Ghost Rider: El Espíritu de la Venganza
En 1973 vió la luz un personaje llamado a encandilar a varias generaciones de lectores marvelitas. Su craneo llameante, su motocicleta y una vestimenta fuera de los estándares de spandex hicieron del Motorista Fantasma un ícono del cómic.
Aunque la idea del craneo flamígero no era nueva (ya existió en los años cuarenta un personaje con semejante característica – que terminó siendo miembro de los Invasores – llamado Blazing Skull) y el nombre ya había sido utilizado con anterioridad por la propia Marvel en 1967, el concepto del personaje sí que era innovador.
Johnny Blaze, motorista acróbata de circo, realiza un pacto con Satán (en aventuras posteriores se aclararía que no era tal) para salvar a su mentor del cáncer, a cambio de ponerse al servicio del demoniaco ser. Pero aunque el pacto fue respetado, el pobre hombre moriría pocos días después en un accidente en la pista. De esta forma, Johnny quedó obligado a “prestar su cuerpo” para que la entidad lo utilizase cada noche. El conflicto interno de “el hombre luchando contra su demonio interior” fue un leif motiv que le sirvió a la serie durante casi una década, así como la pasión por el mundo de las dos ruedas o su componente esotérico, el cual ayudaba a plagar de demonios y otros seres nocturnos las páginas de la misma.
Pero los tiempos estaban cambiando, así como los lectores, y este tipo de aventuras no eran las que marcaban las ventas. La magia y los demonios no eran el motor que impulsaba al consumidor de esa década, de forma que las aventuras de Johnny se fueron diluyendo hasta cerrar la colección en su número 81 (junio de 1983), dejando al protagonista libre de la maldición, para poder pasar lo que le quedase de vida junto a su amada Roxanne.
A finales de los ochenta otro tipo de héroe estaba cautivando a los lectores: los justicieros, con J mayúscula, estaban causando furor. Ya fuese el lado salvaje de Lobezno o la ausencia de compasión de Punisher, este tipo de aventuras y de antihéroes eran los que demandaba el público. Howard Mackie (amante de las historias con gangsters y mafiosos) fue el que pensó en rescatar al Motorista del olvido, pero cambiando radicalmente al personaje. Y este es el Ghost Rider que encontrarás aquí.
Para empezar, el aspecto físico del héroe tan sólo conserva el craneo en llamas: mientras que la vestimenta se adecua a la dureza de los tiempos (chamarra de cuero con remaches, clavos y cadenas), la motocicleta cambia sus neumaticos de caucho por otros también flambeos, así como su chasis, dando un aspecto más blindado y amenazador que la Harley de Blaze. También los poderes varían y se amplían sensiblemente (en el tomo descubrirás una cosa llamada “mirada de penitencia” que tiene sus migas), así como una marcada diferencia entre las personalidades y formas de actuar de Danny y el Espíritu.
El guión (a diferencia de los no tan afortunados realizados en Spider-man) es tremendamente atractivo. No hay una explicación a los poderes que Danny Ketch comienza a desarrollar desde el inicio de la historia. El lector es introducido directamente en una situación a la que Danny se ve abocado sin poder remediarlo, y el azar o el destino hace que se tope con una motocicleta a través de la cual adquiere su estatus y los poderes. El origen pierde importancia en pos de una trama que va creciendo y acaparando tu atención. Bandas de traficantes, macarras del Bronx y villanos tremendamente urbanos son los sparrings de este Motorista, que aparece cada vez que es derramada sangre inocente.
Poco a poco, vamos viendo como el alma atormentada de Danny hace que se vaya entregando a los designios del Espíritu de la Venganza, consumido por la culpa de los hechos acaecidos en el primer número.
Yo, que no soy un habitual del personaje, me he quedado maravillado del buen hacer de Mackie, acompañado por los grandes dibujantes Javier Saltares y Mark Texeira. Es una aventura que se lee de un tirón y que te deja con ganas de más, y tengo que considerarlo y recomendarlo como una compra necesaria este mes.
