Museum, de Fernando de Felipe

Portada Museum - Fernando de- FelipeSi no me falla la memoria, hace casi 20 años leí por primera vez “Comix Internacional”, una magnífica antología que reunía a los mejores creadores europeos del momento, dirigida por Josep Toutain –el Toutain de los cómics–, emblemático editor que catapultó a la fama a innumerables guionistas y artistas, y responsable de revistas como “1984”, “Zona 84”, “Totem”, “Creepy”, etc.

Pese al altísimo nivel de calidad de esta publicación, había historias que destacaban más que otras; entre ellas, claro está, el magistral “Museum” de Fernando de Felipe. Resulta difícil recordar con exactitud qué fue lo que más me atrajo inicialmente, quizá fuera el humor negro, mordaz, ácido y sin piedad que caracterizaba a esta obra.

Supongo que para mí, y para cualquier otro aficionado a los cómics, es muy fácil sentirse identificado con el leit motiv de “Museum”. Estas páginas tienen siempre un elemento en común: la avidez del coleccionista; esa necesidad obsesiva de completar una colección es algo que todos los amantes del cómic pueden reconocer. ¿Hasta qué punto somos capaces de llegar para satisfacer nuestro insaciable apetito de coleccionista?

Fernando de Felipe nos presenta a un grupo de personajes que llevan el coleccionismo al extremo, convirtiendo una apasionada afición en una terrible adicción. Ahí está, por ejemplo, la tragicómica crónica de Rugiero Pianoforte, quien asesina uno por uno a todos los miembros de su familia para poder coleccionar, en bellas urnas, sus cenizas. “Pulvis eris et in pulverem reverteris”, es la cita que da inicio a esta desternillante y a la vez espeluznante historia. Fernando de Felipe hace gala de un humor macabro e insolente, pero absolutamente delicioso que permite que nos hagamos cómplices de un personaje tan extraño. Sin embargo, y he aquí el quid de la cuestión, nadie puede llevarse su colección a la tumba; por más que nos dediquemos una vida entera a reunir en un solo lugar aquellos objetos que tanto atesoramos, tarde o temprano tendremos que despedirnos de ellos y del mundo. Para el protagonista la solución es sencilla: luego de suicidarse, exige en su testamento que sus cenizas sean colocadas al lado de las urnas de los familiares que él mismo mató a lo largo de los años. Aunque, claro está, él es incapaz de prever qué es lo que sucederá después, cuando la colección íntegra pase a manos de un primo lejano de pocas luces que, buscando alivio para su estreñimiento, mezcla las cenizas junto con su café matutino.

Luego tenemos el caso de un reconocido diseñador que colecciona envases de alimentos: latas, botellas, cajas, bolsas, etc. Aunque su grave error es comerse el contenido de esos envases. Tras mucho tiempo de tener pésimos hábitos alimenticios, su cuerpo finalmente colapsa y termina hospitalizado. Rápidamente, este hombre reemplaza una colección por otra, dedicándose ahora a coleccionar envases de productos médicos, cajas de pastillas, frascos de píldoras, chisguetes, goteros, etc. Este tipo de personajes patéticos son ridiculizados en las descripciones que de ellos hace el guía de este insólito museo, incapaz de compadecerse de ellos.

El capítulo más escatológico corresponde al de una renombrada científica, una solterona sin vida social que decide “archivar” su cuerpo. Empieza de manera inofensiva, coleccionado el pelo que ella misma se corta, pero luego pasa a guardar sus uñas, y de ahí a almacenar todos los residuos que el cuerpo humano es capaz de producir: desde caspa y mugre, hasta la piel que ella misma se arranca, pasando por todo tipo de excrementos y secreciones. Al final, con esta repugnante colección, ella arma un golem putrefacto e invita a la prensa y a todas sus amistades para que admiren su inmunda creación. Esta historia en particular me dejó profundamente impresionado cuando la leí originalmente, y pese a los años sigue teniendo el mismo impacto e intensidad.

El único capítulo que rompe un poco el tono narrativo es el terrorífico testimonio de un respetado catedrático, un académico que colecciona evidencias de asesinatos en serie, evidencias que compra a precios exorbitantes a un policía corrupto. Los asesinatos son cruentos, retorcidos y violentos. El error de este académico es empezar a investigar los asesinatos, iniciativa que le cuesta la vida.

No he mencionado todos los capítulos que componen este delirante “Museum”, pero ya he demostrado lo irreverentes, originales, desquiciados y divertidos que pueden ser. Fernando de Felipe era, sin duda, uno de los autores más talentosos del panorama del cómic español a inicios de los 90s, pero tuvo la mala suerte de empezar su carrera en una época en la que la industria editorial española entraba en franco declive. Es por ello que existen relativamente pocas obras realizadas por él, y es una lástima, porque no solamente era un guionista excelente sino también un artista prodigioso. De trazos limpios y firmes, caricaturesco pero siniestro, extravagante y diferente a sus colegas europeos, el dibujo que F. de Felipe nos ofrece es inconfundible. Sus personajes, pese a desafiar los cánones de la anatomía clásica, están profundamente humanizados; del mismo modo, mediante el empleo del color, de Felipe crea en sus hombres y mujeres tonos de piel imposibles en la vida real pero que funcionan extremadamente bien en la página. “Museum” es el magnum opus de un autor que a los pocos años abandonó el mundo del cómic. Es, también, una joya perdida del cómic europeo, y una de esas obras inolvidables que uno siempre quiere releer, así pasen 10 o 20 años.

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