Severed, de Scott Snyder y Attila Futaki
En una industria abrumada por los grandes eventos y los aún más grandes relanzamientos, lo nuevo se vuelve viejo muy rápido. Pero de vez en cuando aparece algo que nos hace recordar por qué la diversidad es tan importante, para este o para cualquier otro medio.
Severed es una historia de terror que llega como una advertencia con elementos sobrenaturales. Advertencia porque parece prevenir a sus personajes -chicos jóvenes- sobre los peligros de escapar de casa, y sobrenatural porque implica la posibilidad del mal encarnado en un hombre ordinario.
Aquí el terror viene de lo real, de aquello que no puede ser expresado por las palabras porque sobrepasa la representación simbólica. En un Estados Unidos pintoresco y pacífico -casi salido de un cuadro de Normal Rockwell- algo oscuro y siniestro está al acecho. Algo que se alimenta de la inocencia, de la carne de los niños.
Un hombre de cuarenta años, un vendedor viajante con dientes de tiburón recoge a un huérfano de doce años bajo falsas premisas. El niño debería convertirse en su aprendiz, pero el hombre no tiene intenciones de enseñarle ningún oficio. Sólo busca una cosa: el cuerpo de la infancia, que no es otra cosa que un significante desprovisto de significado; y es que, al fin y al cabo, el cuerpo de la infancia puede ser encontrado en cualquier niño norteamericano de doce años. Y es precisamente por eso que el vendedor ha viajado por el país durante años, destrozando la vida de decenas o centenares de muchachos.
Ignorante de las amenazas que está por encontrar, Jack Garron, un fugitivo de 12 años será la próxima víctima del viajante. Él es el protagonista de “Severed“. Scott Snyder y Scott Tuft escriben una emotiva crónica de los inicios del siglo XX, y Attila Futaki crea viñetas gloriosas. Campos luminosos y sótanos oscuros, cuerpos en movimiento y expresiones faciales, diseño de página y colores, Futaki simplemente demuestra que es un artista de primera.
¿Y cuál es el contexto histórico?. La “Gran Depresión” es un sinónimo de pobreza y fracaso económico, pero es también una era rica en historias y pathos heroico. Después de todo, en tiempos desesperados hay medidas desesperadas. Jack Garron ha descubierto que todo sobre su vida ha sido una mentira. Se da cuenta de que ni siquiera su nombre es real, al haber sido adoptado en secreto por la mujer que lo ha criado. Tras averiguar el paradero de su padre, Jack huye de casa. Él no reprocha a su “madre” por adoptarlo sino por negarse a otorgarle el ‘nombre del padre’, el nom de père como lo llamaba Lacan, y a causa de ello, él se encuentra en un ‘entre dos mundos’; para ingresar por completo a la sociedad primero deberá asumir el nombre del padre, pero ¿cómo podría lograrlo si esta mujer ha suprimido todo lazo familiar genuino?
Jack aborda un tren de carga furtivamente, y constata de inmediato los riesgos de viajar solo: en efecto, un hombre mayor lo sujeta, le quita los pantalones y trata de abusar sexualmente de él. Jack es salvado por la oportuna intervención de Sam, otro joven fugitivo.
Más tarde, Sam revela que es una chica disfrazada de chico. Juntos, ambos chiquillos deciden ayudarse mutuamente. Chicago es una gran ciudad y tendrán que ser astutos y recursivos. Mientras tanto, el misterioso vendedor viajante ya ha canibalizado el cuerpo del jovencito que había caído en sus manos bajo falsas premisas. Esta encarnación del mal parece tener una obsesión por los chicos jóvenes, y nadie puede detenerlo.
Quisiera hacer especial énfasis en la impactante belleza del arte de Futaki: no sólo por la pacífica superficie y el horror que acecha al interior de sus páginas, sino también por la detallada reproducción de un periodo histórico que nos resulta demasiado fresco en la actualidad. ¿Qué podría ser más relevante que la mayor depresión económica de Estados Unidos teniendo en cuenta todas las crisis económicas del día de hoy?
Una escritura intensa acompañada de un arte verdaderamente hermoso, convierten a esta miniserie en algo imprescindible. Mientras Jack toca el violín, Sam pide dinero a la gente. Y después de muchas monedas, tienen casi suficiente para dejar la ciudad e ir tras el padre de Jack. Y ese es el momento en el que aparece un misterioso vendedor viajante con dientes afilados y un apetito por la inocencia… disfrazado, por supuesto, como un posible gerente interesado en mejorar la carrera musical de Jack.
Sam le da una advertencia, no deben confiar en este posible depredador sexual. E incluso cuando ya antes un degenerado había intentado violar al muchacho de 12 años, su decisión es inamovible: ellos aceptarán la invitación de este hombre e irán a cenar con él.
