural que se produjo en la recepción de las comedias barrocas constituyó un hecho cultural insólito e irrepetible; la fiesta era eminentemente popular y hermanaba sin mezclarlos, a la aristocracia con el pueblo. Ya las compañías italianas llegadas en el último tercio del siglo XVI lograron conectar con un público mayoritariamente formado por nobles, artesanos y pequeños comerciantes. Las distintas clases sociales no se confundían en el interior del local, sino que se mantenían rígidamente las diferencias entre ellas. La distribución de los espacios reproducía la estratificación y jerarquización social existente: arriba, en los aposentos y desvanes se sentaban los privilegiados, que abonaban anualmente altos precios por sus alquileres y accedían al lugar por puertas especiales. En la sala, de pie o sentado en las galerías, se situaba el pueblo. Las mujeres entraban por otra puerta a la cazuela. Los espectadores, por tanto, se distribuían según el sexo o la condición social; compartían el espectáculo todos juntos, aunque cada uno se mantenía en su sitio.

La sociedad barroca era ideológicamente homogénea y todos los ciudadanos sustentaban las mismas ideas sobre los principales temas: aceptaban la monarquía como forma superior de Estado, defendían ideales nacionalistas, profesaban la religión católica y admitían sin reservas la estratificación e inmovilidad social. Era lógico, por consiguiente, que en el teatro se exaltaran estas formas de pensar.

El público del corral de comedias era muy espontáneo y expresaba ruidosamente sus opiniones sobre la representación, especialmente los mosqueteros, en su mayoría analfabetos e ignorantes; aplaudían o silbaban permanentemente para manifestar su aprobación o disgusto, gritaban o hacían ruido, comían y bebían lo adquirido en la alojería y frecuentemente se enzarzaban en discusiones y reyertas. Por ello asistía a la representación un alguacil de comedias, que garantizaba el orden público tantas veces alterado por los airados o aburridos espectadores.

Y es que las ansias de diversión, la incomodidad del local sufrida principalmente por los citados mosqueteros, el rigor del frío y del calor y el ruido del ambiente propiciaban el desorden y la algaraza. Una vez realizada esta introducción del teatro barroco; es conveniente acercarnos a la figura de Felipe IV, por ser este el promotor de la obra teatral, en cuatro aspectos fundamentales: su persona, su relación con las artes, el teatro y Lope de Vega.

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