Sin Una Palabra, de Lindwood Barclay
Cynthia Archer es una adolescente que se ha escapado de juerga con un chico contraviniendo las órdenes de sus padres. Tras una noche de borrachera en la que ha sido llevada a rastras a casa por su enfadado padre, se levanta al día siguiente con resaca y con un tremendo problema. Su familia ha desaparecido. Su padre, su madre y su hermano se han desvanecido sin dejar rastro. Sin llevarse nada, sin motivo aparente y sin una palabra. Veinticinco años después, Cynthia es una mujer casada, tiene una hija, y sigue sin saber absolutamente nada de lo que pasó en esa fatídica noche. Un programa de televisión sensacionalista revive la historia y a partir de ahí comienzan a llegarle extraños mensajes que implican que detrás hay una verdad mucho más oscura de lo que imagina. La vida que Cynthia pensaba que era un caos será una balsa de aceite comparada con la que se le viene encima.
No me dirán que el planteamiento que crea Lindwood Barclay para este típico best-seller de misterio no les ha picado la curiosidad. Escrito con el estilo pragmático, ligeramente sinuoso y completamente intercambiable, tópico en los escritores norteamericanos del género, Sin Una Palabra se desenrolla poco a poco dando vueltas sobre sí mismo, dejando por el camino pequeñas miguitas, como Pulgarcito en su camino, lo suficientemente sabrosas como para que el lector siga página tras página intrigado, formulando una hipótesis tras otra, y sin ser capaz de imaginar cuál será el desenlace hasta el final. De todos modos, en la conclusión, a pesar de todas las piruetas con triple salto mortal y tirabuzón de hazañas de Rocambole, no deja de ser otro ultramanoseado superventas de intriga que no puede evitar algunos manidos lugares comunes. Y el traductor se merece, una vez más, una patada en las posaderas.
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