Jack y Sam inocentemente entra en el cubil del león… una aislada y decrépita casa. El viajante insiste en hablar sobre sus proezas sexuales, sus anécdotas con prostitutas; desarrolla un sólo concepto: el SEXO. Según Michele Foucault, la sociedad occidental, desde hace mucho tiempo, tiene una fijación con la sexualidad. Pero, ¿estamos tan interesados en ella porque se trata de algo que se reprime, de un tabú? La convención social ha creado un discurso al respecto, convirtiendo a la sexualidad en algo ubicuo. En el despertar de la adolescencia, Jack está muy interesado en el sexo, como todos los chicos de su edad, pero el resultado de una educación puritana es su poco conocimiento sobre el tema. Su curiosidad por el sexo es fuerte, pero la renuencia de los adultos a discutir el tema es mucho más fuerte.
Cuando el viajante cuenta bromas fuertes sobre sexo, se gana la confianza de Jack. Este no hubiese sido el caso, si es que la sexualidad se pensase como algo natural en nuestra sociedad. De hecho, el concepto mismo de “sexualidad” es un resultado de nuestro discurso cultural.
Hay algo único en el argumento de Scott Snyder y Scott Tuft: jamás hay sexo ‘de verdad’ en la página: pero es a través del sexo, o más bien, de la obsesión del viajante por el sexo, que la atención de Jack es capturada completamente. Jack es un chico inocente, y no puede adivinar las intenciones del adulto, así que cuando le propone llevarlo hasta el paradero de su padre acepta… incluso rebelándose contra Sam -quien, gracias a su astucia callejera, está en estado de alerta.
No podría elogiar lo suficiente el arte de Attila Futaki. Las figuras tenebrosas, los edificios siniestros, los rostros tétricos, todo combinado con imágenes de una belleza sobrecogedora. El color y las sombras osadas de Futaki encuentran un balance perfecto en estas páginas.
De un modo u otro, todos somos actores. Además de nuestro atuendo, elegimos una cierta actitud, actuamos diferente frente a nuestros padres, a nuestros amigos o a nuestros colegas de trabajo. Y actuamos bien.
Es un asunto de confianza. Jack confía en este siniestro viajante, y Sam intenta hacerlo recapacitar. “El tipo nos invita a su casa, nos da cervezas ¿y tú llamas a su jefe? Es sólo un viejo inofensivo”, afirma Jack, olvidando por completo que otro sujeto aparentemente anodino intentó violarlo en el tren hasta Chicago. Sam ha salvado a Jack muchas veces, y ahora le resulta difícil lidiar con la terquedad de su amigo. Luego de una acalorada discusión, terminan olvidando las barreras que los han mantenido aparte: Sam siempre se ha vestido como un muchacho, pero eso ya no importa cuando los dos jovencitos empiezan a besarse.
Sam (es decir, Samantha) ha asumido por mucho tiempo la vestimenta y los gestos de un muchacho. Cuando Judith Butler escribió “Cuerpos que importan: los límites discursivos del sexo” llegó a una conclusión: la sexualidad no es solamente sobre cómo un cuerpo humano realiza ciertos actos; más bien, se trata de cuerpos entendidos como algo que ya tiene un género siempre indeterminado; en consecuencia, los cuerpos están marcados por el género, así como por la raza, la sexualidad, etc., y estas categorías se desestabilizan en lo performativo. Sam ha desestabilizado el mundo de Jack, no a causa del beso sino por el hecho de llegar a él, en primer lugar, como un sujeto masculino, un amigo, y de pronto, esta chica que finge ser un chico está besando a otro chico, erosionando la hasta ahora tan cuidadosa puesta en escena.
“Lo siento, hijo. Hay algunas criaturas realmente traicioneras… y descubrirás que las mujeres… son lo peor”. Mientras el siniestro y viejo vendedor viaja con Jack, insiste en denigrar a las mujeres; una y otra vez, muestra su desprecio hacia ellas.
Jack es un chico impresionable e ingenuo, y escucha todo lo que este hombre dice. ¿Pero qué es lo que el vendedor intenta conseguir? Tal vez desea que Jack se sienta incómodo con las chicas, o tal vez intenta cercenar su vínculo emotivo con Samantha.
De acuerdo a la psicoanalista Melanie Klein, hay “impulsos destructivos tempranos dirigidos contra el cuerpo de la madre”. El siniestro vendedor está incrementado el rechazo de Jack hacia sus progenitores. Después de todo, Jack había abandonado a su madre en busca de su elusivo padre, pero sin ninguna figura paterna en su vida, este vacío es peligrosamente llenado por un hombre que mata niños y devora esa carne inocente.
Klein también escribió sobre la “ansiedad genital de los chicos” que, en este cómic, es reconfigurada de una manera bastante inesperada: cuando una prostituta menor de edad intenta seducir a Jack, él es confrontado con las imágenes horrendas que el vendedor ha compartido con él en muchas ocasiones. Aquí, la prostituta es una niña de 13 años casi deformada por el abuso y las condiciones de insalubridad de su entorno, y Jack ve en ella a la terrible criatura descrita por el viejo, se trata del horror del sexo opuesto…
Justo después de este traumático encuentro, Jack es asaltado por el jefe de la prostituta, y rescatado por el vendedor. Antes de morir, el criminal acusa al vendedor de ser un depredador sexual y hace una clara referencia a la victimización de muchachos.
