El impacto de la revolución rusa en España
1) La revolución de 1917 y la opinión pública española
En la madrugada del 7 al 8 de noviembre de 1917 (24-25 de octubre según el calendario ruso), militantes y miembros del partido bolchevique ruso y de la guardia roja afincados en la capital del imperio ruso zarista, San Petersburgo, y liderados por los dirigentes comunistas Vladimir Ilich Ulianov Lenin y León Trotsky, tomaban al asalto y por la fuerza, aunque sin derramamiento de sangre el último reducto del Gobierno Provisional y posteriormente del gobierno republicano ruso dirigido por el socialista moderado Aleksandr Kérenski.
Cuando llegan a España los primeros ecos de los sucesos revolucionario de febrero-marzo de 1917, la opinión pública española sigue con interés la evolución de los sucesos políticos que vienen del, ya en ese momento, frente oriental de la guerra mundial.
Los principales periódicos españoles de la época, tanto los de difusión de masas (tales como el ABC, La Vanguardia, El Sol, El Liberal o el Heraldo de Madrid), como los periódicos obreros (especialmente El Socialista, del PSOE, y Tierra y Libertad, de la CNT y los anarquistas), estaban centrados a lo largo de 1917 en lo relativo a política exterior e internacional en un hecho fundamental para toda la prensa europea de la época; la guerra.
La guerra, y solamente la guerra, llenaba las primeras planas y las páginas de la mayor parte de los periódicos españoles e internacionales del momento. Hasta ese momento, la primera guerra mundial estaba siendo el conflicto bélico de mayor calado en la historia reciente de Europa, y España, como no podía ser menos, tenía puesto todo su interés en el asunto.
Fruto de las políticas imperialistas de finales del siglo XIX, para 1914 se habían ido configurando en el continente europeo unos grandes imperios que, debido a sus diferencias y al afán competitivo del imperialismo, se habían mostrado incapaces de dirimir sus rivalidades territoriales por vía diplomática. Cuando Austria-Hungría declara la guerra a Serbia el 28 de julio de 1914, estalla la primera guerra mundial.
A pesar de estar implicados casi todos los países europeos, solo unos pocos, como España, permanecían neutrales en el conflicto. Según un Parte Oficial del Ministerio de Estado publicado en la Gaceta de Madrid el 7 de agosto de 1914, Su Majestad el Rey Alfonso XIII ordenó “la más estricta neutralidad a los súbditos españoles, con arreglo a las leyes vigentes y a los principios del Derecho público internacional”.
Sin embargo, el impacto de la guerra generó una división en España que se manifiesta claramente entre las diferentes ideologías políticas, de forma que, por lo general, los partidarios de ideologías o partidos conservadores o autoritarios se declaraban germanófilos, mientras que los partidos o gentes de izquierdas y progresistas en general, se declararán aliadófilos.
Esta cuestión no va a ser baladí en el tema ruso, puesto que va a definir claramente la actitud de los partidos políticos y la prensa española a la hora de tratar los acontecimientos de la revolución rusa de 1917 como veremos, de forma que carentes de un análisis profundo, en un primer momento, los partidarios españoles del bando aliado acusarán a Lenin y a los “maximalistas” (que, como muy bien indica la escritora Helen Rappaport era el nombre que los periodistas y observadores internacionales dieron a los bolcheviques) de ser agentes alemanes y, en general, de debilitar la causa aliada, al retirar a Rusia de todo el frente oriental, lo cual beneficiaba claramente a los alemanes en el desarrollo de la guerra.
En lo relativo a la prensa española, y a cómo, en general, la opinión pública española trata el tema de la revolución rusa de 1917 en España, cabe decir que España no era un país desinformado. Lejos de ello, fueron numerosos los periódicos de toda índole que mantuvieron a los españoles permanentemente informados.
En un primer lugar, cabría analizar cómo trataron el tema de la revolución rusa el principal periódico conservador burgués de la época, como el monárquico ABC. En este aspecto, cabría destacar que el campo conservador español contó, a diferencia de todos los demás espectros ideológicos y periódicos de la época, con la única testigo directa de los acontecimientos en el lugar de los hechos, la periodista gallega Sofía Casanova.
