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[Crítica] El gusto del cloro, de Bastien Vivès

Dentro de los tebeos centrados en el tema deportivo, he conocido sobre todo mangas. Normalmente el protagonista es un juego de equipo que da pie a que surjan todo tipo de relaciones entre los personajes que pueblan la historieta, principalmente buscando la competición entre ellos. Rara vez he visto que un deporte monopolice muchas páginas en otros tebeos occidentales, y menos que en el centro del argumento alcance tanto protagonismo la natación de mantenimiento, un ejercicio muy personal y solitario, que es el eje de “El gusto del cloro”, de Bastien Vivès. Proponemos rescatar unos comentarios a esta obra, ahora que acaba de publicarse otro trabajo anterior suyo en España, titulado “Ella(s)” (2007), y de paso completamos para el archivo de Sigue al Conejo Blanco las fichas de esa trilogía no oficial sobre el amor que ha venido a denominar nuestro equipo de trabajo (“El gusto del cloro”, “En mis ojos” y “Amistad estrecha”, y que se transformaría con “Ella(s)” en tetralogía, parece que Vivès está explotando bien el tema).

En “El gusto del cloro”, todo comienza cuando un fisioterapeuta recomienda a su paciente, un chico joven con problemas de espalda, que practique la natación para complementar el tratamiento de masajes, que está siendo insuficiente para su caso particular, a juicio médico. Venciendo la pereza inicial con gran esfuerzo, logra el compromiso de acudir todos los miércoles a un centro deportivo donde pueda hacer su ejercicio libremente. El escenario es un edificio cubierto con la piscina en el patio central, y posee varias plantas, produciéndose el registro desde la calle a nivel de la planta primera, por lo que el vaso de agua parece descansar en una especie de semisótano; esta decisión de situarnos en lo más profundo del conjunto arquitectónico ya comienza a ser sugerente.

Prácticamente nada más sabemos del resto de la vida del protagonista, ni cómo le influye su situación personal, si incluso pudiera serle agradable o por contra hostil; sólo lo acompañamos por una secuencia de miércoles en los que va experimentando progresos en el deporte acuático. No abunda el diálogo por las páginas, sino que se suceden imágenes con un sereno coloreado a ordenador en el que abundan los tonos azules y verdosos, experiencias para todos los sentidos producidas en la línea que separa la atmósfera de la masa líquida, donde se desarrolla este deporte. El color, los cambios de vista, los momentos bajo y sobre la superficie del agua, las miradas cruzadas por el pabellón cubierto, los cambios en los habitantes de la piscina. Es increíble que en 144 páginas no salgamos del mismo paisaje y que no nos cansemos de él, el autor consigue que compartamos la experiencia de practicar este deporte y que disfrutemos plenamente de todas sus características esenciales.

El chico en cuestión no es ningún portento en el agua, a veces resulta torpe y le falta técnica. Muchas veces se cansa, y se dedica a contemplar su alrededor. En éstas, descubre a una muchacha joven y de cuerpo hermoso y bien trabajado físicamente. Su atuendo es muy profesional, con un bañador negro, gorro blanco y gafas que parecen de competición, y se mueve a la perfección por este medio. Primeramente sólo la observa, hasta que un día un amigo suyo acude a la piscina para acompañarlo y -como es muy extrovertido- entabla una relación de simpatía con ella. Como éste ya no vuelve más pues ella, que ya ha roto el hielo, mantendrá miércoles a miércoles contacto con el protagonista hasta afianzar una amistad.

La modalidad de baño es libre, no hay un monitor que los instruya, y entonces él irá preguntándole a la muchacha dudas sobre los movimientos básicos; otras veces ella toma la iniciativa y le da algún consejo. El contacto frecuente irá haciendo nacer la simpatía y la confianza entre ellos, y como el tebeo está visto a través de los ojos del chico prácticamente sólo nos centramos en los momentos que los dos comparten, no sabemos si para la chica los hechos se resumen de igual forma. Así, conviven en un ambiente artificial, que emplea lo fenomenológico para producir placer: el aire se encuentra climatizado para que se pueda estar a gusto con ropa de baño; el agua higienizada por medio del cloro; el entorno evoca lo saludable del buen tiempo y el sentirse bien con el cuerpo, particularidades que se suelen asociar al verano y las vacaciones. Cada miércoles se convierte en una cita con un mundo que no se da en la superficie, tierra adentro. Poco a poco, en una práctica muy sensorial, casi una técnica oriental (es un recurso muy usado en el manga), se apodera de nosotros la morriña y no queremos que se instale más el invierno, dejamos que nos atrape el vaivén de la pantalla depuradora que es el agua, los silencios de la inmersión, la distorsión de las imágenes bajo la superficie, el tacto suave, puro y escurridizo de los cuerpos en el agua. Todo un mundo de estímulos que no se da en la calle. Contrasta todo ese protagonismo dado a un ratito de la semana con lo que de verdad supone para una vida, porque si lo analizamos fríamente (1 día son 24 horas, y 1 semana 168 horas) no pensamos que a este joven le supongan estos momentos que se nos destilan en el cómic más de un par de horas cada miércoles. Sin embargo, es para él un acontecimiento tan intenso que nos habla de lo que todos queremos que sea la vida, esos instantes que cobran la máxima relevancia y que son los que de verdad nos hacen sentir vivos.

Por supuesto, los acontecimientos van conduciendo a que el protagonista se enamore (y nosotros con él) de la muchacha. Como ya hemos dicho más arriba, un pabellón cubierto es un ambiente artificial, el agua no es natural porque está desinfectada por el cloro, y no es real que haga la temperatura que se disfruta en la piscina y que nos hace destapar los cuerpos, y quizás actuar más elocuentemente, esa alegría que contagia el buen tiempo. Ni tampoco es verdad que las personas que allí se dan cita se conozcan realmente ni que acudan por ver a la otra persona. El motivo es hacer deporte, si un día llueve o está cerrado no se produce el encuentro. Eso es lo más normal que puede ocurrir. Pero después viene todo un mundo de ensoñaciones que nos animan a buscar nuestras ilusiones, la fantasía es un hecho inevitable en el ser humano, y se arriesga a probar si lo que su entendimiento le traduce es de verdad o sólo una quimera. A veces se puede cumplir, pero en un asunto de dos es difícil que todo sea como lo ve uno solo, y los sentimientos son precisamente la parte de nosotros que pueden hacernos más daño y dar pie a nuestra mayores frustraciones o desengaños. Pero esa lucha es la vida en sí. A mí me parece que “El gusto del cloro” es un atípico cuento de hadas basado en hechos históricos, los del día a día de una persona normal y corriente. A lo mejor nos equivocamos los que lo pensamos, pero por la emoción que transmite puede que esta narración sea un trozo de la vida del mismo autor, unas páginas de su diario personal que se ha propuesto dibujar.

En 2009, Bastien Vivès, un autor muy joven y desconocido, recogía el Premio revelación del Festival de Angulema (Francia) por este trabajo que publicó en 2008. Supongo que toda gran obra merece de reconocimiento, y aunque no sé qué otros títulos entraron en la competición y si el galardón discriminó otros buenos trabajos, bien es verdad que es gracias a este tipo de eventos que nos pueden llegar creaciones de interés hasta lugares más lejanos del entorno en que se producen. Diábolo Ediciones ha sido la empresa que nos ha proporcionado en España la publicación, muy digna, de esta obra.