Capitán América, de John Ney Rieber y John Cassaday
Cuando tenía 16 años viajé a New York. Hice lo que todos los turistas hacen. Visité las Torres Gemelas, claro que sí. Tuve la oportunidad de admirar la ciudad de New York desde muy alto. Y me hice una promesa: visitaría la ciudad de nuevo y reviviría esta experiencia, vería todo de nuevo desde el piso 110. La fecha: marzo del año 2000. Pocos meses después, me di cuenta de que nunca podría volver a subir a las Torres Gemelas de nuevo. Ya no estaban allí. Pero lo que desapareció ese día fue más que un par de edificios. Confianza. Seguridad. Incluso esperanza. Todo ello parecía haberse desvanecido en el aire.
Aunque los trágicos eventos del 11 de setiembre fueron un shock para mí, yo era alguien de afuera. Un extranjero. Un simple turista. Nunca podría imaginar cómo se sintieron los estadounidenses, ni mucho menos los habitantes de New York. Y tal vez ni yo ni ustedes lo sabremos jamás. No hay una ciencia exacta que revele los contenidos del corazón humano, pero el arte nos permite al menos echar un vistazo. Hay muchas novelas, películas y, desde luego, cómics sobre el 11 de setiembre. Y, ciertamente, no había un personaje más adecuado para semejante historia que el Capitán América, la personificación viviente del sueño americano, el centinela de la libertad, el más grande héroe de los Estados Unidos.
¿Dónde estaba el Capitán América cuando los dos aviones chocaron con las torres? ¿Dónde estaba la defensa, el escudo impenetrable, cuando más falta hacía? Esa es una pregunta que Steve Rogers se hace a sí mismo, al observar la devastación. Se siente culpable. Sabe que debería haber estado allí para detener al enemigo. Pero no llegó a tiempo.
Hay conflictos serios en “Enemigo: polvareda”, el primer capítulo de esta saga (publicado en Captain America # 1, en junio del 2002). Posiblemente por primera vez en su vida, Steve Rogers cuestiona sus deberes. Porque esta vez él siente que es más importante rescatar personas en vez de cazar al supuesto responsable de este ataque. Nick Fury le ordena alistarse y partir hacia el Medio Oriente, y el Capitán América se rehúsa.
Y es una sabia decisión. “Tenemos que ser más fuertes que nunca antes — como pueblo. Como nación. Tenemos que ser América. O ellos habrán ganado”, afirma Steve Rogers. Porque para él no importa si se trata del cuchillo de un secuestrador o el cuchillo de un ciudadano estadounidense a punto de atacar a un musulmán inocente. Lo importante es detener la violencia. Y como un símbolo de la patria, él se asegurará de unificar a la gente de Estados Unidos.
En “Enemigo: una nación”, todo un pueblo es tomado como rehén por un terrorista llamado Faysal al-Tariq. El Capitán América debe intervenir, y en el proceso revive su traumático pasado en la Segunda Guerra Mundial. Es más que “sangre en las manos”, constata, es sangre en todas partes: “Como si pudieras hacer — esto. Y pudiese haber alguna parte de ti que no quedara manchada y goteando”. No hay solaz ni alegría en la vida de un soldado, y el Capitán América odia encontrarse en una situación que involucrará derramamiento de sangre.
Pero ¿por qué al-Tariq asedia este lugar en particular? ¿Cuál es el secreto de este pacífico pueblo? Todos allí trabajan en una fábrica local de bombas. Producen armas que luego son usadas en países distantes. Aquí la gente intenta justificar lo que hacen, afirmando que ellos únicamente fabrican componentes, y no han matado a nadie. Y no obstante, esos componentes son las minas de tierra que causan muertes en algún otro lugar, esos componentes son responsables de los niños mutilados en el Medio Oriente. “¿La luz que vemos proyecta sombras que no podemos ver — en donde monstruos como este al-Tariq pueden sembrar las semillas del odio?”, se pregunta Steve Rogers. Y queda atónito al ver a algunos de estos chiquillos desmembrados que lo golpean con extremidades prostéticas.
Finalmente, en “Enemigo: objetivos blandos”, el centinela de la libertad combate contra al-Tariq. Esta vez no tiene opción; por más que ha jurado no dañar ni matar personas, ahora debe violar ese juramento tan sagrado para todos los superhéroes. Y le rompe el cuello a su rival. Por demasiado tiempo, los inocentes han pagado por los errores de los culpables. El Capitán América acepta toda la responsabilidad de sus actos. Y en una trasmisión de televisión nacional, exige que la nación no sea culpabilizada por los actos de un hombre. El fallo no es de los Estados Unidos, sino del Capitán América.
En vez de escribir una simple y colorida historia de superhéroes en spandex azul y rojo, lo que John Ney Rieber hace es concentrarse en el dolor y sufrimiento experimentado por toda una nación. Si lo superhéroes son la quintaesencia de la narrativa de escapismo, “Captain America” de John Ney Rieber es lo opuesto. De hecho, el autor obliga a este icónico héroe a lidiar con las consecuencias de una catástrofe real.
Y el notable arte de John Cassaday mantiene la historia anclada en la realidad. Alguna vez dije que lo considero el mejor artista de la década pasada, y él demuestra lo talentoso que es con obras como “Captain America”. Debería bastar con señalar la fuerza emocional de sus páginas: la desoladora y triste secuencia en la que Steve Rogers llega demasiado tarde para salvar la vida de una víctima inocente; la fascinante vista área de Steve Rogers ayudando a los bomberos (uno de los mejores usos de una página doble que podría haber imaginado); la irrupción del Capitán América portando su escudo, trayendo finalmente algo de luz a la gente angustiada y tensa (el sobrio coloreado de Dave Stewart también juega un rol fundamental aquí); los momentos de batalla y la brutal ejecución de al-Tariq a manos del Capitán América son páginas absolutamente impresionantes e inolvidables.
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