Kafka en la orilla, de Haruki Murakami
Es Haruki Murakami uno de los autores más reconocidos por público y crítica de los últimos años. Honestamente, yo no soy lo suficientemente leído ni entendido como para poder decir este reconocimiento es justo o no, pero sí puedo decir que a mí, desde luego, me gusta horrores como escribe este hombre.
Kafka en la orilla, mi segunda aproximación al autor tras la más célebre de sus obras, y también más convencional Tokio Blues, cuenta la historia mayoritariamente independiente de dos personajes, cada uno de ellos embarcado en una suerte de búsqueda mística para poder continuar con sus vidas.
Por un lado está el así autodenominado Kafka, un chaval de 15 años que decide huir de su extravagante padre en busca de su propio camino existencial. Es un chico en ocasiones demasiado intelectual para lo que su experiencia le ha enseñado. Esto a veces, solo a veces, resulta una ligera merma en la credibilidad del personaje, bajo mi punto de vista, que no obstante no enturbia en absoluto el conjunto del mismo, dado el singular tono general de la novela.
El segundo personaje principal es Nakata, un anciano de intelecto mermado desde que en su niñez, durante la Segunda Guerra Mundial, un misterioso suceso se llevara su “normalidad”. En cambio, le dejó, por ejemplo, la divertida capacidad de hablar con los gatos. Si Kafka buscaba como seguir construyendo su persona, Nakata trata de recuperar la identidad que le fue arrebatada.
Ambos personajes están deliciosamente construidos, y a pesar de que rayan en lo surrealista en numerosas ocasiones, Murakami tiene la habilidad de embelesar al lector con su prosa y hacer que crea en ellos y se interese por las vicisitudes que les rodean. Y no solo por ellos, sino por los diversos personajes satélites que flotan alrededor de los protagonistas y están tan bien dibujados como ellos, aunque no con tantos trazos. Es pues ésta una novela de personajes.
Grande mérito es que sea tan interesante como lo es sin tener en realidad un estilo definido, o más bien coqueteando con tantos. Se podría reducir a una trama de investigación, pero los elementos fantásticos o sobrenaturales son tan numerosos que en ningún momento se los puede pasar por alto: las ya citadas conversaciones con los gatos, capacidad para predecir el futuro, eventos atmosféricos preternaturales, supuestos viajes espaciotemporales y otros hacen que lo fantástico esté muy presente, pero como recurso o a veces casi como un paisaje en el que se pintaran otros detalles más importantes.
Pasamos por la mitología clásica y también están los juegos metaliterarios que llegan a resultar de lo más cautivador de la obra: literalmente metáforas que llegan a convertirse en realidad. La historia está repleta de ellas, hasta en su título, y no lograría explicarse sin ellas. Explicarse en lo fundamental, digo, y es que no es una novela que se explique en su totalidad.
Pero da igual. Da igual que no quede todo explicado. Da igual que algunos tachen al autor de intelectual, da igual que se escape algún detalle, pues el conjunto se absorbe con pasmosa naturalidad.
La cuestión es abrir el libro, comenzar a leer y disfrutar del viaje.
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