Skizz, de Alan Moore y Jim Baikie
Cuando tenía 11 o 12 años, leí una docena de páginas de “Skizz“. En ese entonces, mis lecturas habituales consistían en las emocionantes aventuras de Judge Dredd, Strontium Dog y Robo-Hunter, y para mí era claro, incluso a tan tierna edad, que Skizz era algo bastante diferente. Estaba acostumbrado a tener un protagonista –Juez Dredd, Johnny Alpha o Sam Slade– y personajes secundarios. En Skizz, sin embargo, todos parecían desempeñar un papel principal y era difícil ubicar a un personaje con mayor prominencia que los otros.
Por supuesto, no tenía idea de quién era Alan Moore y, por cierto, nunca gastaba mi tiempo en leer los créditos para descubrir quiénes eran los autores detrás de las historias que tanto me gustaban. Pero había algo en esas páginas de Skizz que hizo que las leyera una y otra vez. A menudo me sentía como si estuviese espiando a esta gente. Y en ocasiones me sentí extrañamente incómodo al ser testigo de las vidas y pensamientos privados de estos hombres y mujeres. Ciertamente, con los años he asumido este aspecto voyerístico de la naturaleza humana, y ya no lo rehúyo. Espiar a otros, ya sea en la vida real o en la ficción, puede ser una consistente fuente de placer.
Me llevó más de una década encontrar los capítulos faltantes, ponerlos en orden, y disfrutar Skizz como debía ser disfrutado: como una novela gráfica de 100 páginas. Y, de nuevo, experimenté esa sensación de proximidad, algo que va muy bien con una historia sobre ‘encuentros cercanos’ de tipo alienígeno. Todo empieza cuando una nave espacial se estrella accidentalmente en las afueras de Birmingham. “Detuvo en seco los plasmotores. Polarizó los soportes de gravedad. Recitó cinco de las nueve ecuaciones sagradas. Todavía estaba yendo demasiado rápido cuando chocó contra la atmósfera del planeta azul”. Zhcchz apenas sobrevive luego del choque, y se da cuenta que está en un planeta ‘prohibido’, catalogado como peligroso a causa de sus primitivos habitantes.
La expedición de Zhcchz en las calles de Birmingham es fascinante. El primer capítulo es contado desde el punto de vista del extraterrestre, y lo vemos sufrir con la gravedad de la Tierra, tropezarse al caminar sobre el pavimento, y ser testigo, horrorizado y asqueado, de las fábricas, esas “extrañas y deformes construcciones, las gigantescas estructuras alienígenas que apestan a veneno. ¿Cómo serán, se pregunta, las criaturas que han construido estos horrorosos monumentos?” Y al acercarse a la avenida más transitada, por fin, los ve -nos ve- y, oculto en las sombras de la noche, determina si estos homínidos representan una amenaza. Y entonces ve a dos borrachos golpeándose entre sí. El concepto de intentar hacerle daño a alguien con una extremidad -un brazo y un puño, en este caso- es inimaginable para Zhcchz y de este modo comprende que los niveles de primitivismo sobrepasan incluso sus suposiciones más pesimistas.
Y Zhcchz sigue avanzando, hasta que encuentra un lugar apartado en los suburbios, donde se esconde, lleno de miedo. Aunque tiene suerte, porque allí conoce a una chica llamada Roxy. Pero esto no es “E.T. el extraterrestre”, esto es un relato más oscuro de sensibilidad británica y un ejemplo de cómo el concepto de la presencia de otros mundos puede ayudarnos a definir, o redefinir, el sitio en el que vivimos. Y esta no es una ciudad amable, ni un país amable, el Reino Unido es gobernado por Margaret Thatcher, y hordas de desempleados vomitan sus frustraciones en los callejones de Birmingham. El movimiento punk, los motociclistas, los ‘hooligans’, todo está allí, y todo está combinado con la inocencia de una chica que cuida del extraterrestre. Ella ni siquiera puede alimentarlo apropiadamente, Zhcchz vomita todo lo que ingiere, pero ella igual intenta ayudarlo.
