Miracleman # 14, 15 y 16, de Alan Moore y John Totleben
“A través de los años, cada golpe y cada abrazo han dejado una huella sutil […] Mi historia está encerrada en la naturaleza muerta de mi carne contraída, y si me muevo, todo se derramará hacia afuera”, afirma Miracleman. Y por ende debe moverse, ya que el movimiento representa el cambio, la energía, la vida. Todo ello es una danza, recreada como una ofrenda a los dioses. “Panteón” (publicado originalmente en Miracleman # 14, abril de 1988) comienza y termina con una danza siniestra, con el auge y la caída de Miracleman.
Winter ya ha superado los límites de la mente humana. Ella es ahora demasiado poderosa, incluso para su padre, Miracleman, y se ha aburrido de la Tierra y de nuestro sistema solar. Incluso el héroe más poderoso del mundo está aumentando los límites de sus propias percepciones. Después de visitar a los Qys, como vimos en “Hermes”, ahora Miracleman y Miraclewoman harán lo mismo con los Warpsmiths.
Mientras tanto, Liz es incapaz de recuperarse de los acontecimientos recientes. Si bien al comienzo de la serie ella estaba impresionada con Miracleman, ahora se siente casi asustada por él y su hija bebé. Temiendo perder la cordura, Liz decide abandonar a Michael Moran y Miracleman. Inmediatamente después, una fría y muy racional Winter llega a una conclusión. Ella no puede aprender nada en un lugar como la Tierra, y como es lo suficientemente poderosa como para viajar a los confines de la galaxia, lo hará, buscando conocimientos que ninguna mente humana podría comprender.
En un solo capítulo, Alan Moore elimina los elementos que definen la narrativa superheroica. Elimina a la novia del protagonista, y luego a la hija. Sin una familia, y sin ninguna razón para seguir adelante, Michael Moran se da cuenta de lo inútil que es su existencia en comparación con el divino Miracleman. En una doble página, el artista John Totleben transmite la soledad experimentada por Moran. Triste y cansado de una vida que ya no considera digna del esfuerzo, él se extravía en las montañas de Glencoe. Antes de su despedida final, se desnuda, deshaciéndose así de los últimos vestigios de su pasado y su vínculo con la civilización.
Totleben retrata magistralmente esta secuencia sumamente emotiva. Las lágrimas de Moran, el fracaso del ser humano, se contrastan con el físico impecable y la actitud calmada de Miracleman. Sin nada que le recuerde su propia humanidad, Miracleman está ahora en camino de superar su condición sobrehumana para convertirse en un dios. Para Moore, claramente, este es uno de los posibles resultados cuando se trata de superhombres: tarde o temprano, podrían desprenderse de sus simples, comunes y vulnerables alter egos.
¿Y quién podría ser más vulnerables que Johnny Bates (anteriormente conocido como Kid Miracleman)? Como vimos en los capítulos anteriores, Johnny es constantemente acosado por 3 chicos mayores que parecen estar poniendo a prueba los límites de su paciencia. Sin embargo, él se niega a pronunciar la palabra que lo convertiría en el más temible enemigo de Miracleman. Johnny intenta sobrevivir en un ambiente hostil pero, al final, es incapaz de protegerse a sí mismo; esto se hace evidente cuando uno de los chicos se quita los pantalones y procede a violarlo brutalmente. Indefenso después de una severa paliza, Johnny no puede soportar el dolor y la humillación, y hace lo único que puede hacer. Pronuncia la palabra que da rienda suelta al monstruo que casi destruyó Londres. Totleben no necesita ser demasiado explícito en esta escena, la agonía y las lágrimas en el rostro de Johnny son más que suficientes para enfatizar el violento ultraje.
El arte de Totleben es absolutamente impresionante, abarcando una amplia gama de exigencias visuales: los escenarios alienígenas de los Warpsmiths en una página, la depresión melancólica de Michael Moran en la siguiente, las acciones serenas de Winter y las actividades despiadadas y crueles de los adolescentes. «En el excepcional arte de John Totleben en Miracleman, su trabajo en las secuencias de danza en ‘Panteón’ es quizás el más llamativo. Totleben hizo numerosos estudios de figuras (lápiz y tinta china sobre papel de calcar) para capturar la danza de Miracleman. Los resultados son bellas expresiones de figura y movimiento, angustia y pesar; un íntimo preludio emocional para el horror que está por llegar».
