Rosalie Blum, de Camille Jourdy
Vincent es peluquero en una pequeña ciudad de provincias y todavía vive bajo las faldas de una madre posesiva y desquiciante. Su existencia discurre monótona sin diferenciar un día de otro. Eso cambiará cuando por casualidad conozca a Rosalie Blum, una vecina por la que sin propósito alguno sentirá curiosidad. La mujer se convertirá en una obsesión que introducirá un poco de emoción en la aburrida vida de Vincent. Éste comenzará primero a observarla y luego perseguirla para intentar saber todo lo que pueda de ella.
De esta premisa tan sencilla parte Camille Jourdy para contar en tres partes una historia prosaica y cotidiana narrada con sensibilidad y estética delicada. El dibujo de Jourdy, cercano a la ilustración de cuentos infantiles, es casi naif, una sensación que queda reforzada por la tipografía empleada. Es esta una sencillez aparente y engañosa, pues la autora es una maestra del trazo y el colorido, ambos exquisitos. Su línea es cuidada y preciosista, su empleo del color, sutil y afortunado. Jourdy sabe sacar todo el partido a la expresividad facial y corporal para construir un relato de sensaciones y emociones. Una bonita y melancólica historia sin sobresaltos que deja discurrir lentamente y a la perfección, moviendo su objetivo con maestría, penetrando en sus personajes con sabiduría, mostrando una plena madurez tanto en el guión como en el dibujo, cargando su discurso de detalles cristalinos y enriquecedores.
La autora francesa sabe narrar, no se limita a mover su objetivo como una cámara, ni a abrir una ventana a través de la que el lector pueda observar. Rompe los límites tradicionales de la viñeta y utiliza la perspectiva para conseguir crear la sensación que busca. Mezcla la realidad con los sueños para entrar en la psique de sus personajes, para mostrar sus anhelos y sus miedos. Jourdy es una habil observadora de su entorno y de las personas, y cuenta su historia expresando tanto con miradas y silencios como con los diálogos. Conversaciones a través de las cuales perfila y define reacciones que denotan una incisiva caracterización psicológica de los seres que pueblan su imaginario. Si en el primer volumen de la trilogía se nos muestra la cotidianeidad de Vincent y cómo este va descubriendo a Rosalie, en el segundo se nos narra la misma historia desde el punto de vista opuesto, el de la mujer. Vincent pasa de perseguidor a perseguido, y al ser observado por una tercera persona, Aude, la sobrina de Rosalie, su pequeño día a día va cobrando relevancia. Poco a poco, Aude irá encontrando en él pequeños encantos y se irá interesando por el modesto peluquero. Perfectamente estructurado, el círculo se cierra y concluye enlazándolo todo en el tercer tomo. Rosalie Blum es una delicia para los degustadores de placeres mínimos y profundos. Déjese llevar por ella y se sentirá como si estuviera en casa en una tarde lluviosa.
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