Conforme progresa la historia, aparecen nuevos personajes como Loz –un joven astuto que no puede encontrar trabajo pero que puede encontrar soluciones a los más extraños problemas– y Cornelius –un obrero desempleado, amargado y frustrado, que permanece en silencio casi todo el tiempo, excepto cuando dice que todavía tiene su orgullo–. Por supuesto, el gobierno británico sabe que un objeto volador no identificado ha aterrizado en Birmingham, y la investigación los lleva a la puerta de Roxy. Inmediatamente capturan a Zhcchz y lo llevan a una instalación militar. Este es el primer extraterrestre que los humanos han visto, pero a diferencia de Roxy, Loz y Cornelius, el gobierno está convencido de que Zhcchz planea invadir la Tierra. Lo único que quiere el pequeño alienígena es regresar a su mundo, pero en lugar de eso es brutalmente interrogado sobre armas intergalácticas y planes de conquista. Al ser una criatura de gran inteligencia, Zhcchz aprende inglés en cuestión de días pero no puede transmitir un sencillo mensaje a sus captores: “Cuando la tecnología ha alcanzado un cierto nivel las armas son redundantes”. Esta especie alienígena tiene una tecnología tan avanzada que pueden desintegrar soles. Obviamente, el concepto humano de guerra es algo tan ajeno para Zhcchz como su tecnología para los humanos.
Eventualmente, Roxy, Loz y Cornelius elaboran un brillante plan para rescatar a Zhcchz –a quien han apodado cariñosamente como Skizz– y tienen éxito. Mientras escapan, Alan Moore nos lleva al interior de las cabezas de cada personaje: Roxy, su padre y su madre, las autoridades militares, Loz y Cornelius; este particular recurso narrativo atrapó mi atención hace más de una década.
Para crear una distracción, Loz abandona a Roxy y Cornelius, y visita las áreas que le son más familiares: esas zonas habitadas por los pobres y los desem-pleados; y los convoca a todos, y los envía en motos y buses para bloquear el avance de los vehículos del ejército. De cierta manera, ellos también son aliens para un gobierno que se preocupa muy poco por su bienestar.
Cuando Roxy habla con Skizz, ella le explica que la gente puede ayudarlo a regresar a su mundo. Que puede ser enviado en un cohete espacial, después de todo, la humanidad ha llegado hasta la luna. Y es entonces cuando Skizz pierde toda esperanza. La distancia entre su planeta y la Tierra es casi infinita, y para él llegar a la luna es una hazaña realmente insignificante. Él entiende que no tiene sentido intentar escapar de los soldados, pero igual sigue al lado de Roxy, no porque crea que puede salvarse sino porque quiere retribuir su generosidad.
Los punks, los motociclistas, los ‘hooligans’ y los desempleados pelean contra los soldados. Pero en la era de Thatcher, los soldados y policías son expertos en someter manifestaciones y movimientos civiles. Los cientos de desposeídos de Birmingham están condenados a perder la batalla. En el último momento, Cornelius, el hombre callado, rompe su silencio y grita. Le han quitado su trabajo, sus derechos, sus beneficios sociales, pero no su orgullo. Desarmados, Cornelius, Roxy y el frágil alien intentan pelear por sus vidas.
Jim Baikie nos entrega un asombroso retrato de la pobreza y la miseria urbana. Sus personajes no tienen glamour ni sofisticación, y no obstante, exudan una cierta nobleza, una fortaleza que viene de alguna región desconocida del corazón. Las líneas de Baikie arañan la superficie del papel, creando una sensación de desorden, de espontaneidad, y sus oscuras tintas añaden el toque necesario de melancolía. Juntos Moore y Baikie crean un relato evocativo y significativo sobre los primeros encuentros, una cruel realidad y los mecanismos de la alienación. Serializada originalmente en 2000AD en 1983, hay muchas ediciones recopilatorias. Si pueden encontrar una, suban a bordo, podrán sentirse ligeramente alienados al inicio, pero luego verán que el viaje vale la pena.