Y si no, ¡nos enfadamos! – Amor, coherencia y continuidad

Fotos vintage cómics - 20

Creo que podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que los lectores pasamos por distintas etapas en nuestra vida como aficionados al cómic, de la misma forma que cualquier ente que crezca y evolucione. Y estas etapas van marcadas por los tiempos editoriales que a cada cual le ha tocado vivir.

La infancia de un lector de cómics marca irremediablemente a éste, y las editoriales han tomado nota de forma adecuada en los tiempos que corren. De ahí la riada de reediciones de personajes e historias con más de 30 años.

Aquello que lees en tu infancia y preadolescencia suele grabarse a fuego en tu mente, de ahí que se vendan hoy día colecciones como “Don Miki”, “Principe Valiente” o “Joyas Literarias Juveniles”, producto lanzado de cara al adulto pudiente que guarda dentro de sí el ansia reprimida del niño que no tenía medios económicos para satisfacer su pasión lectora.

En esos primeros años es donde se establece la empatía con los tebeos y surge la historia de amor hacia personajes concretos. En esta época, tu mente disfruta(ba) de las historias, sin saber (ni falta que hacía) el nombre de los autores.

En mi caso, me enamoré de varios personajes que me han acompañado toda mi vida. A saber: Astérix, Spiderman (sin guión que separase el nombre en aquellos años), Tintín o Capitán Marvel (el de las negabandas). Mi mente estaba ansiosa de conocer las aventuras de cada cual, importando poco cual de ellas ocurría antes. De hecho, al no tener dinero para poder completar cada colección, cada cómic era un tesoro que se goza(ba) una y otra vez, independientemente de que pudieras leer el desenlace de la saga o no. Es una etapa en la que nos prima(ba) lo visual y tendemos (o tendíamos) a pensar la historia como una unidad parida como texto y dibujo unitariamente. El dibujo marca(ba) la predilección por un tebeo u otro y ni nos planteábamos autorías, más allá del “Stan Lee presenta” de cualquier cabecera marveliana. Este hecho (el ser el único referente en cuanto a nombre de creador de cómics) es uno de los motivos por el que, erróneamente, se le ha atribuido a “The Man” la autoría de Superman o Batman.

Poco después entra(ba)mos en la fase adolescente, en la que empiezas a darte cuenta de las diferencias entre guión y dibujo, y en la que empiezas a dilucidar que algunas aventuras de Peter suceden antes o después de su encuentro con Warlock en la luna y detalles por el estilo. Ese es el momento en el que eres consciente del concepto de CONTINUIDAD, es decir, que los héroes compartían lugar donde vivir, cruzaban sus andanzas e interactuaban los unos en las aventuras de los otros, al margen de que las aventuras de cada uno tendían a un orden cronológico, en el que aventuras pasadas alargaban su sombra, influyendo en aventuras posteriores, ya fuese a nivel emocional o argumental.

Este último concepto da lugar a un caro vicio que se suele desarrollar en la siguiente etapa de la vida del aficionado, el COMPLETISMO. Y viene a darse, evidentemente, de la mano de la independencia económica del fan.

Este fenómeno viene a ser la solución emocional al estado de carencia sufrido en la infancia, y es el proceso en el que se descubre la influencia de cada autor en los personajes. Empezamos a distinguir etapas mejores y peores y a clasificarlas (el Superman de Byrne, el Flash de Waid, el Hulk de David, etc.).

Tras esta etapa, viene otra que nace a raíz de un problema vital… El espacio para guardar cómics. En este momento de tu vida, comienzas a madurar y a seleccionar tus compras. Ya no adquieres todo lo que se publica de Spider-man, sino aquellas etapas que desarrollan ciertos autores. Así mismo, empiezas a darte cuenta que hay mucha “morralla” ocupando sitio en tus estanterías y que necesitas espacio para nuevas colecciones y etapas.

Y lo cierto es que, durante tu infancia, un rincón en un armario era suficiente espacio para tus cómics, en tu adolescencia las cajas de cartón bajo la cama solucionaron tus necesidades, pero en tu llegada a la madurez, no quedan ya estanterías libres donde poder tener en orden todo tu inventario comiquero.

Es por ello que empiezas a sustituir tu COMPLETISMO por la COHERENCIA, es decir, que primará en tus compras la calidad de la historia y su respeto por la continuidad y la trayectoria del personaje, sobre la necesidad compulsiva de amontonar tebeos.

Es el momentos en el que descubres la segunda forma de financiación de tu afición, el mercado de segunda mano, en el que te vas librando del lastre de tus colecciones, recuperando algo del dinero invertido, para emplearlo en cómics más interesantes.

Por desgracia, los que ya tenemos edad cómo para que nos cedan el asiento en los autobuses, hemos perdido la ilusión de la infancia y hemos desarrollado un sentido crítico (acrecentado por el problema del espacio y de la inversión mensual en cómics) que nos hace incidir nuestros comentarios sobre los aspectos negativos de cada guión o dibujo, o por la dirección que toma tal o cual personaje, problema que creemos que es exclusivamente nuestro, sin pensar que esta misma situación ya la vivieron otros lectores en otras épocas (me imagino la opinión de los lectores que vieran transformar sus héroes tras la publicación de “La seducción del inocente” de Wertham, o las quejas de los seguidores de Superman tras las “Crisis en Tierras Infinitas”).

La última etapa del lector viene marcada por el estado civil, ya que la vida de la colección dependerá muy mucho de la comprensión de tu cónyuge y de que tus tebeos sobrevivan a los deditos rechonchos y adorables de tus hijos, siendo el Gran Handicap del aficionado al cómic iniciar a los retoños en el “vicio” pero intentando que no toquen tus “incunables” sin tu supervisión.