De acuerdo con Michel Foucault, la razón por la que la sexualidad es confesada es un legado de la tradición cristiana. En el pasado, la sexualidad no era una presencia obvia ni fuerte, sino más bien algo traicionero, algo que sólo podía encontrarse gracias a una cuidadosa introspección. Por lo tanto, cada detalle debía ser relatado en la confesión, cada instante de placer experimentado debía examinarse para encontrar los rastros del pecado. Esto es exactamente lo que ha hecho el vendedor, pero ahora esta estratagema se vuelve en su contra.
Durante el incidente, dos contratiempos estorban los planes de este malvado sujeto. En primer lugar, la reacción de Jack ante la posibilidad de tener sexo con una chica, y luego las acusaciones del proxeneta hacia el hombre en quien Jack confía. Como explicó Foucault, hacer que la sexualidad fuese pecaminosa no la hizo desaparecer. Todo lo contrario: fue reforzada y se convirtió en algo que se notaba más que nunca.
Ahora que las puertas están abiertas, Jack empieza a ver a este hombre de manera distinta. ¿Todavía puede confiar en alguien que guarda motivos ocultos? ¿Puede protegerse sin el apoyo de su amiga Samantha? ¿Y cómo puede escapar del vendedor si es que le da drogas en la noche para mantenerlo inconsciente hasta la mañana?
Finalmente todo es claro para Jack, pero ¿podrá derrotar a un enemigo tan viejo como el vicio mismo? En una casa aislada, el hombre ya no esconde sus dientes de tiburón. Jack trata de defenderse y aunque está armado con un cuchillo apenas logra escapar.
Jack, sin embargo, no puede dejar de buscar a su elusivo padre, aunque lo que realmente quiere es el ‘nombre del padre’, porque su único deseo es ser parte de la sociedad, de este mundo, y para ello requiere esta conexión con su progenitor, un lazo cercenado por su propia madre. Luego de llegar al hogar del padre, Jack valientemente cruza la puerta sin darse cuenta que el despiadado vendedor lo tenía todo planeado… Abrumado por el salvaje ataque del vendedor, Jack parece estar derrotado. ¿Sucumbirá la juventud y la inocencia ante el poder de una maldad antigua?
Imbricada en la pobreza y el hambre de la Norteamérica rural, tenemos la presencia de esta encarnación del mal, este vendedor viajante que come cuerpos de niños. El canibalismo, aquí, es entendido como el acto de devorar a un miembro de nuestra propia especie, y refleja la realidad del mundo en el que vive Jack, un niño de 12 años. ¿Qué es Estados Unidos durante la depresión si no un gran animal herido que trata de devorarse a sí mismo esperando aplacar el hambre que nunca antes había experimentado?
El canibalismo es asociado a menudo con lo salvaje, con la ausencia de ley. Hay una vieja broma sobre un explorador que encuentra una tribu de salvajes y les pregunta si son caníbales, la respuesta es claramente reveladora: “No, ya no hay caníbales en nuestra región. Ayer, nos comimos al último”. Según ellos, no hay más caníbales, pero el sujeto de enunciación demuestra que el canibalismo existe.
El misterioso vendedor siempre ha actuado como un depredador que se esconde bajo falsos subterfugios, como la broma que he mencionado. De acuerdo a Kant, esto ejemplifica “la intrusión del ‘sujeto de enunciación’ de la ley: este agente obsceno que se comió al último caníbal para asegurar el cumplimiento de la ley”. Hegel luego diría que la ley y el deber siempre tendrán un lado obsceno, como el reverso de la moneda. Por lo tanto, el vendedor obedece su propia ley tan compulsiva y fielmente que él es, de hecho, el lado obsceno de la ley. Él es el hombre que elimina a los caníbales comiéndoselos.
Ahora que Jack está atado e indefenso, el vendedor le explica que disfruta comiéndose a niños soñadores. Los caza, les permite atisbar aquello que desean, y luego los masacra, los hace pedazos. Se podría decir mucho sobre el canibalismo y su conexión con los Estados Unidos en los años 20, y todo esto podría imbricarse en la figura paterna eternamente elusiva que alimenta los sueños de Jack. Pero no quisiera arruinar las sorpresas de este último número. Basta decir que el terror está presente desde la primera hasta la última página.
Por supuesto, si el viajante se ve terrorífico es gracias al arte de Attila Futaki. En estas páginas finales, Attila está incluso mejor que al inicio. La oscuridad que aprisiona a Jack es bastante intensa, la confrontación final entre Jack herido -y sin un brazo- y el vendedor es bella y aterrorizante a la vez. Este es el último número de una asombrosa miniserie, si no la han leído, todavía tienen la oportunidad de comprar el tomo recopilatorio, y deberían hacerlo.
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