[Crítica] Deadenders, de Ed Brubaker

Todos los autores de reconocido prestigio acaban tarde o temprano consiguiendo una difusión extensa del conjunto de su obra, aunque haya muchos trabajos por medio que no sean capitales. A lo mejor no destacan sobre otros de creadores desconocidos, que no obtienen esa oportunidad, y podríamos decir que Brubaker se aprovecha de su posición en la élite para redistribuir su apuesta personal Deadenders, que no hizo mucho ruido en su día. Pero a la hora de la verdad también es justo decir que siendo un escritor de mucho oficio es capaz de conformar un producto decente que puede tener interés general, aunque no sea una obra maestra.

Esta obra se produce en la colección Vertigo de DC Comics, entre marzo de 2000 y junio de 2001, y se lanza en formato de serie regular abierta, la primera en la trayectoria del autor hasta la fecha. Tras el estreno fulgurante en la editorial con su obra detectivesca y de intriga “La escena del crimen”, Brubaker no pretendía encasillarse desde un principio como un escritor de género negro, sino que buscaba abrir su campo de trabajo a otros caminos de su interés. Es cierto que la crítica, el público, suele iconizar lo que le llama la atención de la trayectoria de un creador, generalizando un aspecto a destacar, y es verdad que ello puede ocasionar cierta frustración a un autor que realiza con mimo la totalidad de sus ideas, sean de éxito o no. En este caso, se asoma a los cómics que leía en su juventud, centrados en el desarrollo e interacciones por entregas de personajes jóvenes como Archie (personaje de historieta de los años 40, serializado en Pep Comics) o Maggie y Hopey (de Jaime Hernández en los 80). Además deja fluir sus gustos hacia ideas de escritores –en sus palabras- “paranoicos” como Kafka o Philip K. Dick, y dentro de la estética se acerca a la moda Mod, tribu urbana relacionada con la música que le atrajo en su juventud, y caracterizada por vestir parkas (prenda de abrigo impermeable por fuera y acolchada por dentro), polos o camisas de marca, corbatas y botines, además de viajar en motos tipo vespa o scooter.

Con estas premisas en su cabeza, agita el cóctel y conforma una historia sobre una pandilla de amigos que habita en la ciudad de Nueva Belén en EE.UU., 20 años después de un cataclismo que ha sufrido el mundo. Cada país, cada metrópoli ha conformado un sistema; en nuestro caso la urbe está dividida, mediante barreras físicas custodiadas, en sectores interiores (los ricos) y exteriores (los pobres). Como el planeta está sin recursos e infecto por una atmósfera de polución que tapa el sol, hace insanos los mares y produce enfermedades ambientales en la población, el sistema acapara los pocos bienes disponibles para crearle a los poderosos del interior un clima artificial que simule la vida anterior, dejando para ello al resto de la población más necesitada si cabe. Y no es posible viajar al sector central como no sea con un permiso específico.

Los chicos de los sectores exteriores que protagonizan esta serie rondan la edad que hace desde que todo cambió, la veintena, con lo cual han nacido en el mundo tras el desastre y es el único que conocen y en el que se aferran a la vida. Su actitud optimista y sus ganas de pasar en grande su presente, modificando incluso su moral para ello, contrasta con la de los adultos, que viven atenazados por las teorías de una secta, el fatalismo, y esperando la hora final en que todo acabe; estos esperando el último día y aquellos viviendo como si fuera el último día, siendo “deadenders”, es decir, los que terminan con la muerte. No se da importancia a la educación ni a los libros, nadie sabe ya nada ni quiere hacerlo, y en este ambiente el protagonista, Beezer, sobrevive en un mundo sin reglas, rasgando convenciones, vendiendo drogas, paseando en su moto, rivalizando su ego y sufriendo unas extrañas visiones que le muestran un mundo mejor y desconocido donde en la actualidad sólo hay miseria. Pero realmente no hay un personaje principal, aunque éste conozca mejor su mundo y tome la responsabilidad de líder, porque los argumentos cobran sentido en la colectividad: Jasper su mejor amigo y Danica la novia de éste; Monica, hermana gemela de ella; Sophia (novia de toda la vida de Beezer); Hal, bravucón y tozudo y hermano de Jasper; Mikey; Dodge el camello que les suministra las anfetaminas; Stiv, un ingeniero que inventa máquinas climáticas; Corey la prima pequeña de Beezer y que desea ser adulta. Y muchos más que van apareciendo en la trama, número a número enlazando una historia de ciencia ficción apocalíptica de fondo y vinculada directamente a las visiones de Beezer y su relevancia en el cataclismo, pero contada desde la situación y las vivencias de los protagonistas, en una amplia riqueza de situaciones extremas con las que han de interaccionar y sentir, dejando el guionista bastantes momentos y reacciones interesantes, parecidas a esas aventuras bizarras de Love & Rockets en las que Jaime Hernández mostraba los sentimientos de Maggie rodeada por cohetes, dinosaurios o asaltos militares.

