Señal y ruido, de Neil Gaiman y Dave McKean
Para estos dos artistas británicos, el final de la década de los ochenta fue el pistoletazo de salida de una carrera que, pese a desarrollarse en diferentes direcciones, no ha podido evitar unirse cada cierto tiempo para dar a luz diversas obras conjuntas, ya sea en el terreno de la literatura, de la música o del comic-book.
Su primer trabajo, Casos violentos, se publicó en 1987 y apenas un año después ya se encontraban trabajando juntos para el mercado norteamericano con la miniserie Orquídea Negra. Desde 1989 ambos estuvieron muy presentes en la editorial DC Comics: McKean se encargó del dibujo sobre guión de Morrison en Batman: Arkham Asylum, uno de los mayores éxitos de la editorial y también ilustró todas las portadas de la serie de Gaiman The Sandman, que al final acabaría convirtiéndose en una de las mejores obras del tebeo americano reciente.
Por esas fechas, ambos autores quisieron seguir ligados al mercado británico que los había visto nacer y publicaron juntos una obra por entregas que debía mucho en estilo y forma a su primera colaboración juntos: Signal to Noise apareció a partir de 1989 en la revista The Face y fue republicada en tomo en el año 1992. Para la edición americana de Dark Horse, McKean añadió una serie de ilustraciones que separaran los capítulos y en el recopilatorio en tapa dura de añadieron a modo de prólogo una serie de historias cortas de un par de páginas de duración, dos de ellas firmadas en su totalidad por McKean y otra sobre guión de Gaiman: Wipe Out! (1989), Deconstruction (1990) y Vier Maurn (1990).
Esta historia de Neil Gaiman continúa con el tono intimista que pudimos ver en Casos violentos, pero analiza otras cuestiones como el sentido de la vida y la muerte, la relación entre el creador y su obra o aquello que perdura, en definitiva, la señal por encima del ruido. Una obra compleja en su guión y en la plasmación que proyecta McKean en las páginas, de gran formato y donde mezcla sus lápices y tintas, los colores oscuros y diversas técnicas de fotografía y collage. Todo para dar forma a una historia donde un artista reputado, un director de cine, se dispone a dar a luz su obra definitiva, aquella película de madurez que le permitirá por fin alcanzar la realización. Pero por desgracia eso no va a ser posible, porque se le diagnostica un cáncer terminal que le deja con apenas unos meses de vida. Mientras atraviesa por los estados anímicos naturales tras la noticia, decide que rodará la película en su propia cabeza, visualizándola paso a paso: una historia que tiene lugar en un pueblo cerca de una montaña en el año 999 d.C., cuando todos sus habitantes se preparan para un cambio de milenio que creen traerá el apocalipsis sobre la tierra y el final de todas las cosas.
De esa forma se mezcla los últimos meses del artista con la ensoñación que tiene lugar dentro de su cabeza, historias dentro de historias, trazando difíciles paralelismos entre uno y otro y permitiendo a McKean explayarse en el tablero de dibujo –en un momento hay una serie de ilustraciones a toda página, como si de cuadros de arte se tratasen, donde aparecen reflejados los Cuatro Jinetes del Apocalipsis-.
Es difícil describir el trabajo de estos dos británicos y separar las aportaciones de cada uno: sus obras en conjunto tienen un toque especial que las diferencia del resto de colaboraciones que han tenido por separado. Las viñetas se superponen las unas a las otras, varía el plano y el encuadre, el tamaño de las ilustraciones, a veces se usa texto impreso y otras diálogos, el punto de vista del narrador, etc. Señal y ruido es una obra compleja que no deja indiferente, como luego también lo sería, aunque no tanto, Mr. Punch.
Desde entonces Gaiman y McKean no han dejado de trabajar juntos, en muy diversos campos: en 1996 Gaiman adaptó para la BBC radio esta misma obra y McKean puso la música; en la primera película del segundo como director, Mirror Mask, Gaiman se encargó del guión. Ambos han desarrollado una interesante carrera en el cómic infantil, con tres títulos publicados, pese al estilo sombrío del dibujante, que sabe reciclarse como nadie, sobre todo gracias a unos colores más vivos. En las novelas juveniles escritas por Gaiman, McKean se han encargado de las portadas y de las ilustraciones interiores: Coraline o El libro del cementerio.
Especial atención merece la edición en tapa dura de Astiberri en nuestro país: solo pensar en la labor de traducción y maquetación que han tenido que llevar acabo sirve de explicación para una obra que ha tardado décadas en traducirse a nuestro idioma.