“Locas” y “Palomar”, el universo de Jaime y Gilbert Hernández
La obra magna de los hermanos Jaime y Gilbert Hernández, Locas y Palomar respectivamente, comenzó a publicarse serializada en la revista Love and Rockets y más tarde ha sido recopilada independientemente en libros por Fantagraphics en USA y La Cúpula en España. Ambas caras de la moneda se complementan y forman un microcosmos que cuenta la experiencia del colectivo hispano. Pero sus vicisitudes pueden ser extrapoladas a cualquier lugar y cualquier sociedad. Sus caracteres y tramas, como en todas las grandes obras, son universales. Mientras que Locas, de Jaime, nos muestra la vida de los chicanos que dejaron su tierra y se marcharon a vivir en los suburbios de los Estados Unidos, Palomar, de Beto, nos cuenta la historia de aquellos que se quedaron, los mexicanos que luchan por la dignidad y la supervivencia entre la pobreza en el pueblo ficticio de Palomar.
En ambos casos lo que en realidad se nos presenta es una sociedad urbana y una sociedad rural, con sus jovenes, sus niños, sus ancianos, sus relaciones, sus problemas y sus sueños. Su día a día. Lo cierto es que no importa dónde sucede, ni importa el color del personaje ni su sexo. Esos personajes somos usted y yo. Los hermanos Hernández nos cuentan pequeñas historias en las que muchas veces nos da la impresión de que apenas pasa nada. Son pequeños retazos de vidas cruzadas en los que se nos relata la cotidianeidad de un colectivo humano moviendose en el tiempo adelante y atrás, recurriendo a flashbacks y acciones paralelas contadas desde diferentes puntos de vista. Una realidad cuasi-mágica guiada por un dibujo brutalmente naturalista. El estilo de ambos hermanos, ligeramente caricaturesco, y tal vez por eso rotundamente realista, es cada vez más parecido. Se basa en la línea pura, los entramados de rayas, la mancha en negro en contraste con la vida llena de grises de sus personajes.
Reflejo del propio dibujo, el guión a veces parece que lo que nos cuenta son partes de una simplicidad extrema que teje un complejo tapiz. Otras veces pensamos que la estructura del fogonazo de historia que se nos presenta es una maraña demasiado complicada que, sin embargo, se nos presenta con una claridad meridiana cuando lo vemos en su contexto. Es el lector el que debe reunir las piezas e ir componiendo el puzzle. La narración pasa del crudo realismo a la mitificación romántica de las clases más desfavorecidas. Desde una perspectiva muchas veces revolucionaria, se hace una defensa de los más necesitados con un guión repleto de frases demoledoras como puñetazos. Somos testigos, como en la vida misma, del contraste entre situaciones tremendistas y otras mucho más livianas. El humor que destilan ambas series desvela una mirada llena de ternura y comprensión hacia el ser humano.
Palomar y Locas se diferencian y a la vez se complementan. Muchas veces se ha comparado esta obra con Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez. Su estructura da saltos en el tiempo, vemos situaciones que no sabemos si son o no reales, se nos muestran pasajes inconexos que mucho más tarde revelarán su coherencia y su importancia. Los personajes aparecen y desaparecen, los vemos primero adultos, incluso ancianos, luego niños. Probablemente el propio Beto Hernández propició esta comparación con García Márquez en un momento de su Palomar con una referencia explícita. No se me ocurre una forma mejor de definir ambas series. “Trata de nosotros, de nuestras vidas (…) es divertido y triste y cálido y cruel, y progresista y loco e inteligente, pero absolutamente brillante”. Y luego, en un rasgo de humor y humildad otro personaje rebate: “Sólo si te gusta la reiteración incesante y la hipérbole infantiloide”. El universo de los hermanos Hernández es una obra que sólo precisa de sumergirse en ella y dejarse arrastrar por personajes inolvidables que maduran, cambian y evolucionan. Que podrían ser su grupo de amigos, parte de su familia. Usted mismo.





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