Anteriormente, en España sólo hemos disfrutado de los tres primeros arcos argumentales que publicó NORMA Editorial:

“ROBAR EL SOL”, nº 1-4. Jasper vive sus últimos momentos y la panda le quiere ofrecer uno de sus mayores deseos, el sol, debiéndose internar ilegalmente para ello en el sector interior de la ciudad.
“ENTRE EL AYER Y EL AHORA”, nº 5-8. Huyendo de Dodge, el suministrador de anfetaminas, Beezer y Sophia llegan al sector 7, otro de los exteriores, y allí descubren más de sí mismos y su relación.
“EN ESTE MOMENTO”, nº 9-12. Beezer descubre a otra chica que como él también sufre de sus visiones y se adentra al sector interior donde ella vive, a conocerla, en un viaje que podría no tener vuelta atrás.

Quedaron inéditos en nuestro país los últimos 4 números, pues la colección cerró en USA el nº 16, a iniciativa del propio Brubaker, apresurando el desenlace de sus tramas, algo desalentado por las bajas ventas. La edición que ofrece Planeta el próximo mes de diciembre de 2010 en su sello “Vertigo Voices” incluye la saga al completo.

Asimismo, llama aquí la atención el uso del recurso a la historia desarrollada en el futuro, de la forma en que lo hacen la mayoría de escritores, presentándolo como una utopía, o antiutopía, en este caso. Personalmente considero el futuro algo incierto y este tipo de presentaciones del mundo destruido, contaminado, ¿no son más bien deformaciones muy lineales de posibilidades que hay en nuestro propio presente, más que la recreación de un nuevo sistema que podría darse pasado el tiempo quién sabe causado por qué variables? Pocos hombres del pasado vaticinaron hechos que luego se produjeron realmente, entre esos casos están Julio Verne o Hergé con su “Tintín en la Luna”, ejemplos muy contados, por lo que reconozco la dificultad de recrear un futuro y hacerlo creíble más allá del hecho de contar una historia para poner en valor o crítica nuestro propio momento actual.

Otro recurso que me llama la atención en el trabajo del guionista es su manifiesta huida de los clichés del género negro para este trabajo, y sin embargo no puede evitar que sus momentos más brillantes vengan desde esa técnica canónica de las novelas de intriga: el uso de la narración en primera persona para exponer los sucesos desde una perspectiva particular. Es comprensible, no obstante, que tenga que reforzarse en sus textos para expresar lo que quiere, pues el dibujante, Warren Pleece, no parece el más idóneo para describir este tipo de situaciones íntimas de los personajes. De hecho, en una entrevista a Koldo Azpitarte en 2004, Brubaker confiesa que él solicitó para Deadenders a otro, a Pat McKeown. Sin embargo, no pudo ser y la realidad es que los trazos resultantes son rígidos, algo difusos pero con un entintado muy fino y preciso, pretendiendo completar todo él lápiz no aclarado, lo que entra en cierta tensión. Tampoco el color parece acompañar y el resultado carece de dinamismo, vida en los personajes, ni siquiera se aprecia esa “tierra en descomposición” o ese “pasado en ruinas” que escribe Brubaker. Sólo mejora el dibujo con la soltura y sombras sólidas que aporta Cameron Stewart a partir del nº 9, salvando algo la papeleta, que tampoco es que sea mala, pero no capta a nuestro entender toda la potencialidad de la historia (quien haya leído a Jaime Hernández cómo se sucede un atardecer en sus personajes sabrá a qué nos referimos). Con respecto a las portadas que contemplamos en las imágenes que acompañan este artículo, son de Philip Bond.

Una vez Brubaker experimentó estas nuevas sendas de su carrera, parece que aceptó cuál era su verdadero fuerte y terminó volviendo al género negro y especializándose en él, aplicándolo después a las historias de superhéroes, ejemplos de calidad hay multitud, en la compañía que prefieran. No obstante, desde nuestra perspectiva entendemos que Deadenders no es una isla ajena a la trayectoria del guionista, también podría considerarse como una obra bisagra entre sus inicios, como aquel trabajo autobiográfico que fue Lowlife, y la obra cumbre hasta ahora de su carrera, que nos parece Sleeper. Si bien en la primera exploró al guión y al dibujo su propia vida, el dolor y el humor que sentía en su juventud, en la segunda creó su propio paradigma del héroe, ahondando psicológicamente en su naturaleza para cambiar un mundo hostil. Tal vez Beezer sea esa semilla, de la persona individual que lucha y es incomprendida dentro de un mundo fantasioso y terminal, que con el paso de los años ha evolucionado al arquetipo del héroe, pues encaja con su idiosincrasia, sólo que éste tiene más a su mano el cambiar la desesperación que siente de lo que lo puede hacer una persona normal. Y el lenguaje en el que mejor ha conseguido canalizar eso es en el del género negro, pero ahí queda esta obra para curiosidad, y en definitiva para un digno rato.

Autor: Maese ABL