Superhéroes: cómic versus Cine
Cada vez noto mayor ilusión hacia los estrenos cinematográficos y televisivos de los superhéroes de Marvel y DC que hacía las novedades mensuales en los cómics.
No sé vosotros, pero en mi círculo comiquero cada vez son más frecuentes las preguntas sobre si se ha visto la última serie de Netflix que sobre tu opinión sobre la última macrosaga o el último “Hot artist”. Y es que los aficionados al cómic hemos pasado de ser un subsector denostable de la sociedad, a ver cómo nuestro hobbie se ha convertido en una moda y un elemento genérico. Hoy se puede encontrar merchandising de las grandes editoriales y sus personajes en cualquier franquicia, ya sea de moda, de distribución alimenticia o del sector de la restauración, cuando antes, cualquier producto de la marca Marvel o DC no pasaba de ser un reducto de alto precio y corta tirada, creado para satisfacer el ansia de algunos adolescentes hormonados.
Y el precio que los aficionados estamos pagando por vivir esta etapa dorada del cómic en nuestra sociedad es alto. Si bien, al principio, era gratificante ver cómo los que menospreciaban tu afición, poco a poco iban sucumbiendo a ella, no es menos frustrante que ahora, a la vuelta de una década, los nuevos “catedráticos marvelitas” nacidos al abrigo de películas y series, quieran darte lecciones sobre esos personajes con los que llevas conviviendo toda tu vida.
Y si esto no fuese suficientemente desalentador, además los lectores tenemos que ir a remolque de lo que suceda en las pantallas, viendo como las adaptaciones y “licencias” de dichos personajes en el celuloide terminan por incidir y transformar el contexto de los cómics, siempre con el anhelo editorial de que “el espectador pueda encontrar en las colecciones aquello que le es familiar del cine”.
Incluso nosotros mismos, los lectores, sucumbimos a esta moda, estando más entusiasmados con las adaptaciones televisivas y cinematográficas de nuestros personajes que de lo que sucede en el producto originario, el cómic.
¿Es que nos hemos cansado ya de las tramas o los autores?, ¿es que tantos años de aventuras nos han vuelto escépticos o excesivamente exigentes? ¿nos hemos creado expectativas tan altas que no es posible que los autores actuales puedan alcanzarlas?
Es posible que algo de todo esto pueda subyacer en el ánimo del lector, pero creo que hay un motivo más poderoso para toda esta reacción generalizada, al margen de las razones anteriores, y ese motivo, desde mi punto de vista, es la fascinación por lo novedoso.
No importa si te enganchaste a los cómics en los setenta, en los ochenta o en los noventa, cada lector te podrá hablar con nostalgia de sus primeros cómics y de esa sensación de descubrir un mundo vasto y profundo de interrelaciones y personajes, pero sobre todo, de esa sensación de fascinación ante lo nuevo. Nuestros primeros cómics nos descubrían historias distintas y personajes diferentes a todo lo que estabas acostumbrado a leer, y esa sensación nos marcó a fuego y nos hizo enamorarnos de unos seres ficticios que nos han acompañado a lo largo de nuestra vida como lectores. Y, al cabo de los años, es esa sensación la que hemos perdido leyendo nuestras colecciones. Hemos visto a nuestros ídolos en tantas historias variadas y tramas distintas y enrevesadas, que nos hemos transformado en un seguidor inconformista, porque A) si el autor no respeta los cánones que cada léctor piensa que ha de seguir el personaje, nos quejamos, pero B) si el autor se guía por cánones estipulados en los miles de correos enviados por los fans, nos quejamos de que el autor no hace más que repetir lo que ya se ha hecho con la colección.
Sin embargo, el cambio de medio y la adaptación a otro formato (la pantalla), con producciones cuidadas ha vuelto a traer aquella sensación de estupor ante lo nuevo que nuestros primeros cómics nos produjeron. Y este es, creo, el quiz de la cuestión.
No obstante (y hablo por mí mismo) existe aún el lector que se queja de las “licencias” que los guionistas del celuloide se toman para adaptar personajes e historias al nuevo medio, queriendo ver en la pantalla un retrato fiel de lo que su mente estipula como “canónico e intocable”, pero, a su vez, se queja de que ya hay pocos cómics que le atraigan.
¿Es posible disfrutar de ambos medios sin renunciar a las buenas historias disfrutadas en el pasado? Estoy convencido que sí. Otra cosa es que esa patología mental llamada “continuidad enfermiza y compulsiva” te lo permita. De hecho, alguna vez me he preguntado: “¿Qué sentimientos albergaron aquellos lectores de “Action Comics” que conocieron a un Superman “que saltaba más alto que un rascacielos”, cuando lo vieron volar en la televisión? ¿Fue frustrante para los seguidores del “Tarzán” de Harold Foster ver a Johnny Weissmüller lanzar aquel horripilante alarido?
Está claro que “tiempos pasados, nunca fueron mejores”.