El día que llegaron los platillos voladores, de Neil Gaiman y Paul Chadwick
¿Puede una buena historia contarse en sólo 7 páginas? Claro que sí, y Neil Gaiman lo demuestra en “El día que llegaron los platillos voladores”, un relato muy poético que juega con las expectativas del lector desde la primera página. ¿Qué pasaría si, repentinamente, fuéramos invadidos por platillos voladores? ¿Qué sucedería si, en el mismo día, “las tumbas arrojaron a sus muertos y los zombis empujaron la suave tierra, como en una erupción, temblando y con ojos vacíos, imparables”?
Gaiman juega con los miedos arquetípicos de nuestra mente postmoderna… con las nociones del fin del mundo que hemos visto en películas o series de televisión, pero al mismo tiempo los enmaraña con leyendas y mitos antiguos, de hace siglos. Porque en el mismo día en que los platillos aterrizan y los muertos regresan a la vida, llega la hora del Ragnarok, aparecen la serpiente Jormungand, el lobo Fenrir, Odín y Thor, y todo el panteón nórdico.
Y en el mismo día, los seres mágicos que habitan Elvenhome retornan a la realidad. Este sin duda ha sido un tema recurrente para Gaiman, la idea del mundo de las hadas coexistiendo con el nuestro, eternamente a nuestro alcance y aún así siempre un poco más allá de nuestra mirada. Desde “Los libros de la magia” hasta “Sandman” o “Stardust”, Gaiman ha explorado de modo brillante la fantasía como un reino y como un género literario.
Cada página muestra el delicioso arte de Paul Chadwick, uno de los mejores autores de Estados Unidos en las últimas décadas, que ciertamente hace un maravilloso trabajo ilustrando el guión de Gaiman. Chadwick contribuye a la historia con sentimiento, imágenes poderosas y escenas impresionantes.
Al final, vemos el concepto de deinos, un término usado por los griegos para describir la naturaleza humana. Deinos es lo más terrible que puedan imaginar o lo más majestuoso que puedan concebir. Porque esa es la naturaleza humana, ser lo peor y lo mejor, lo más despreciable y lo más admirable, y en la última página, Gaiman ata los cabos sueltos y hace que nos demos cuenta de que no importa cuántos aliens, zombis, dioses o hadas hay allí afuera, lo que más tememos y amamos es el otro, el humano que puede o no temernos / amarnos.
“El día que llegaron los platillos voladores” se imprimió en las páginas de Dark Horse Presents, y sin duda después de leer algo de tan fantástico equipo creativo –Gaiman y Chadwick– debo decir que las otras historias de esta antología me parecieron decepcionantes. Me gustaría señalar, sin embargo, que realmente disfruté “Arcade Boy” (de Denis Medri), gracias a su enfoque sencillo del mundo de los juegos de computadora y, sobre todo, de la esfera íntima de un adolescente. Otras historias que mostraron potencial fueron “Bajo el hielo” (de Simon Roy y Jason Wordie) y “Finder” (de Carla Speed McNeil). Sin embargo, mi segunda favorita después de “El día que llegaron los platillos voladores” es “Casa de villanos: el calamar y el paquidermo” de Shannon Wheeler, es un ejemplo de economía narrativa y gran secuencialidad; en sólo un puñado de páginas el lector es transportado a otro mundo. ¡Fantástico!