Casanova fue, en aquellos años, lo que hoy podríamos entender como la primera gran reportera de guerra reciente y presenta una vida apasionante, digna de una autentica novela de aventuras. Según las biografías escritas por Inés Martín Rodrigo, María José Turrión y Cristina Barreiro, Sofía Guadalupe Pérez Casanova, gallega y nacida en 1861, inicia su carrera literaria muy joven. Tras casarse en 1887 con el filósofo y diplomático polaco Wincenty Lutosławski, marcha unos años a vivir a Polonia.
Así permanece Sofía viviendo hasta el estallido de la gran guerra en 1914, compaginando sus amplias y diferentes profesiones, siempre relacionadas con las letras, pues su principal trabajo como escritora y poetisa, lo alternaba con otros como traductora y periodista, donde llegó a escribir para casi todos los grandes periódicos españoles e internacionales, tales como ABC, El Liberal, La Época, El Imparcial, New York Times o en la Gazeta Polska, de forma que, para cuando estalla el gran conflicto bélico en el verano de 1914, Sofía Casanova era una escritora y periodista consagrada con cierto renombre en las cortes literarias de toda Europa occidental.
Y fue precisamente en uno de esos muchos viajes de ida y vuelta a Polonia, donde le sorprende en 1914 el estallido del conflicto bélico mundial, empezando a trabajar como corresponsal de guerra describiendo el frente ruso en los primeros meses y años del conflicto bélico para el diario monárquico español ABC.
Sin embargo, el avance alemán en el frente ruso provocan que tenga que marcharse de Polonia con su familia, y así llega en octubre de 1916 a San Petersburgo, capital entonces del Imperio Ruso, a poco menos de un año del estallido de la revolución bolchevique.
Allí fue testigos de los sucesos y acontecimientos que, poco a poco, desencadenaron el estallido de la revolución bolchevique. Casanova fue testigo y narró la muerte del terrible Rasputín, místico y consejero real ruso a finales de 1916, del estallido de la revolución de febrero-marzo de 1917, del destronamiento y caída del Zar Nicolás II, la represión del gobierno Kerensky a los bolcheviques en el terrible verano de 1917, y por fin, el triunfo de la revolución bolchevique y el asalto al Palacio de Invierno en los primeros días de noviembre.
Como vemos, gracias a Casanova, los españoles pudieron leer en las páginas del ABC todo cuanto acaecía en la turbulenta Rusia de 1917 de primera mano por parte de la única española que fue testigo directo de los sucesos y que convirtieron al ABC en una fuente única de información, quizá no diaria por las censuras y el caos en las comunicaciones de un país en guerra y revolución, pero si con bastante asiduidad, de todo lo que pasaba desde dentro.
Ya en agosto de 1917, Casanova escribía el ambiente neurótico del gobierno de Kerensky de persecución y acoso a los bolcheviques con las siguientes palabras;
“La insurrección de los maximalistas (soldados, obreros anarquistas y pacifistas), ha sido vencida, no puede decirse que sin verter sangre. Soldados han disparado contra soldados y contra mujeres fanáticas, acompañando a los obreros, sus maridos o camaradas. Víctimas de una democracia que se contradice a sí misma, que no gobierna, que carece de autoridad, y que por salvar el honor y los intereses de Rusia, aliada con la Europa antigermana, ha desatado la tempestad interior, que cuatro discursos de Kerensky y las descargas fratricidas, son impotentes a contener en las negras horas”.
Es curioso leer estas palabras de Casanova en agosto de 1917, apenas a 3 meses del triunfo bolchevique, y donde se lee un claro sentimiento de simpatía hacia los bolcheviques temporalmente derrotados, de desprecio al gobierno Kerensky y a la República Rusa en general y de esperanza en el futuro. Sin embargo, poco duraría la admiración o, al menos, el respeto del ABC y de Casanova hacia los bolcheviques rusos.