Miracleman # 15
“Si yo fuera otro desearía pedirle a dios no ser yo mismo, pero al ser dios, no tengo a nadie a quien dirigir semejantes súplicas”, explica Miracleman, perdido en sus pensamientos y vagando por los pasillos vacíos del Olimpo. Incluso al ser una deidad omnipotente, no es ajeno al remordimiento. Él lamenta lo que sucedió hace años en Londres; algo que todavía le provoca pesadillas. Además de la destrucción de la ciudad, él recuerda vívidamente la tortura inhumana infligida por Johnny Bates a seres humanos indefensos.
Alan Moore combina futuro y presente en “Némesis” (publicado originalmente en Miracleman # 15, noviembre de 1988), el inolvidable clímax narrativo de la saga del Olimpo, en donde se sugiere cuidadosamente las similitudes entre el mayor superhéroe de la Tierra y su vengativo ex-compañero. El artista John Totleben comparte con nosotros una notable página en la que el cruel Johnny Bates está sentado, no se ve cansado, sino ligeramente aburrido después de horas de destrucción sin sentido. Rodeado de innumerables cabezas decapitadas y las ruinas de lo que alguna vez fue la capital de Inglaterra, Bates espera la llegada del héroe.
En su mente atormentada y maligna, Bates tiene un sólo objetivo: matar a Miracleman. Por supuesto, su antiguo mentor está acompañado por el emisario de los Warpsmiths, Miraclewoman y otros aliados. La batalla es brutal y sumamente impresionante. Uno por uno, todos los camaradas de Miracleman fracasan contra Bates. Durante la lucha, Alan Moore describe los sorprendentes poderes de estos personajes y Totleben se asegura de traducir sus ideas e imaginativos conceptos en imágenes únicas y arrebatadoras.
“La batalla, demasiado inmensa para ser contenida en hechos simples, ha dado lugar a tantas leyendas distintas, cada una con sus propios seguidores; tan válidas, o acaso más, que la verdad”, afirma Miracleman en su futuro olímpico. En dos páginas maravillosas, Moore da rienda suelta a su creatividad con seis reinterpretaciones legendarias de la batalla de Londres, la batalla por la salvación del mundo.
Al final, Aza Chorn, embajador de los Warpsmiths, piensa en la estrategia adecuada para derrotar a Bates. Bates es como un dios inmortal de la destrucción, la muerte y la guerra, y no puede ser matado ni destruido, aunque sí herido. Y cuando es herido, él olvida que es una criatura sobrehumana y reacciona tal como lo haría un ser humano normal. El resultado: pronuncia la palabra que lo convierte en su verdadero ser: un niño de 13 años de edad, todavía asustado y herido después del abuso sexual sufrido en el capítulo anterior.
Al ser huérfanos, Miracleman y Kid Miracleman habían encontrado el uno en el otro a una familia sustituta. Habían sido amigos y socios durante mucho tiempo. Pero las cosas habían cambiado, como vimos en el comienzo de la serie. Ahora Miracleman finalmente entiende que solamente queda una solución, una desgarradora alternativa. Él rompe el cráneo de Johnny, y luego sostiene su cuerpo sin vida con la misma agonía de un padre que carga el cadáver de su hijo.
Esta escena inolvidable fue inicialmente concebida como una sola página “pero sintiendo que este momento clave necesitaba más espacio, Totleben la amplió para transmitir la profundidad de la angustia de Miracleman y el grado de destrucción de Londres”. Como un artista del Renacimiento que pasa años pintando el apocalipsis o el inframundo, Totleben dedicó una cantidad considerable de tiempo para una de las mejores páginas dobles que he visto en mi vida. Al igual que el infierno en la Tierra, como la consecuencia de una guerra imposible, podemos admirar en estas dos páginas un mural de valor artístico sin precedentes, una composición dramática que describe con sobresaliente detalle el horror del triunfo tanático de Bates. Podría pasar horas contemplando esta página doble y seguiría sorprendiéndome con las imágenes violentas de empalamiento, desmembramiento, mutilación, decapitación y muerte. Totleben adopta un enfoque visceral en relación a la devastación, y transmite las más intensas emociones humanas en estas dos páginas. Miracleman y un Johnny Bates sin vida son apenas una fracción de este apocalipsis.
