Snoopy, por Francisco Umbral (1999)
Rebuscando en un montón de papeles salió este artículo de Francisco Umbral sobre “Snoopy” de Charles Schulz en el diario “El Mundo“. En tiempos de autores literarios que desprecian el cómic, no viene mal releer esta líneas.
Con el fin del milenio se jubila Snoopy, que ha sido la conciencia crítica del siglo XX, el perro escéptico de América y del mundo. Un perro, sí, un can, un cánido, palabra cuya raíz es la misma de cínico, como quisieron los griegos. Un perro cínico que nos enseñó, desde el cómic, a ver la humanidad como un cruce de asesinos y subnormales, de imbéciles y locos.
Que nos enseñó a ver la vida como una actividad maligna e innecesaria. Para que el círculo del dolor se cierre, el creador de Snoopy, Charles Schulz, ha enfermado de cáncer y ya no tiene sonrisa para volver a sus geniales muñecos. El cinismo de Snoopy se toma amargamente contra su creador. Charlie Brown era la ingenuidad joven de América, la fe en las chicas y en el béisbol. Snoopy es, ahora en silencio, la conciencia del mal, agaritado siempre en su garita de perro filósofo. En mi hogar hubo un niño cuyo colega era un inmenso Snoopy de peluche. Se lo regalé para que el perro le enseñase la desventaja del mundo y el daño de la vida. Pero el niño murió y aquel hogar infantil son hoy unas oficinas. He oído muchos elogios sobre la habilidad del dibujante para humanizar un perro. Schulz es un genio, pero humanizar un perro me parece fácil por la inmensa, profunda humanidad que el perro lleva ya en sí. Tengo escrito en mi diario íntimo que hay que reunir dentro mucha humanidad doliente y amante para mirar como miran los perros.
Como toda pareja genial, desde Quijote y Sancho, el acierto está en el contraste: Charlie Brown, el niño, ya 10 hemos dicho, es la América infantil y fanática de unos cuantos valores simples y claros, con los que siempre salen perdiendo (quienes ganan en Estados Unidos son los judíos y los italianos: Schulz suena así como ario y albino). Kafka, Heidegger, Sartre, Adorno, Woody Allen, Rilke, Buster Keaton, Barthes y Snoopy han sido los profetas de la centuria. El perro no desmerece nada en esta lista. Lo que yo no veo es a un perro cínico ni humorístico, a pesar del apunte filológico que he hecho más arriba. Los perros pecan de buenos y su humor no pasa del juego con una pelota. De verdad, de verdad, sólo les alegra su dueño y el mar, cuando le pierden el miedo. Por eso el gran logro del dibujante me parece que es el haber creado un perro cínico, contra la naturaleza perruna. Los cánidos son nobles y Snoopy tiene todo el desencanto sonriente de Schulz, sonrisa ahora mordida por el cáncer. Jamás se había creado un monigote tan griego y profundo. Los argentinos, siempre loriteros, en seguida secundaron el invento con Mafalda, de Quino; que era una especie de Rosa Montero sin la bondad natural de Rosa, sino envidiosilla y redicha. Mafalda era «literaria» y Snoopy es natural como el filósofo del barril.
Todo el truco del mundo es saber que no engancha, que es un tren en via muerta, pero hacer como que sí, aceptar el juego y reírse desde dentro, mucho más rentable que quedarse fuera y con la risa muerta por estas heladas que están cayendo. Diógenes tenía un barril y Snoopy tenía una caseta de perro. Venían a ser lo mismo. Y, como doble vuelta de tuerca, al genial perro humano le han puesto a anunciar coches.