Y es que tan solo un mes después del triunfo de la revolución rusa, en diciembre de 1917, la periodista y escritora gallega se las ingenia para colarse en el entonces todavía cuartel general bolchevique, el Instituto Smolny de San Petersburgo, para entrevistar nada menos que al número dos de la revolución, y futuro creador del ejército rojo, el revolucionario León Trotsky, años después defenestrado por sus ex compañeros de armas.
El cambio de opinión de Casanova y del ABC, en general, de las alabanzas de agosto a los titulares de diciembre, son asombrosas. El subtítulo del artículo “En el antro de las fieras”, es ya bastante clarificador del cambio de opinión, y describe la reunión y a la nueva Rusia así;
“En el antro de las fieras, existe menos disparidad entre ellas y aquel que existía en el Palacio de la Duma. Impresiona y desasosiega el Instituto Smolny, y sus moradores, porque es un foco de anarquía y porque la ignorancia y el odio de los antiguos esclavos a todas las clases sociales, arma sus manos con el ensañamiento demoledor. Al fanatismo jerárquico del Imperio substituye el otro, el de la ergástula en rebeldía. ¿Qué pueblo podrá ser feliz gobernado por el terrorismo de abajo?”.
Un artículo demoledor el de Casanova, donde describe a Rusia como un país caótico, desordenado, ignorante, lleno de odio, fanático e incluso terrorista, como no podía ser menos en una corresponsal con fuertes ideales católicos, monárquicos y conservadores y por tradición inclinada al imperialismo germano. Este rápido divorcio de ABC con la experiencia leninista se manifiesta de forma tajante en los siguientes meses, tal y como se evidencia en el artículo “La conferencia de Moscú” del 9 de diciembre, apenas un mes después del éxito revolucionario, donde Casanova escribe:
“Me he atrevo a decir que Rusia está loca, y no es ciertamente una locura genial, una cesárea, o napoleónica, o maquiavélica locura. La revolución y sus conquistas se desvirtúan, y a los pocos meses de la transformación social, Rusia ha llegado al desastre, sin realizar ni uno siquiera de los ideales libertarios que proclamaba”.
A partir de esa fecha y en adelante, casi todos los escritos y artículos de Sofía Casanova al ABC se muestran generalmente negativos y despectivos a la nueva realidad política bolchevique imperante en el país. Alineado con la beligerancia antibolchevique del ABC, es el caso de otros periódicos liberales españoles de la época, como El Sol, diario que se publicó entre 1917 y 1939.
Durante su etapa inicial en 1917, año de la revolución rusa, El Sol era aún un periódico liberal-burgués y por ello claramente escorado hacia posiciones aliadófilas en la primera guerra mundial. Por ello, no es de extrañar que casi todas las opiniones que publica estén orientadas a combatir, con un grado de virulencia antibolchevique solo comparable al monárquico ABC, a los bolcheviques rusos.
Así lo demuestra el artículo “La paz ruso-alemana. ¿Quién la propone?” del 3 de diciembre, en el que afirma:
“Y mientras tanto, el pueblo no muestra enojo frente a las maniobras del soberbio agitador Lenin que está preparando la más trágica de las guerra civiles. Todo esto produce el efecto de una maniobra muy cuidadosamente preparada. No en vano, muchos de los revolucionarios que hoy negocian con la Cancillería de Berlín, pasaron a Rusia valiéndose de pasaportes facilitados por la policía alemana.”
Un día después, el 4 de diciembre, El Sol vuelve a la carga con otro sensacionalista titular, de dudosa credibilidad y de difícil interpretación, en el que afirma que “Lenin y Trotsky fundan un periódico alemán”, se califica a Lenin de “imprudente”, se afirma que Rusia vive en desorden y se magnifican los éxitos políticos de los cadetes y otros rivales políticos del bolchevismo.
