[Crítica] Sebastian O, de Grant Morrison y Steve Yeowell
“El nombre de Sebastian O es el epítome de la perversidad en los elevados círculos de la élite de Londres” (de la Cronología de Sebastian O). ¿Pero cómo se definía la perversidad en la era victoriana? Después de todo, en ese entonces, casi todas las prácticas sexuales eran “perversidades”. La moralidad de la época es sinónimo de represión sexual, e incluso Freud sugirió que la neurosis de la sociedad moderna era consecuencia de estas tradiciones rígidas y conservadoras.
No obstante, de acuerdo con Michel Foucault, el sexo fue exhaustivamente estudiado en la era victoriana, el sexo debía ser disciplinado. Previamente, no existían patologías sexuales… es durante estos años que cada práctica sexual es catalogada y luego considerada normal o anormal, y por ende, aberrante. Muchos sufrieron injustamente a causa de esta catalogación, incluyendo a Óscar Wilde, la inspiración detrás de Sebastian O, un personaje que es una metáfora de la sublimidad del arte.
Friedrich Nietzsche escribió que el arte debe guiarnos hacia el futuro, así es que tiene sentido que Morrison inserte al artista definitivo en una realidad alternativa que sólo puede tener el más impredecible futuro. De hecho, aprovechando subgéneros de la ciencia ficción como el steam-punk, Morrison recrea una Inglaterra bajo el reinado de la Reina Victoria pero añade maquinaria a vapor avanzada, y toda la tecnología que deriva de ello. Como resultado, aunque firmemente establecido en las postrimerías del siglo XIX, esta realidad ya ha conocido los mayores descubrimientos científicos.
Lo más fascinante de la propuesta del autor es mezclar un mundo de tecnología futurística con la idiosincrasia victoriana. Como resultado, Sebastian O, un chico bastante sensible vive atormentado y decepcionado, pese a ser el heredero de una fortuna envidiable. Así, su padrastro tiene una sola meta “erradicar las tendencias afeminadas del mozalbete”. Exiliado a temprana edad, este niño tendrá demasiadas aventuras, hasta que lejos de su patria, será “adoctrinado en los caminos del Hasheesheen, una secta enteramente masculina de asesinos del éxtasis”.
Tras su triunfal regreso a Londres, conoce a un grupo de hombres aparentemente inmorales, como el poeta adolescente y homosexual Arnold Truro, el ambicioso Lord Theo Lavender, el novelista sexualmente desviado George Harkness y el Abad que jura tener “devoción a los jovencitos de escasos recursos” cuando la verdad es que es un pederasta. Juntos son los fundadores del Club de Paradis Artificiel, donde este “hastiado grupo de consentidos y bien vestidos dandis imaginan un mundo de perfecto e impecable artificio”.
¿Por qué la concepción del arte es tan importante para ellos? Porque, de acuerdo con Nietzsche, el arte apolíneo es lo opuesto al arte dionisíaco. El reino de Apolo es un mundo de la voluntad de poder y la representación, de la individuación y por tanto de la finitud. Al convertirse en un asesino elegante, siempre preocupado por su apariencia física y sus búsquedas estéticas, Sebastian O se define a sí mismo como un individuo completamente aislado del vulgo. La esencia de Apolo es el sueño y el ansia primordial por la apariencia. Sebastian O está obsesionada por sus lujosos trajes, y esta urgencia revela la necesidad implacable de mantener una apariencia, una fachada indeleble que sostiene al espíritu del protagonista. Estéticamente hablando, la belleza no es sino la apariencia que cubre el horror; en este caso, los mórbidos deseos y las terribles opiniones de Sebastian O se ocultan perfectamente bajo su disfraz de civilizado y gallardo caballero.
Recordemos también que el arte apolíneo sigue ciertos parámetros: líneas sencillas, sobriedad, arquitectura no recargada; todos aspectos fundamentales de un hombre de distinción. Estos elementos también han inspirado a un artista como Steve Yeowell para buscar sencillez, limpieza y orden en sus páginas (Steve Yeowell había trabajado con el autor en la influyente serie de 2000AD Zenith, una historia muy distinta sobre un adolescente con súper poderes en el mundo “real”). Finalmente, la meta del arte sería transformar la existencia en belleza; Sebastian O, un atractivo joven, lleva el concepto del dandy a su desenlace lógico: la elegancia no es una virtud sino un deber; el buen gusto no es opcional sino obligatorio.
Acusado de sodomía, Sebastian O termina en la cárcel (tal como ocurrió con Oscar Wilde) y el Club de Paradis Artificiel se desbanda rápidamente. Pero Sebastian O no se ha entrenado en vano como un asesino místico, y luego de meses de prisión, escapa. Ahora la venganza es su misión, aunque sea para preservar su reputación. ¿Pero qué actos deshonrosos han estado practicando sus viejos amigos? ¿Qué puede ser más escandaloso que ver al abad todavía abusando de los niños? Cuando Sebastian O visita a sus viejos camaradas, encuentra aliados travestis y colaboradoras lesbianas, pero ¿será eso suficiente para derrotar a los misteriosos mercenarios que lo persiguen?
Además de todo esto, un antiguo miembro del Club de Paradis Artificiel ha estado conspirando por años, y ahora posee el poder para controlar absolutamente a la Reina Victoria. Con la Armada Real y los Caballeros de la Corona en su contra, ¿que podrá hacer el dotado dandy? Tal vez aniquilar las barreras y tabúes, y liberarse a sí mismo y a Inglaterra a través del sexo o, en su defecto, del homicidio en masa.