Ardalén, de Miguelanxo Prado
La última obra de este autor, la que le ha valido el Premio Nacional del Cómic 2013, es muy grande. Y no me refiero a la extensión, que también, más de 250 páginas en una edición a cargo de Norma Editorial preciosa, en tapa dura y con marca páginas de tela; sino a su complejidad, a lo elaborado de la historia que se cuenta, a su estilo poético y pictórico y a lo emocionante que resulta sumergirse en las páginas del gallego.
La trama comienza de manera sencilla, con una mujer de cuarenta años que se encuentra en una encrucijada vital y que llega a un pueblo gallego de las montañas en busca de respuestas, tras las huellas de un abuelo que marchó a las Américas y del que nunca más supo. Tan solo tiene una pista, un lugar de procedencia de un compañero marino. Allí entre los lugareños encuentra a Fidel, un anciano que vive solo con sus recuerdos y en cuya memoria fragmentada quizás se encuentre el destino final de su pariente. Pero mientras nos adentramos en la psique de Fidel y vamos conociendo las relaciones entre los vecinos y el propio pasado de la protagonista, tendremos dificultades para diferenciar qué es verdad, qué recuerdo y qué pura ensoñación.
Prado teje una historia salpicada de un realismo mágico que queda plasmado con gran acierto gracias al dominio de los pinceles, a la expresividad de sus personajes y al color tan vivo que inunda las páginas. Su composición es sencilla, casi siempre recurriendo a cinco viñetas cuadradas de diferentes tamaños por panel –resulta curioso que firme todas y cada una de las páginas de la obra-, pero sin dejarse encorsetar, variando a veces el número y eligiendo con sumo cuidado cuándo dibujar viñetas más grandes. Al mismo tiempo el guión se desarrolla paso a paso, sin grandes saltos ni golpes de efecto, dedicando unas pocas páginas en cada capítulo a episodios del pasado. Conforme vamos conociendo el particular mundo de Fidel, vamos comprendiendo nuevas cosas y las sorpresas se suceden con total naturalidad. Al mismo tiempo, Prado mete entre cada capítulo una serie de documentos oficiales que revelan más pistas sobre todo aquello que se está contando, sembrando la duda en el lector de si está asistiendo o no a una historia real.
El mismo autor se encarga de revelar el misterio en un epílogo, donde además nos introduce en su particular mundo, dando a conocer el germen de este cómic, de donde salió antes que él la película De profundis y el álbum ilustrado que la prosiguió. La idea del náufrago que nunca dejó la tierra arrastra una fuerza y melancolía enormes.
Al mismo tiempo el artista se las apaña para dar una enorme verosimilitud a todo lo que se está contando, gracias a los personajes secundarios que pueblan el bar donde tiene lugar gran parte del guión, donde se plantean una serie de cuestiones de lo más interesantes que tienen que ver con el recuerdo, la imaginación o la identidad de cada uno y cómo esta se va formando con el paso de los años. Al mismo tiempo es un canto a la naturaleza y un drama que tiene que ver con la emigración de décadas pasadas, con la desconfianza hacia los extraños o con la soledad de la vejez. Quizás por esto último se pueda emparentar a esta obra con otras como Arrugas, de Paco Roca, pero creo yo que habría que añadirle unas gotas de Las calles de arena, si bien esta última tiene un punto más surrealista.
En definitiva, Ardalén es una obra redonda que hace buena la larga espera desde el último cómic del autor que fue publicado y los derroteros que ha ido tomando su trabajo ajenos al mundo del tebeo con el mar como tema central y común a todos ellos. Está cargada de emoción y la historia, lejos de parecer tópica, sorprende en sus momentos finales. El preciosismo de su dibujo, la poesía que haya cabida en su cuadros de texto y los toques realistas que salpican todo el relato producen una obra en verdad recomendable.
> Otra reseña de “Ardalén” por BD Vigo.