Frente a la unánime critica de la prensa y la opinión liberal-burguesa española de la época, la prensa obrera se mostró ciertamente dividida al respecto. En primer lugar, los que cabría suponer aliados naturales y herederos ideológicos de los bolcheviques en España, el PSOE, el gran partido marxista español, acogieron con bastantes dudas y recelos el éxito revolucionario y, frente a lo que cabría pensar, sorpresivamente se mostraron reacios y críticos en todo momento con los bolcheviques.
Ello se puede entender y explicar en el contexto de la crisis interna que vivía el socialismo español desde 1914. Según Eduardo Montagut en su artículo “El PSOE y la Gran Guerra”, los socialistas españoles no tenían una posición clara con respecto a la guerra en 1914.
Si bien parece ser que en agosto de 1914, el PSOE se manifiesta neutral, en noviembre Pablo Iglesias anuncia ya sus simpatías aliadófilas, y su órgano de expresión, El Socialista, se decanta abierta y claramente por la coalición aliada, en lugar por la neutralidad que proclamaban las organizaciones obreras europeas, especialmente los anarquistas.
Estas dudas y vacilaciones internas se desvelan ya para el X Congreso del PSOE celebrado en Madrid en octubre de 1915, cuando se analizan las causas y posibles consecuencias de la guerra europea y donde, según Juan José Morato en su libro “El Partido Socialista Obrero”, se declaraba partidario de la defensa de los países de la coalición aliada.
El 10 de noviembre, El Socialista publica un artículo titulado “Seria bien triste”, que llega a decir;
“Las noticias que recibimos de Rusia nos producen amargura. Creemos sinceramente, que la misión de ese país era poner su fuerza en aplastar al imperialismo germano. No lo han comprendido así una parte muy considerable de los revolucionarios. Elevados son los ideales en los que se han inspirado, pero también inoportunos, y acaso funestos”.
Sin embargo, y como muy bien indica Juan Avilés Farré en su artículo “El impacto de la revolución rusa en España”, éste disgusto y critica del socialismo español a la Rusia bolchevique fue algo meramente temporal y enmarcado en la apuesta socialista a la causa aliada de la guerra, y debido a eso, acabada la guerra, se acabó con la hostilidad.
Esta nueva realidad y cambio de opinión del PSOE a la Rusia bolchevique, se va a ir manifestando progresivamente en sendos artículos expresados en El Socialista, ya terminada la guerra mundial y afianzado el poder bolchevique en Rusia.
Dos años después del triunfo bolchevique que fue recibido con tanto escepticismo por los socialistas, El Socialista abría su edición del 8 de noviembre de 1919 con un enorme editorial titulado “Segundo aniversario de la revolución rusa” que concluía;
“¡Salve Rusia revolucionaria! Eres la nación-Cristo, el pueblo mártir, deshecho y desangrado por la Idea. Los pobres del mundo volverán hacia ti, si pereces, o si triunfas, sus miradas esperanzadas”.
Frente a esta exagerada y desmedida glorificación de la revolución rusa, quizá justificada para olvidar los recelos iniciales con la que fue acogida, precede a la última gran demostración de fuerza del PSOE de erigirse en protector internacional, o al menos en no atacante de la nueva Rusia bolchevique, tal y como se manifiesta en el editorial del 10 de diciembre de 1919 que recoge las ponencias del pasado Congreso de Berna de la Internacional Socialista, con presencia de los socialistas españoles Francisco Largo Caballero y Julián Besteiro.
En ella, frente a una ponencia mayoritaria lanzada por el socialdemócrata Branting que condenaba a los bolcheviques, se presentó un voto contrario por la delegación socialista española liderada por Besteiro, afirmando que ésta era prejuiciosa contra la revolución rusa, y apostando por que esta nueva Internacional Socialista acabara apoyando a los “camaradas” rusos que han “constituido el socialismo internacional”.
Caso completamente opuesto sucede en los anarquistas españoles, representados en aquellos años por el sindicato anarcosindicalista CNT, fundado poco antes, en 1910. Los anarquistas españoles, a diferencia del PSOE, si tuvieron una posición firme sobre el tema exterior cuando en 1914 estalla la primera guerra mundial.