La página final es otro toque magistral de Totleben; ocurre años después de la catástrofe. El Olimpo sobrevuela por encima de los últimos vestigios urbanos de lo que antes era Londres. Un Miracleman melancólico y meditativo camina entre los miles de esqueletos que custodian las ruinas de la metrópolis arrasada. Se sienta y sujeta un cráneo, tal como lo hace Johnny Bates en la página inicial. Moore resume todo brillantemente: “Estos pastos sepulcrales sirven como un recordatorio, un memento mori, que nunca nos permitirá olvidar que aunque el Olimpo perfora los mismísimos cielos, en toda la historia de la Tierra, nunca ha habido un paraíso; nunca ha habido una casa de los dioses… que no haya sido construida sobre huesos humanos”.
Miracleman # 16
“Y fue así como bosquejamos planos puros y abstractos, libres de toda complicación moral, y fuimos los arquitectos de los sueños”, explica Miracleman. Alguna vez el héroe más grande del mundo, Miracleman finalmente ha aceptado su condición de divinidad postmoderna en “Olimpo” (publicado originalmente en Miracleman # 16, diciembre de 1989), último número escrito por Alan Moore.
Después de derrotar a Johnny Bates, Miracleman comprende que no hay fuerza en la Tierra y tal vez en toda la galaxia que pueda someterlo. En muchos sentidos, la saga del Olimpo concluyó en “Némesis”, pero este es un muy necesario epílogo que pone punto final a la innovadora labor de Moore en el género superheroico. En todos mis años como lector de cómics, nunca pensé que iba a encontrar una propuesta capaz de entender tan bien las raíces del superhéroe como arquetipo, y de explorar al mismo tiempo las fisuras estructurales de una narrativa que corría el riesgo de quedarse estancada y volverse predecible antes de que Moore y otros autores británicos revitalizaran la industria.
Muchos lectores consideran “Watchmen”, como la deconstrucción definitiva de los superhéroes, sin embargo, la prestigiosa serie se centra más en los aspectos psicológicos de los vigilantes enmascarados (de hecho, salvo Doctor Manhattan, no hay individuos súper-poderosos en Watchmen); así, en cierto modo, el Miracleman de Moore es la otra cara de la moneda. Aquí, Moore se adentra profundamente en la noción de poder, y a un nivel superlativo. El superpoder, entonces, ya no es el deus ex machina que le permite al héroe salvar al mundo o escapar de un peligro fácilmente, sino más bien lo que define y da forma al protagonista sobrehumano.
En los años 50s, Miracleman era un aventurero con capa deseoso de luchar contra llamativos supervillanos. En manos del autor británico, Miracleman se transforma primero en un superhéroe complejo, sin embargo, a pesar de sus defectos y conflictos internos, en los primeros capítulos todavía lo vemos como si fuera un Superman o un Capitán Marvel. No obstante, en los capítulos siguientes, esto cambia. Al comienzo de la saga del Olimpo, la condición divina de Miracleman se sugiere al inicio para luego hacerse más evidente. Como un dios que reina en las alturas del Monte Olimpo, Miracleman sueña con el mundo del mañana: “Sueño con insignias, sueño con rayos destellantes, planetas, letras, estrellas […] Yo sueño con ciudades que harían llorar de alegría a los viejos futuristas, si pudiesen verlas”.
Tal vez en el pasado había algo que restringía a Miracleman. Quizás su propia humanidad era su punto débil. Pero ahora ya no es humano, él es el poder absoluto, y no hay barreras, no hay límites para las cosas que puede hacer: su primera tarea es organizar una reunión con la primera ministra de Inglaterra, Margaret Thatcher. En la reunión, Thatcher cree que ella está ahí para negociar, para conservar las pocas migajas de poder que todavía quedan sobre la mesa. Sin embargo, ella está lidiando con un implacable individuo que ya ha demostrado su superioridad. Humillada y en estado de shock, Margaret Thatcher sale de la habitación, aceptando que nunca más volverá a ser una persona influyente. Supongo que escribir estas páginas debe haber sido muy terapéutico para Moore (que siempre ha sido muy honesto en cuanto a su postura anti-Thatcher).
