Criminal, de Ed Brubaker y Sean Philips

Por lo general me gusta la línea Vértigo, un subsello de DC Comics especializado en temáticas adultas. Sí, eso significa sexo y violencia, pero también tramas maduras, realistas y provocadoras. Me gusta porque plantea un cómic alternativo a los grandes vendedores y los géneros más populares. Me gustan las historias que cuentan, habitualmente bien escritas, interesantes y tratadas con evidente mano izquierda. Y me gusta sobre todo por esa sensibilidad más europea que demuestra sin abandonar el estilo típicamente americano. Otro cantar son los dibujantes, que aunque tengan cierto toque alternativo ciertamente buscado, me acaban pareciendo demasiado facilones o directamente de segunda fila. Es como si hubieran reservado a aquellos con estilos más brillantes para dibujar superhéroes hipermusculados y mujeres ultrafemeninas, y para abordar un comic fuera de los caminos habituales se buscase una especialización más sucia y feista disfrazada de experimentalismo gráfico. Lo que al fin y al cabo demuestran con ello es que lo que en realidad interesa es más lo que se cuenta que cómo se cuenta, mientras que en los comics superheróicos parece primar el espectáculo visual. Como si al lector de Vértigo no le importase la estética y al pijamero sólo le gustase ver mamporros en technicolor.

En 2004 Marvel Comics lanza Icon, un sello que es una evidente respuesta a los seriales de Vértigo editados por la Destacada Competencia, y que aspira al mismo tipo de público, pero aún más centrada en el dirty realism y obviando, aunque no del todo, veleidades de fantasía. Marvel vió el boquete que le estaba abriendo DC en un mercado más allá de los adolescentes y menos receptivo a la temática de superhéroes, y se dispuso a comerse su cuota del pastel. Y una vez más La Casa de las Ideas bate a DC. Paradójicamente las series de Icon, que son una copia más o menos disimulada de la etiqueta Vértigo, resultan más interesantes, mejor trabajadas, más subyugantes e hipnóticas. En 2006 llega Criminal a poner la guinda. Pronto se gana una reputación como la serie que le gusta a todo el mundo, la joya de la corona. Criminal actualiza el género negro y puebla sus historias con los típicos delincuentes de poca monta, organizaciones gansteriles y policías corruptos. Disparada por la solidez como guionista de Ed Brubaker, quien salta de los cómics de pijamas a pisar un terreno más mundano, y dibujada por Sean Phillips, también dentro del mainstream norteamericano, y últimamente visto en Marvel Zombies, Criminal evita por completo cualquier elemento fantástico y se centra en la verosimilitud más descarnada. Por eso precisamente es por lo que más me gusta.

Por eso y porque es una colección fantásticamente bien escrita. Aunque algunos la califican de obra maestra, eso sería ir un poco lejos. Tampoco es para tanto. Criminal no es ni más ni menos que otro buen cómic más para pasar el rato. Que no es poco. Brubaker engancha con relatos que mantienen la tensión y un potente grado de intriga, edificados en arcos argumentales autoconclusivos con personajes y escenarios recurrentes, en los que quienes aquí son protagonistas, más allá serán secundarios. Sus caracteres son carismáticos y angulosos, pero el guionista tal vez debería considerar dar el salto y escribir de una vez una novela. Sus aspiraciones literarias parecen ir mucho más allá y quedan constreñidas por el formato del cómic. El dibujo de Phillips se ajusta a la narración, pero no es espectacular, no acaba de cuajar, no constituye lo que sería definitivamente una obra redonda y para guardar. Las ambiciones de Brubaker quedan irresueltas y parece ser consciente de que sus historias, aunque no sea el mismo lenguaje, lucirían mejor en otro formato. Con todo, Criminal es una serie muy entretenida, pero no lo suficiente. Hay días en los que uno pide un poco más.

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