Como comenta el historiador Julián Vadillo, experto en el anarquismo y la revolución rusa, en su artículo “El anarquismo ante la Gran Guerra”, “la CNT fue la única organización del movimiento obrero que se opuso en bloque al conflicto bélico”.
Con esta posición, los anarquistas españoles cerraban filas en un asunto que, lejos de lo que pudiera parecer, había levantado ampollas y fuertes debates en el seno del anarquismo europeo, cuando el máximo ideólogo internacional de esta doctrina, el ruso Piotr Kropotkin, fragmentó el anarquismo europeo en mil pedazos al liderar una campaña internacional a favor de la coalición aliada, a la cual se opusieron férreamente sus camaradas españoles.
Fue en ese contexto favorable al pacifismo internacional y a la causa del proletariado, que sorprendió a los anarquistas españoles el estallido de la revolución rusa en noviembre de 1917. Inicialmente, y a diferencia de los socialistas, los anarquistas españoles emprendieron el camino al revés, pasando del apoyo inicial, a la desconfianza futura.
El gran portavoz en esta época del anarquismo español es el periódico anarquista Tierra y Libertad, que se edita por primera vez en 1888, reapareciendo diez años después como suplemento de “La Revista Blanca”, y evolucionando su tirada periódica a diario desde 1903 y hasta 1939, cuando es censurado por el régimen franquista.
En Tierra y Libertad se refleja muy bien esa evolución de la mentalidad del anarquismo español con respecto a la revolución rusa de 1917. En el artículo “La revolución de Rusia” del 14 de noviembre de 1917, afirma;
“La revolución rusa ha repetido el ejemplo que debe ser imitado por todos los verdaderos revolucionarios del mundo. Los maximalistas rusos, se encaminan hacia la paz impuesta por la revolución de los pueblos. La revolución rusa nos enseña. ¡Aprendamos de ella!”
Aún en un ambiente más triunfalista si cabe, y atreviéndose a calificar tan tempranamente a la revolución rusa como un movimiento de tipo anarquista es el artículo “La sociedad vieja se hunde”, del 21 de noviembre, que afirma:
“La vieja Rusia se desmorona, y arrastra en su caída todo un mundo de infamias, crímenes, tiranía y servidumbre. El comunismo anarquista triunfante es la suprema aspiración de justicia, conseguida por el esfuerzo enérgico de un pueblo que desea ser libre. Es la esencia de los principios anarquistas triunfantes en Rusia”.
Durante los meses siguientes, los artículos de defensa a ultranza y radical y de idealización absoluta de la revolución rusa vendrá de este periódico, curiosamente anarquista, que llega a calificar a la revolución rusa como “estandarte de las rebeldías sacrosantas”, a promocionar mítines y actos públicos de apoyo al nuevo régimen bolchevique naciente, y considerar que en Rusia se había proclamado ya la revolución social.
Sin embargo, el excesivo furor pro-bolchevique de 1917 se va matizando en los meses posteriores, y ya en mayo de 1918 se afirma no tener claro “qué forma de gobierno se ha constituido en Rusia”, y se pedía prudencia por “la imposibilidad de asentar un juicio definitivo ante el desconocimiento de los hechos”.
De este furor inicial, se pasa a una limitación de noticias y opiniones sobre Rusia a partir de 1918-1919 y, directamente, a la crítica abierta, una vez asentado ya el poder soviético y vencido el gobierno bolchevique en la guerra civil, calificando negativamente al nievo régimen en un artículo de abril de 1925, protestando “contra la mal llamada Rusia comunista”, calificando al régimen de “fascista-bolchevique” por la represión al anarquismo, afirmando;
“La revolución fue sofocada por los que hoy ocupan los puestos gubernamentales en la Rusia soviética. El partido comunista, al trepar a la carroza del gobierno, quería que nadie alzara la voz de protesta por las fechorías que en nombre de la mal llamada dictadura del proletariado cometían.”
