The Bojeffries Saga, de Alan Moore y Steve Parkhouse
Hace algunos años, me quedaba hasta tarde viendo las retransmisiones de viejas series de televisión a blanco y negro. Mis favoritas, desde luego, eran “Los Munster” y “Los locos Adams”. Había algo especialmente encantador en estas familias, y a menudo pensaba que mi vida sería muy impredecible si es que hubiese sido criado entre vampiros, hombres lobo y monstruos de Frankenstein. Rodeados por aquellos que no son naturalmente humanos, tal vez podemos identificar más fácilmente aquello que nos hace humanos en primer lugar.
Me pregunto si Alan Moore, al crecer en los 60, alguna vez vio estas series estadounidenses. Moore se hubiese sentido extrañamente cercano a estas familias de licántropos y herederos de Drácula. Aunque carismáticos y vivaces, los clanes Munsters y Addams, no obstante, estaban atascados en una sociedad que parecía valorar la solemnidad de la adultez por encima de todo.
En cierto modo, “The Bojeffries Saga” es como mirar a los queridos protagonistas de “Los Munster” y “Los locos Adams”, inocentes e íntegros como niños, dar los pasos hacia la adultez y tropezar tragicómica y dolorosamente con una realidad miserable. Porque estos no son los Estados Unidos de la edad dorada, esta es la Inglaterra de los 80s, y también el lado más feo de dicha nación, el que no figura en textos, el que definitivamente ignoraríamos como turistas.
Así vemos a Reth Bojeffries en los ritos iniciáticos que son comunes para un chico de su edad, aunque nada comunes para alguien que no pertenezca a esta peculiar familia, es decir, la actividad nocturna de pescar murciélagos con su padre, Jobremus Bojeffries. “La noche se desgastó, y una fina garúa de ironías en las horas del alba fue el preámbulo de un espasmo de eventos serios justo antes de la mañana. Todo el día siguiente hubo circunstancias regadas, y así es como era en Inglaterra”. Tal vez, “The Bojeffries Saga” es el trabajo más esencialmente británico que Moore ha escrito. Está tan profundamente enraizado en el Reino Unido que, de hecho, sucede en Northampton, el pueblo natal de Moore.
Los Bojeffries viven en un área empobrecida de Northampton, nunca han visto una mansión como la que le pertenecía a la acaudalada familia Addams, ni siquiera una casa decente de clase media como la residencia de los Munster. Ellos viven en una vivienda de ayuda social, y no han sido capaces de pagar el alquiler desde la época en la que la reina Victoria se sentaba en el trono de Inglaterra. Y no obstante, resisten. Siguen luchando, porque deben hacerlo.
Los problemas empiezan cuando Trevor Inchmale, un obstinado hombre dedicado a cobrar alquileres, descubre que los Bojeffries no han pagado ni una libra esterlina en más de un siglo. Pero ¿cómo podrían pagar el alquiler cuando Jobremus, jefe de familia, es un desempleado de edad madura y sin habilidades aparentes, salvo la pesca de murciélagos? ¿O cuando el tío Festus Zlüdotny es un vampiro de Europa del este, condenado a una vida de reclusión a causa de su inhabilidad para hablar inglés y también, principalmente, debido a su mortal alergia a la luz solar? ¿O cuando el tío Raoul Zlüdotny, apenas capaz de controlar su maldición lupina mensual, gana salario mínimo en una fábrica local? ¿O cuando el abuelo Podlasp está en las últimas etapas de la materia orgánica (y, por supuesto, no recibe ninguna pensión de jubilación)? ¿O cuando Ginda Bojeffries, la histérica hermana de Reth, está más obsesionada con la inferioridad de los mortales que con la noción de ganar dinero? ¿O cuando el bebé es, bueno, más afín a un reactor nuclear que a un infante?
Durante las primeras 70 páginas, podemos ver el combate de la familia Bojeffries quienes, a pesar de su aparente inhumanidad, son muy reales para nosotros. El humor negro de Alan Moore los acompaña en cada tribulación, por cotidiana que pueda parecer; los elementos de la vida diaria son ligeramente retorcidos y reinventados, hasta que nos hacen reír a carcajadas, tal como reiríamos cuando nos enfrentamos a los aspectos desagradables de la vida…. ya saben a qué me refiero, el tipo de risa aguda que parece ser posible solamente en momentos de absoluta desesperación. Porque ¿cómo podríamos no conmovernos por los intentos de supervivencia de un grupo de hombres lobos, vampiros y monstruos que, por increíble que suene, son más cercanos a nosotros que nuestros propios vecinos? ¿Y cómo podríamos dejar de admirar el optimismo del tío Raoul, atrapado como está en un empleo miserable? ¿Y cómo podríamos ser indiferentes a la ingenuidad sexual de Ginda, evidenciada en el capítulo “Sexo con Ginda Bojeffries”, una hilarante comedia erótica en la que nada funciona de acuerdo a las urgencias femeninas (desde las desquiciadas “caricias previas” hasta las decepciones de la “evacuación precoz”)?
El capítulo final es tal vez el más cruel: “Después de que fueron famosos”, un impactante relato narrado como un documental que sigue a los miembros de la familia Bojeffries en el presente. Como las historias originales empezaron en 1983, Alan Moore decidió que el final debería suceder casi 30 años después, en el 2009. Ellos “existen lado a lado con la cultura como es ahora, en oposición a cómo era la cultura en los 80s y a inicios de los 90s”, explica Moore.
Por más de 3 décadas, la consistencia artística ha sido preservada por los lápices y tintas de Steve Parkhouse. Con escenarios llenos de temperamento, extraordinarios diseños de elenco y eficaces enfoques secuenciales, Parkhouse nos sorprende con su integridad estética, “un estilo en partes iguales como el de Robert Crumb y el de Leo Baxendale de Bash Street Kids”.
“The Bojeffries Saga” fue una obra maestra perdida, recuperada ahora por los editores de Top Shelf y Knockabout. Y como toda joya que ha estado escondida por años, podría parecer opaca al comienzo, pero una vez que se frota bien, se asombrarán de lo mucho que puede brillar. Y ya nunca más la podrán soltar.
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