Jupiter’s Legacy 1, de Mark Millar y Frank Quitely
1929. La caída de Wall Street. Los hombres más ricos de Estados Unidos pierden sus fortunas en un día. La clase trabajadora pierde absolutamente todo. El país está en ruinas. “Estados Unidos fue la idea más grandiosa en la historia humana, las personas más recursivas que el mundo jamás había conocido y, sin embargo, aquí estábamos reducidos a hacer colas para el pan o para la sopa de caridad”. Suena como ficción, pero cualquiera con el más mínimo conocimiento de historia estadounidense entenderá qué tan seria fue la crisis económica de los 20.
Cuando la gente no tiene dinero ni esperanza, la industria del entretenimiento florece. Es la necesidad del escapismo. Es por eso que dos adolescentes, todavía en secundaria, inventaron un personaje “más rápido que una bala y más fuerte que una locomotora, capaz de saltar edificios de un sólo brinco”. No es coincidencia que la más grande depresión financiera fuese acompañada por la creación de Superman y cientos de súper-héroes (así como extravagantes películas que tenían poco o nada que ver con el mundo “real”).
Sin embargo, en el capítulo inicial de Mark Millar, sucede algo diferente. Un hombre en bancarrota busca una isla misteriosa que ha inspeccionado en sus sueños. Lo acompañan su hermano, su esposa y sus mejores amigos. Después de llegar a la isla retornan a tierra firma “envueltos en trajes que levantaban el espíritu de cualquier que los viese”, sus habilidades y poderes sobrehumanos parecen rivalizar sólo con su elevada moral: “No nos importaba el dinero o la política. Nuestro único deseo era servir a nuestro país y nuestro idealismo infinito inspiró lo mejor en todos los que se nos acercaron”… excepto, por supuesto, sus propios hijos. Idolatrados como semidioses y súper-celebridades, estos héroes son las figuras más famosas del mundo, y desde luego sus hijos e hijas sacan provecho de esta popularidad, y retozan en la inmerecida gloria de ser los herederos de los salvadores del mundo.
El hombre que encontró la isla es el mundialmente renombrado Utopian, un súper-héroe similar al padre del género, el mismísimo Hombre de Acero. Lo definen la moralidad, decencia y admiración por el estilo de vida norteamericano. Él es el líder del equipo, responsable de defender al mundo contra incontables amenazas. Después de 80 años, todos los villanos importantes han sido derrotados, todas las amenazas cósmicas neutralizadas, y sólo el ocasional villano fugitivo arruina la calma lánguida que ha sido establecida hace mucho.
Cuando uno de estos villanos intenta escapar, es atacado por Utopian y su equipo. El hermano de Utopian, tal vez por piedad o simplemente por aburrimiento, entra a la mente del enemigo y lo lleva a una ‘pintura psíquica’ de su propia creación. Allí, ambos pueden experimentar la paz de un lago azul, en una tarde soleada. Así, el villano no sentirá ningún dolor mientras los superhumanos rompen su columna y quiebran sus huesos.
Los hijos de Utopian, como siempre, no han respondido la llamada de emergencia. Están un tanto ocupados emborrachándose o drogándose, y no les importa un carajo el desfasado concepto de justicia de sus padres. El hermano de Utopian está harto del mundo en el que viven, está en contra de la ambición de los banqueros que causaron la caída de 1929 y los que lucran con los conflictos bélicos gracias a la tendencia de Estados Unidos de declararle la guerra a otras naciones. La economía está de nuevo en peligro, Wall Street está fuera de control otra vez y como resultado la gente está perdiendo sus hogares y dándose cuenta que la comida se ha convertido en un bien escaso; mientras tanto, los hijos de la generación superheroica continúan amasando millones gracias a la publicidad y la astuta manera en la que explotan su fama.
El guión de Mark Millar es fascinante, y ha encontrado al artista perfecto para este proyecto. Frank Quitely, quizás el mejor artista de su generación. Quitely recrea vigorosamente la atmósfera de 1929 en las primeras páginas, mostrándonos las calles empobrecidas de New York, la gente andrajosa que hace cola para recibir un poco de comida, los callejones oscuros con mendigos y el decadente escenario detrás de ellos. Hay un drama visual aquí, pero también rigor histórico. La secuencia de pelea es tan asombrosa como su trabajo en “Flex Mentallo”, la pintura psíquica es una imagen idílica, contrastada agresivamente con la hija de Utopian y su hábito de inhalar cocaína.
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