2) El impacto español de la revolución rusa
A pesar de las dudas e incertidumbres con que gran parte del socialismo y del anarquismo español acogieron a la revolución rusa de 1917, estos no pudieron evitar sentir el fuerte impacto del experimento bolchevique en España.
En el anarquismo, ese impacto se dejó notar especialmente dos años después, con el II Congreso nacional de la CNT en el Teatro de la Comedia de Madrid, entre el 10-18 de diciembre de 1919.
Entre otras cosas, como afirma Eduardo de Guzmán, se trató el tema de la revolución rusa. En el Congreso, en el que participaron la flor y nata del entonces anarquismo español como Pestaña, Seguí, Buenacasa, Peiró, Quintanilla o Bajatierra, a pesar del antibolchevismo de algunos militantes como Eleuterio Quintanilla, finalmente se consigue que la CNT manifieste “su adhesión provisional a la Internacional Comunista por su carácter revolucionario”.
Sin embargo, este matrimonio entre la CNT y el gobierno bolchevique dura muy poco tiempo. Apenas 6 meses después, en junio de 1920, una delegación anarquista de la CNT dirigida por el sindicalista moderado Ángel Pestaña, realiza un viaje a la Rusia soviética para ver de cerca el nuevo experimento revolucionario, y realizar un informe para acordar la posición definitiva de los anarquistas con este tema, llegando a entrevistarse con el ideólogo anarquista Pedro Kropotkin y con el propio líder bolchevique Lenin.
El resultado de su viaje fue un informe que derivó en el libro “Setenta días en Rusia”, y que resultó demoledor, al punto de que, como afirma Ignacio de Llorens, tan solo 3 años después, en 1922, la CNT rompiera el vínculo provisional de apoyo a la III Internacional Comunista bolchevique dado en 1919 en la Comedia y se lanzara, al igual que los socialdemócratas europeos, a apoyar su propia internacional, la Asociación Internacional de los Trabajadores-AIT anarquista, fundada en diciembre de 1922 por organizaciones y sindicatos anarquistas.
Más trágico y turbulento fue el impacto de la revolución bolchevique en los que por lógica ideológica estaban llamados a ser los herederos naturales del leninismo, los marxistas españoles del PSOE. Como afirma Juan Avilés Farré, las dudas y temores con que el PSOE acogió a la revolución bolchevique se vieron matizadas a partir de 1918-1919 en que el socialismo español paso a acoger con más entusiasmo el nuevo régimen bolchevique.
A las rectificaciones de opinión de El Socialista le sucedieron cambios activos en la política del partido. Así, para el XI Congreso nacional del PSOE, celebrado en octubre de 1918 se acoge positivamente a la revolución rusa, pero era necesario una delimitación más clara de su adhesión a la revolución bolchevique y a la recién creada III Internacional Comunista, por lo que se hizo necesario un Congreso extraordinario, celebrado en diciembre de 1919 y presidido por su líder y fundador, Pablo Iglesias.
Al mismo tiempo y en el mismo mes que la CNT hacia su propio congreso, el PSOE le siguió de cerca en sus conclusiones, y acordó posponer momentáneamente la decisión de adherir al PSOE a la Komintern, quedarse temporalmente en la II Internacional socialista y enviar delegados a Rusia, al igual que la CNT, para confirmar su opinión. Para dicha tarea se envió una delegación del PSOE liderada por los socialistas Fernando de los Ríos, y Daniel Anguiano, que llegó poco después que Pestaña, entre octubre y diciembre de 1920, coincidiendo con el tercer aniversario de la revolución rusa.
Nuevamente, y al igual que en el caso de Pestaña, el informe de Fernando de los Ríos, aunque tardó en llegar al PSOE por el difícil regreso de su autor a España, fue demoledor y decisivo en la política del PSOE al tema soviético. El informe de Los Ríos, posteriormente recogido en el libro titulado “Mi viaje a la Rusia sovietista”, fue publicado en 1921, y en él cuenta su famosa entrevista con el líder bolchevique Lenin, que le espeta la famosa frase “¿libertad para qué?”.
