En mis ojos, de Bastien Vivès

Dans Mes Yeux. En Mis Ojos. ¿En los del personaje? ¿Los del lector? ¿Los del propio autor? Probablemente en todos. Con Bastien Vivèss me asaltan sentimietos contradictorios. Me embriaga la belleza de su trazo, su facilidad para contar y transmitir sensaciones palpables, casi reales. Pero cuando acabo de leer sus obras siempre me queda una sensación de frío por dentro. No sé si es porque me abstraigo pensando en la historia que he leído y me embarga con el mismo sentimiento de desconcierto que a sus personajes, o si es porque esa turbación proviene de la cara de bobo que se me queda tras sumergirme en 130 páginas y salir de ellas con las sensación de que en realidad me importa una higa lo que acabo de leer.

En Mis Ojos es otra historia de amor para la que hay que tener el cuerpo predispuesto. La nada novedosa relación de chico conoce a chica, chico y chica se enamoran y al final… Bueno, ¿qué esperan? Bastien Vivès es buen sabedor de en qué consiste eso del enamoramiento. Tiene toda la pinta de escribir sobre sí mismo y sobre su ambiente. De ser un tipo sensible y enamoradizo (y francamente, tan fastidiosamente pijo como sus personajes, con las preocupaciones propias de quien tiene el estómago lleno y tiempo de sobra para calentarse la cabeza) que pretende transmitir su fascinación por una chica al lector. Pero en mi caso no lo consigue. No cabe duda de que sabe narrar, de que domina la expresividad del cuerpo. Pero el experimento formal de situar al lector en la misma posición que a un protagonista al que nunca vemos ni oímos (¿o es la chica la verdadera protagonista?) utilizando el recurso de la cámara subjetiva, ya fue empleado por Will Eisner 60 años antes. El chico es un girasol, y ella es el astro que lo alimenta. No aparta ni un momento la mirada de ella. Vivès es un dibujante tan sutil, tan magistral, que sabe resaltar el elemento en que quiere que fijemos nuestra atención con imperceptibles toques. Nos muestra los estados de ánimo de su personaje a través de cambios en el colorido, en la intensidad, incluso propiciando la desaparición del propio dibujo para convertirlo todo en una amalgama borrosa de colores. Pero los diálogos tienen que recurrir a los convencionalismos de una conversación telefónica de película en la que un interlocutor repite lo que dice el otro para que el espectador comprenda la acción. Y así se pierden los visos de naturalismo que el autor pretende introducir y la chispa de magia que pretende encender, se extingue.

En Mis Ojos resulta un experimento fallido por su falta de sorpresa, por anticuado, por mal resuelto, por fatigoso y por artificioso. A pesar de su belleza. Una vez más cierro el libro agotado y furioso preguntándome “¿Y qué?” Sí, como el mismo personaje. Tal vez sea eso precisamente lo que Vivès pretenda, pero a mí a estas alturas ya me importa un bledo. Por mucho sirope que le ponga, este helado es de serrín.

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