[Crítica] El Punisher de Jason Aaron
Imagínate por un momento que te dan carta blanca para hacer lo que te de la gana con Frank Castle. Puedes adaptar sus motivaciones a tu gusto, puedes hacerle interactuar con quien tú quieras, te dejan que sea tan cafre como te de la gana y, aunque no de manera explícita, puedes hasta poner goticas de sexo en las historias. ¿Qué pensarías? Pues supongo que te lanzarías de lleno a escribirlo. Pues todo ésto es lo que está llevando a cabo Jason Aaron en la serie Punisher de la línea Max.
Comenzamos mandando a paseo cualquier conexión con el Universo 616 (tambien conocido como Universo Marvel de toda la vida). Ahora el amigo Castle no tiene ni un sólo tipo con mallas pululando por su serie, o al menos de momento. Porque en las tres medias docenas de grapas que un servidor lleva leídas no tenemos nada de éso. Fale, es cierto que tenemos a Bullseye y Elektra, pero nada de disfraces chillones ni actitudes pijameras.
Despaciosamente, con arcos argumentales de cinco/seis entregas cada uno, Aaron nos plantea un Frank desocializado, prácticamente carente de conexión alguna con el resto del género humano. De hecho si no fuera por la necesidad de alguien para curarle las heridas no veríamos a nadie relacionarse con él más allá de estar al otro lado del arma que Castle esté utilizando en ése momento.
A partir de las pinceladas dejadas por los guionistas anteriores, como suele hacerse en casi todos éstos casos, el guionista hace suyo el personaje. Y puestos a seguir una estela, y ya que tienes como dibujante a Steve Dillon, pues ¿qué mejor que ser todo lo bestia, cafre, salvaje y sin tapujos que te sea posible? Así que ante nuestras pupilas pasearán chorretones de sangre, miembros amputados, ojos colganderos de las cuencas, piernas zigzagueantes por los huesos rotos, y otras lindezas.
Un momento, que voy a mirar el post-it que tengo en la mesa… No hay pijamismo, hecho. Frank solitario, hecho. Salvajismo, hecho. Ahora toca contar algo de la historia…
Pues nos trasladamos a un momento indeterminado del pasado reciente. Wilson Fisk todavía no es el Kingpin asentado que conocemos, su hijo Richard es un mozalbete y su mujer está al tanto de sus tejemanejes. Los mafiosos están hartizos de que Punisher les fastidie sus asuntillos y deciden contactar con Kingpin para librarse de él. La primera historia llamada Kingpin nos relata precisamente el afianzamiento de Fisk como jefe del crimen. La segunda se llama Bullseye y supongo que imaginaréis quien aparece por ahí. Y aparece con su look colinfarrelliano, usease, con una dianica a modo de cicatriz en la frente, ligeramente perturbado mentalmente y, como ya se ha señalado hasta la saciedad, sin disfraz. La tercera se llama Frank, y a través de flashbacks el guionista nos narra su versión (muy parecida a la de Garth Ennis) de cómo y por qué Frank es lo que es. De la cuarta sólo han salido dos entregas, así que aparte de contaros que sale una Elektra sexualmente liberada poco más puedo decir.
Si queremos quejarnos de algo, podríamos echar en cara la lentitud de desarrollo de acontecimientos. Que no quiero decir que se trate de narración descomprimida, ya que en todos los números tenemos historia de sobra. Me refiero a que Aaron se toma su tiempo para contarnos lo que quiere y no acelera la historia. Por lo que quizá tampoco sea algo para quejarse ¿nope?
Si os gusta el Punisher ultraviolento estilo Ennis, pero sin la macarrería que esgrimía el guionista irlandes, no cabe duda de que ésta serie os caerá en gracia.
Guión: Jason Aaron
Dibujo: Steve Dillon
Marvel Comics