Ergün l’errant: le dieu vivant, de Didier Comès

Portada El Dios VivientePor más que uno quisiera, resulta difícil acceder a cómics de otras latitudes. A veces cuestiones tan simples como el idioma o simplemente la falta de difusión de obras emblemáticas, causan consecuencias graves: terminamos pasando por alto el trabajo no solamente de los países vecinos sino también del viejo continente. Por ejemplo, cuando pensamos en el cómic belga, seguramente nos vendrá a la mente el famosísimo “Tintin” de Hergé, y quizá uno que otro título más. Pero olvidamos que Bélgica se ha destacado desde hace más de medio siglo por presentar orgullosamente una gran variedad de cómics creados por guionistas y dibujantes de primer nivel.

Indudablemente, uno de los mejores autores belgas es Didier Comès, heredero de la “ligne claire” de Hergé, pero también cultivador de un realismo que nos recuerda a Hugo Pratt y de una expresividad que nos remite a Jacques Tardi. En 1980, la editorial belga Casterman publicó “Ergün el errante: el dios viviente” en formato álbum, y gracias a la buena acogida y a los premios obtenidos en el Festival de Lucca (premio Yellow Kid 1980), en la península ibérica se animaron a sacar una edición en castellano, que es la que hoy tengo en mis manos.

Página El Dios Viviente - 01Como anuncia Moncho Cordero en el prólogo de esta edición española “las obras de Comès están todas ellas impregnadas de misterio, de magia, de sucesos paralelos, de todo un mosaico de sorpresas escalofriantes, de sueños, y de una candorosa ingenuidad”. El autor belga, ciertamente, se circunscribe a una concepción clásica de la aventura, en la que el único fin es el entretenimiento del lector; quizás por ello, algunas de las peripecias de Ergün no resistan un análisis narrativo concienzudo, pero eso no disminuye en nada el enorme encanto de este cómic.

Desde luego, lo más impresionante de esta obra es el arte. Comès es un maestro absoluto de las formas, y hace gala de un trazo minucioso, desbordante de detalles y, sobre todo, una insuperable comprensión de la secuencialidad y la representación del movimiento. La creatividad de este magnífico artista belga se hace evidente en cada página, desde el llamativo diseño de sus personajes, hasta la arquitectura. Una mirada al salón del trono del dios viviente es suficiente para observar cómo, en una sola viñeta, pueden confluir el barroquismo de antaño con elementos arquitectónicos góticos, las líneas sinuosas y la simetría absoluta. Comès transmite un gran dinamismo en las escenas de acción, como podemos ver en la pelea entre el protagonista y un hombre mariposa, peculiar raza alienígena del planeta en el que ha aterrizado Ergün.

Página El Dios Viviente - 02Página El Dios Viviente - 03Comès es capaz de demostrar su increíble talento en un simple recorrido en dirección al calabozo, que se convierte en un espectacular y sobrecogedor ejercicio de perspectiva. Las dos páginas finales que incluyo a continuación son dos de mis favoritas, la caminata de Ergün por un corredor flanqueado de esqueletos gigantescos, enfundados en tétricas armaduras, es una imagen realmente alucinante. Y, finalmente, la cápsula espacial terráquea, en la cima del templo, es un toque magistral, que conjuga la realidad con la fantasía de una manera inigualable; incluso la viñeta con los astronautas momificados añade tensión y misterio a una página ya de por sí sumamente evocadora.

Definitivamente, queda pendiente hablar sobre otros artistas belgas en el futuro, pero de todos modos, hoy he querido darle prioridad al gran Didier Comès. Hacía ya mucho tiempo que había ido aplazando este post. Publicar o perecer, afirma un conocido adagio. Y algo de verdad debe tener, sobre todo si nos fijamos en escritores o dibujantes que no parecen ser capaces de sobrevivir a un largo periodo de inactividad. Aunque el 2012 el Musée des beaux-arts de Liège le rindió un merecido homenaje a Comès, lo cierto es que él hacía años que ya no publicaba nada; luego de una presentación de sus originales el 2013, en el Festival d’Angoulême, Comès abandonó prematuramente nuestro mundo. Sin duda, una enorme pérdida para el noveno arte.