El resultado de su informe fue negativo, y apelaba a la no adhesión del PSOE a la III Internacional, a diferencia del informe de Anguiano, positivo y favorable a la adhesión a la Komintern, y ello debió influir en la celebración de un nuevo Congreso extraordinario, esta vez para abril de 1921, bajo la presidencia de Pablo Iglesias y donde el propio Fernando de los Ríos leyó su informe.
En este tensísimo congreso, con el fantasma de la escisión interna entre pro-bolcheviques y socialdemócratas sobrevolando, se decidió por apenas 2000 votos de diferencia continuar en la II Internacional socialista y renegar de la Komintern.
Es en ese momento, cuando desde dentro del PSOE y como escisión interna de este, eclosionan los dos primeros partidos comunistas de la historia de España. El 15 de abril de 1920 se funda el Partido Comunista Español por iniciativa de las Juventudes Socialistas, debido a la indecisión del PSOE en lo relativo a la Komintern, y el 13 de abril de 1921, se funda el Partido Comunista Obrero Español, por parte de la escisión favorable a la III Internacional que pierde en el congreso extraordinario del PSOE frente a la ejecutiva, y que fue liderado por Daniel Anguiano, y Antonio García Quejido (fundador del PSOE y de la UGT), que el 14 de noviembre de 1921 se fusionan, dando lugar al nacimiento oficial y formal del Partido Comunista de España-PCE, y la Federación de Juventudes Comunistas de España, adherido a la III Internacional Comunista de Moscú.
Más importante fue, sin duda alguna, el impacto revolucionario en la sociedad española de la época y entre la clase trabajadora. A pesar de lo asentado del sistema capitalista en España y lo lejos de la experiencia rusa, sin embargo si parce que los ecos revolucionarios llegaron a nuestro país y se dejaron sentir en la sociedad española del momento.
En zonas rurales españolas, sobre todo en zonas andaluzas, donde el campesinado estaba más radicalizado, el empuje y el ejemplo ruso se dejó sentir. Especialmente relevante fue el periodo conocido como “trienio bolchevique”, entre 1918-1920, donde confluyeron una especialmente elevada cantidad de revueltas, protestas y movilizaciones campesinas en España, especialmente en la zona andaluza, surgidas al calor de la experiencia rusa, y a la precaria situación de la clase trabajadora.
Parece ser que en determinadas zonas andaluzas, el empuje revolucionario del campesinado fue tan elevado que se llegaron a producir revueltas de cierta importancia. La situación de la clase obrera y campesina española en los años previos al trienio bolchevique no era muy esperanzadora, y según cuenta F. Prieto, entre 1913-1918 los precios de los productos básicos se duplicaron, pero los salarios se mantuvieron iguales o más bajos.
Este clima de tensión revolucionaria influida por Rusia, es muy bien descrita por la historiadora Ángeles González, que en su trabajo sobre el trienio bolchevique afirma;
“En mítines, manifestaciones, y conferencias, las alusiones a los gloriosos hechos de octubre y las previsiones acerca de su pronta repetición en España fueron constantes. Numerosos dirigentes y militantes sindicales se autocalificaron bolchevikistas, alguno incluso se rusificó el nombre, expresiones como “salud y pronta revolución social” se hicieron habituales, así como las vivas a Rusia, a Lenin y a la revolución en pueblos y ciudades, e incluso aparecieron panfletos y manifiestos firmados por el Soviet de Andalucía, o el Comité Rojo”.
Sin embargo, según narra Ángeles González y Almudena Delgado en sus trabajos del tema, la influencia revolucionaria parece que se expandió de una forma algo más radicalizada que los saludos, y se extendió a; ocupaciones y expropiaciones de fincas y tierras en Castilla y Andalucía, y de núcleos urbanos como Aguilar y Montilla (Córdoba), el inicio de las tácticas pistoleristas-terroristas (que no solo se dio en Barcelona, también en núcleos urbanos andaluces, como Málaga o Sevilla), el aumento de huelgas y protestas campesinas (se registraron un aumento importante en Córdoba, Málaga, Granada, Sevilla, o Jerez), e incluso incendios de tierras (como en Granada), aunque González niegue este aspecto.
