“La muerte… ¿Dónde está la muerte?”. Las muertes en el cómic
Aunque el título del post pueda parecer un poquito macabro, es el inicio de una de las estrofas de la setentera canción de misa compuesta por Kiko Argüello (fundador de las comunidades conocidas como “Los Kiko”) llamada “Resucitó”.
Y viene al hilo de hoy, porque quiero compartir con vosotros las muertes de personajes de cómic que más me han impactado a lo largo de mi vida como lector.
Posiblemente el ranking pueda variar, dependiendo de los gustos de cada cual y de la época en que se leyeron dichos tebeos. El fundamento de mi ranking particular se basa en el hecho de que las que las componen son las que me impactaron por cogerme por sorpresa, en una era en la que no existían redes sociales, fanzines, correos o tan siquiera librerías especializadas fuera de Madrid o Barcelona.
Hoy día es difícil que las muertes de personajes nos sorprendan, o tengan un mínimo impacto emocional, ya que se suelen anunciar con bastante tiempo de antelación en cualquier “preview”, foro o publicación especializada, cuando no se “filtra” desde la propia editorial (como la famosa cuenta atrás para la “muerte” de Johnny Storm). Eso, sin contar que casi todas las últimas muertes (desde Superman a Capitán América, o “la víctima” de la segunda guerra civil) han contado con su pertinente y consabida resurrección… O contarán con ella.
Pues, sin más dilación, ahí va mi particular ranking:
La muerte de Gwen Stacy
Eran los primeros cómics que Vértice editaba en color, y descubrí con agrado la saga del candidato Raleigh, y cómo, poco despues, Peter volaba a Canadá para enfrentarse, nada más y nada menos que a Hulk. Y, a la vuelta del viaje un nuevo enfrentamiento con el Duende Verde, con la identidad secreta de Spidey en juego una vez más. “¡A ver cómo se las ingenia Spider-man esta vez, para que Norman Osborn pierda la memoria de nuevo!”, pensé.
Sin embargo, el número acaba con Gwen cayendo desde el puente de Brooklyn y con el héroe rescatándola antes de que llegue al agua. “¿Por qué le grita al Duende que la ha matado?”, pensaba. No hay sangre, ni golpe y sólo parece aturdida. No entiendo esa obcecación en que está muerta ¡NO PUEDE ESTAR MUERTA! Es la novia de Spider-man. Punto.
“Bueno, vamos a ver ahora como recupera Gwen la consciencia…”, me dije a mí mismo.
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Cuando terminé de leer el tebeo, no podía salir de mi asombro: “¡Gwen ha muerto!”. Cuando al mes compré el siguiente cómic, éste comenzaba con el entierro de la chavala… “¡Gwen ha muerto!” repetía mentalmente sin llegármelo a creer, como si la repetición del mantra pudiera devolverle la vida.
No era una persona real, pero me sentí como si me arrancasen un trocito de mi corazón. Tanto fue así, que el objetivo a partir de entonces fue intentar completar mi escasa colección de “Spidermans” para beber cada momento trancurrido en vida del personaje. Ni clones posteriores ni hijas no deseadas (por los lectores, principalmente) devolvieron al personaje lo que significó para una generación de aficionados…
La novia perfecta que todos quisimos para nosotros mismos se había ido para siempre, dejando un hueco imposible de llenar, que diría Alberto Cortez.
La muerte de Adam Warlock
La llegada de Jim Starlin supuso para este personaje un antes y un después. Yo lo conocí en su etapa anterior, en la que encarnaba un papel pseudo-mesiánico con muchos puntos en común con la vida de Jesús de Nazaret, pero con un mensaje más “woodstockniano” sobre las libertades del hombre en la Contratierra (la Tierra 2 del universo Marvel). Pero, todo cambió en su posterior enfrentamiento con el Magus, su yo futuro, convertido en líder tiránico y religioso que dominaba mil mundos.
Al ver que la lucha contra el destino de convertirse en tal ser es infructuosa, Warlock consigue trasladarse a la encrucijada cósmica en la que contempla los distintos caminos que podría tomar su vida y, tras limpiar y purgar con su gema alma el más largo y oscuro, el que le llevaría a convertirse en Magus, se lanza al más corto de trayecto, en una decisión suicida, para verse a sí mismo a las puertas de la muerte y absorber en el interior de su gema el alma torturada de ese yo moribundo.
Si esta “extraña muerte” (como la titulaba la portada del cómic) impactaba, mucho más estupefactante fue cuando, algunos meses después leía aquel anual de los Vengadores en el que luchaban contra Thanos y veíamos como Warlock, tras haberlo perdido todo y a todos sus seres queridos, quedaba malherido y al borde de la muerte… JUSTO A TIEMPO DE VOLVER A VER LA MISMA ESCENA DEL CÓMIC ANTERIOR con los mismos diálogos, pero desde la óptica del Warlock yacente en el suelo.
Todo un final inesperado (en 1980) que catapultaba a Adam Warlock al olimpo de mis superhéroes preferidos.
Su recuperación por el propio Starlin para la trilogía del infinito, una década y media después, no llegó a alcanzar las cotas de asombro que esa doble muerte causó en la mente de este marvel zombie.
La muerte de Supergirl
Los cómics que yo había conocido de DC en aquella época, eran, para mí, pobres remedos de los espectaculares tebeos de Spider-man, La Masa o el Hombre de Hierro.
