[Crítica] Flex Mentallo: El justiciero musculoso #2, de Grant Morrison y Frank Quitely
“No es el ácido lo que me está matando. Son los analgésicos. No puedes tener una sobredosis con LSD” afirma Wally Sage. Él no tiene intenciones de llamar a una ambulancia, en vez de eso prefiere gastar sus últimos minutos hablando por teléfono con un desconocido samaritano. “Y había niños pequeños, agachándose en un círculo… ellos estaban cagando en el piso”, recuerda. ¿Qué tipo de trauma infantil experimentó allí? ¿Y por qué no puede recordar quién lo llevó a ese horroroso lugar?
¿Cómo podríamos evitar el traumático impacto de exponernos a nosotros mismos al aterrorizador abismo del otro? ¿Cómo podríamos lidiar con aquello que provoca ansiedad, es decir, el encuentro con el deseo del otro?. De acuerdo a Lacan, la fantasía proporciona una respuesta al enigma del deseo del otro. Un enigma que se vuelve inalcanzable en el caso de Wally. ¿Es su depresión tal vez una consecuencia de no ser capaz de identificar el deseo del Otro? Simultáneamente, Flex Mentallo revive su batalla final contra el hombre mentallium y asevera: “¿sería el mentallium rosado? bajo su influencia yo era invariablemente invitado a explorar complejos temas de género y sexualidad”. Aquí el deseo del otro es claramente una parte de la debilidad de Flex Mentallo, ya que no puede olvidar el hecho de que una sustancia alienígena (similar a la kriptonita de Superman) puede forzarlo a participar en prácticas sexuales consideradas como aberrantes…



De acuerdo a la teoría lacaniana, no existe mi propio deseo, todo lo que existe es el deseo del otro, el deseo de aquellos que me rodean y con quienes interactúo. La pregunta original no es “¿qué es lo que quiero?” sino “¿qué es lo que los otros quieren de mí? ¿Qué ven en mí? ¿Qué soy yo para los otros?”. No obstante, no hay respuestas para estas preguntas, nunca podemos saber lo que el otro quiere de nosotros. Y esta duda puede ser una tortura. En la mente de un joven prostituto, algunas respuestas son evidentes: “Estoy harto de la cosa real. Mugre y mierda y chupársela a tíos gordos por unos cuántos dólares […]”. Así, las drogas se convierten en la única vía de escape de la realidad. Uno de sus amigos, un travesti ve a Flex Mentallo y le pide ayuda. Flex Mentallo intenta salvar al joven, pero es demasiado tarde, una sobredosis le cuesta la vida, pero no sin antes mostrarle en un estado alucinatorio un mundo repleto de súper-héroes, un mundo que puede ser salvado. Rodeado de prostitutos y travestis en un asqueroso baño público, Flex Mentallo comprende que no es su prerrogativa salvar el mundo. Ya no lo es porque el mundo ha cambiado y quizás, sólo quizás, él no se ha adaptado a los cambios.
Mientras tanto, Wally Sage explica las diferencias entre la Edad de Oro y la de Edad de Plata de los cómics. En la Edad de Oro teníamos “musculosos en disfraces, figuras masculinas idealizadas, el cuerpo duro de Charles Atlas. La realización plena del deseo homoerótico”. Luego llega la Edad de Plata, un estado de flujo, de constantes modificaciones y alteraciones, en las que el cuerpo del héroe podía ser transformado en diferentes animales o especies alienígenas, la forma humana es constantemente modificada: “los héroes masculinos se vuelven fluidos y femeninos” […] “como una profecía de la llegada del LSD en las calles de Norteamérica”.
Luego de patrullar por la ciudad, Flex Mentallo entra a una taberna en la que un viejo borracho le dice que otros súper-héroes existen, y que se esconden entre nosotros, con identidades secretas. Aquí, el retrato que hace Frank Quitely de un envejecido Clark Kent que lee el Daily Planet es sutil y encantador. En otras páginas, sin embargo, la sutileza abre paso a las imágenes de gran escala, a momentos épicos llenos de personajes y de acción. El dramático desarrollo de la historia de Morrison adquiere incluso más profundidad y significado gracias al arte de Frank. Algunos críticos podrían considerar a Morrison y Quitely como el mejor equipo creativo de las últimas dos décadas, y honestamente al ver sus páginas sería difícil argumentar lo contrario.
Crítica de Flex Mentallo: El justiciero musculoso #1, de Grant Morrison y Frank Quitely