Parece ser que esta confluencia de conflictividad social especialmente en Andalucía entre 1918-1920 influido por el bolchevismo, coincidió con un aumento de esa conflictividad en otras zonas, como el pistolerismo en Barcelona, y movimientos que surgen en ese tenso momento, como el regionalismo andaluz, liderado por el intelectual malagueño Blas Infante.
Infante ya venía de hacía tiempo intentar unir el movimiento campesino y rural andaluz con el espíritu nacional de esta tierra desde que en 1915 publicó su obra más importante, el “Ideal andaluz”, pero especialmente, y evidenciando la influencia rusa y las movilizaciones obreras, firma el 1 de enero de 1919 el Manifiesto Andalucista de Córdoba, que define a Andalucía como una nacionalidad, y reivindica el modelo de organización territorial soviética, influyéndose de “la República federal rusa, constituida sobre la base de la libre federación de las regiones o nacionalidades, organizadas en soviets regionales y locales”.
En el último año del trienio bolchevique, y como eco de la experiencia soviética, en 1921 publica el libro “La dictadura pedagógica”, que según Enrique Iniesta y Manuel Hijano “matiza el entusiasmo general con la Rusia bolchevique”, y supone una crítica al modelo comunista soviético a la que acusa de estar desacreditado, y degenerando.
Junto con esta experiencia revolucionaria en el campo andaluz, se podría mencionar el caso de la huelga general obrera entre el 13-18 de agosto de 1917, firmada por los sindicatos UGT-CNT por la precaria situación de la clase trabajadora que, si bien “tiene los ecos de la revolución rusa de fondo”, como afirma Julián Vadillo, es más fruto de la realidad interna española.
Esta breve experiencia revolucionaria en España como eco de la experiencia soviética termina bruscamente a partir de mediados de 1919, por efecto de la dura represión que llega a derivar, como afirma Miguel Artola, en la declaración del estado de guerra, ilegalización de las sociedades obreras y encarcelamientos masivos.
Además, el pistolerismo patronal y la acción de Martínez Anido en Barcelona y el definitivo golpe de estado militar de Miguel Primo de Rivera en 1923 que implanta una dictadura militar en España acaba de enterrar definitivamente todas las pocas libertades laborales y sociales que aún quedaban y que no habían sido reprimidas por el efecto de la revolución rusa a partir de 1917.
Así, la influencia soviética en España se vino a matizar duramente durante los siguientes 8 años de la vida de nuestro país hasta que, proclamada la II República en 1931, se volvió a un régimen de libertades políticas que derivó, ya durante los años de la guerra civil española y en el campo republicano, en un reencuentro histórico del movimiento obrero y la revolución rusa que, todavía más de 80 años después sigue despertando incertidumbres y críticas por la tensa herencia en España, de la revolución bolchevique de noviembre de 1917, de la que este año cumplimos su 100 aniversario.
Fuentes
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– Hemeroteca El Socialista.
– Hemeroteca Tierra y Libertad.
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– Barreiro, Cristina. Sofía Casanova, periodista en la revolución rusa. En “El debate de hoy”. 10/03/2017.
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– Avilés Farré, Juan. El impacto de la revolución rusa en España. 2000.
– Basterra, Mauricio. El anarquismo ante la Gran Guerra. En “CNT”. 27/09/2014.
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– Pestaña, Ángel. Setenta días en Rusia: lo que yo ví. 1921.
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– Prieto, F. Apuntes históricos del movimiento obrero español. 1973.
– González, Ángeles. El trienio bolchevique en Andalucía. 2001.
– Delgado Larios, Almudena. ¿Problema agrario andaluz o cuestión nacional? El mito del Trienio Bolchevique en Andalucía. 1991.
– Infante, Blas. La dictadura pedagógica. 1921.
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