Superman podía tener unos poderes asombrosos, pero todo se reducía a mostrarle un trozo de kriptonita en el momento adecuado (de la mano de un Luthor cuyo objetivo en la vida se basaba en demostrar su ingenio planeando absurdas tretas para dominar al héroe sin un propósito posterior a esa dominación) y caer derrotado, para inmediatamente salir triunfante sobre la piedra alienígena con un supercacharro o un doble mecánico, y terminar el episodio con un comentario humillante de Lois Lane, mofándose de Clark Kent y suspirando por el Hombre de Acero.
Novaro nos acercó a la época en la que Wayne Boring dibujaba al kriptoniano, cosa que motivó que nunca tuviese mucho interés por las aventuras del último hijo de Kripton.
Yo hacía un lustro que regalé todos mis cómics en una campaña de recogida de juguetes para niños necesitados (la revolución hormonal me hizo cambiar los cómics por la guitarra y las salidas con amigas) y recuerdo que, disfrutando de un permiso de la “mili” o servicio militar obligatorio, me paré en un quiosco a comprar el diario y vi, con agrado, que se seguían publicando cómics de los personajes que tanto reverencié. Recuerdo una portada de Spider-man en la que aparecía con un traje negro y pensé: “¡Qué manera de cargarse un personaje!”, para, acto seguido, ver este número de las “Crisis en Tierras Infinitas”. Lo compré y lo lei.
“¡¿Cómo han podido matar a Supergirl?!” fue mi reacción, en un arranque de rabia y dolor muy similar al que sentí con la muerte de Gwen Stacy. Y es curioso, porque nunca había leído un cómic protagonizado por Kara y siempre me pareció la versión femenina e insulsa del superhéroe insulso por excelencia. Ni siquiera llevaba el traje que yo conocía de la heroína…
Sin embargo, la fuerza narrativa de George Perez y la contundencia literaria de Marv Wolfman hicieron que, desde aquel momento, Supergirl ascendiera en el “Obiolimpo de supertipos” hasta convertirse en mi personaje femenino preferido.
Desgraciadamente, ni tebeos anteriores ni versiones posteriores hicieron justicia a esta versión de la prima de Superman (ni siquiera la Supergirl de Peter David que, si bien es un cómic imprescindible y que hay que leer, estaba basado en Matrix, un engendro creado en un laboratorio de un mundo paralelo), con una salvedad: los dos números de la colección “The Brave and the Bold” guionizados por Mark Waid y dibujados por (otra vez) George Perez.
La muerte de Jean Grey
La primera vez que murió, supe de su fallecimiento a posteriori.
Resulta que los números de tal suceso vieron la luz durante el baile editorial de los derechos de edición de Marvel en España, en esas llegadas a destiempo a los quioscos y, sobre todo, en el momento en que mis hormonas decidieron hacerme regalar mi pila de cómics y ponerme a perseguir faldas y corcheas.
Pero no fue menos impactante, ya que John Byrne había hecho que me enamorase de aquella pelirroja de carácter dominante y mallas ceñidas (en un diseño precursor del segundo uniforme de Carol Danvers) durante su estancia en la serie. Aventuras como la de la lucha contra Magneto en su base ártica (¿o era antártica?) o el enfrentamiento contra el mutante X me cautivaron por completo, y eso hizo que el deceso de este magnífico personaje me causara gran impacto (leí antes los episodios de su entierro que los de su muerte).
Sin embargo, cuando por fin pude conseguir dicha aventura, tuve una sensación extraña: por un lado, el leer cómo transcurrieron los hechos me hizo experimentar cierta sensación de plenitud, como si hubiese dado con esa palabra que tienes en la punta de la lengua y que se resiste a salir; por otro lado, la sensación fue de decepción ante esa viñeta final del soliloquio de Cíclope, en la que daba la sensación de que a Byrne se le había acabado el espacio para narrar el final y tenía que condensarlo todo en una viñeta colapsada de bocadillos, porque no era viable aumentar dos páginas más el cómic.
Y, para colmo, leo años después que quien murió no fue ella, sino una entidad cósmica que había clonado su cuerpo.
Todo este maremagnum de emociones no fue óbice para tener esa sensación de pérdida experimentada por la ausencia de la maravillosa Jean Grey.
La muerte de Karen Page
Cuando yo pensaba que lo de las muertes de personajes de cómic ya no me podían sorprender ni afectar, hete aquí que aparece Kevin Smith para revitalizar la lánguida colección del abogado ciego y, en una saga magistral con dibujo excepcional de Joe Quesada llamada “Diablo Guardián”, me impresiono, me impacto y casi lloro con la desaparición de Karen.
La señorita Page no tuvo casi ninguna repercusión en mi infancia, por no pasar del papel de “fémina secuestrable” y amor imposible del protagonista en la colección de Daredevil. Pero a raiz de la fabulosa saga “Born Again”, el personaje no paró de crecer en personalidad y carácter, convirtiéndose en un pilar de profundidad de los personajes, con una miriada de dimensiones por desarrollar, ya fuese en su lucha contra el mundo de la pornografía, en su labor humanitaria e, incluso, en su vertiente como “ángel” radiofónico.
La saga (una de esas que nadie debe perderse) es emocionante de principio a fin y, aunque culmina trágicamente, catapultó la figura de Karen al estatus de figura mítica para los lectores, y a la colección a los primeros puestos de las listas de ventas.