El siguiente movimiento es buscar todos los dispositivos nucleares y arrojarlos al sol. Una medida drástica que se explica en las Naciones Unidas, frente a los líderes que se dan cuenta de lo impotentes que son ahora. No satisfecho con eso, Miracleman decide eliminar el dinero: “El dinero es una promesa, para redimir el efectivo de cada portador por su valor en oro o mercancía. Una promesa vacía. Si acaso exigiéramos todos a la vez la redención de nuestras monedas, nos enteraríamos de que esa riqueza no existe. El dinero es imaginario […] El próximo verano ya no habrá dinero… se trata, claro está, de algo que nunca existió”. Sin dinero, la delincuencia en las ciudades desaparece, pero todavía hay otros problemas como el hambre y la pobreza en los países subdesarrollados, el crimen organizado, los cárteles de la droga y así sucesivamente, Miracleman encuentra una manera de lidiar con todo eso. La sociedad sufre una transformación radical. El mundo es irreconocible, pero Miracleman sigue adelante. Él tiene grandes planes para la humanidad y no se detiene ante nada para llevarlos a cabo. Los conceptos desarrollados a continuación son, de hecho, los frutos más deliciosos que puedan ser cosechados de la mente creativa de Alan Moore.
“Miracleman” es un logro suficiente para considerar a Moore como un genio, pero lo que es aún más notable es que en algún momento él estaba escribiendo “Miracleman”, “Swamp Thing” y “Watchmen” al mismo tiempo. Él no estaba produciendo una obra maestra tras otra, más bien las estaba produciendo simultáneamente. No hay nadie más en la historia del noveno arte que haya logrado algo parecido, ni de lejos.
En el pasado, los cómics de superhéroes podían ser reducido a sus componentes más básicos, es decir, la eterna lucha entre el bien y el mal, la inacabable batalla entre héroes y villanos. Sin embargo, después de “Watchmen”, los escritores de cómics sintieron la necesidad de tener un enfoque más sofisticado, y por lo tanto produjeron historias que cuestionaban la naturaleza del héroe y del villano, sustituyendo una perspectiva exclusivamente a blanco y negro por otra con necesarios tonos de gris. Lo que Alan Moore hace aquí es ir aún más lejos, ya que se atreve a responder preguntas que nadie tuvo el coraje de formular. En toda publicación de Marvel o DC siempre hay una explicación acerca de por qué los héroes deben defender el statu quo del mundo, sin importar lo injusto que sea. Los superhéroes no pueden cambiar el curso de la historia, nunca pueden interferir en los países asolados por el hambre y la miseria, no pueden ni curar el cáncer, ni otorgar a la humanidad el don de una tecnología avanzada que está reservada sólo para sus aventuras. En resumen, los superhéroes no pueden cambiar el mundo de una manera significativa, y seguro que tiene sentido desde un punto de vista narrativo. Después de todo, los cómics son una narración continua y sin fin, y para que esto sea así, los superhéroes nunca deben resolver ningún problema de manera definitiva, ni deben deshacerse de sus enemigos quienes, al fin y al cabo, deben reaparecer continuamente. Sin embargo, en Miracleman, todas estas reglas se rompen. Y precisamente por eso es una de las más grandes obras maestras contemporáneas.
John Totleben tardó más de un año para completar las 32 páginas de esta última entrega (con la excepción de unos pocos paneles preciosamente ilustrados por Thomas Yeates). Y el resultado es una hazaña artística de una belleza sin precedentes. Sus diseños son impresionantes y su Olimpo es fastuoso y sobrecogedor: “una gran extravagancia en decoración que dejaría en ridículo a Versalles o Babilonia la Grande”. Además de sus exquisitas composiciones e imágenes ricamente detalladas, Totleben también sorprende a los lectores con varios experimentos visuales: algunas páginas son simplemente el producto de lápices más tintas, otras incluyen tinta lavada y acrílico blanco; dominando todas las técnicas artísticas que uno podría mencionar, Totleben pinta algunas páginas con témpera, y destaca en el uso de óleos sobre lienzo. Ya había elogiado el talento de Totleben en mis reseñas sobre “Swamp Thing”, pero su trabajo en Miracleman es incluso mejor.
Cuando terminé de reseñar Swamp Thing después de 2 años, pensé que iba a necesitar más tiempo para hacer lo mismo con Miracleman, y no me equivoqué. Después de 3 años, por fin he terminado. Aquí están el resto de mis comentarios sobre Miracleman. A Leer y a disfrutar de ellos:
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