Crítica The Imitation Game
Hubo un momento en la historia, en que las guerras dejaron de ganarse en el campo de batalla. Ya durante la primera guerra mundial, las cosas fueron algo diferentes a las anteriores guerras que se habían dado en el mundo, y sobre todo, en Europa. Aquellas guerras en las que la heroicidad y el honor del guerrero en el campo de batalla cubrían a la guerra con un halo de mística especial, que elevaba a los combatientes a la categoría de héroes nacionales y hacían de la guerra algo, casi con lo que los jóvenes ávidos de aventura y gloria soñaban. Pero la cosa empezó a cambiar durante la Segunda Guerra Mundial. El avance de la tecnología y un cambio en las estrategias militares, dieron paso a un tipo de guerra cruel y despiadada, donde se olvidó el honor del guerrero y las reglas de combate entre caballeros. Una guerra donde la lucha ya no se daba en el campo de batalla, donde no solo morían y combatían soldados, sino que también la población civil sufría y moría sin capacidad de defenderse y a expensas de soldados que cumplían órdenes inhumanas.
En esta vorágine de muerte y destrucción, la tecnología tuvo un papel fundamental. Es curioso que algo como el avance tecnológico, que debería suponer una ayuda para trasladar la vida de los seres humanos a un estado de bienestar y cordialidad, sirviera para que los hombres nos destruyéramos los unos a los otros. Pero es así y debe ser condición humana el querer imponer su hegemonía sobre el vecino de al lado, en lugar de usar su superioridad para hacer la vida más fácil a la comunidad.
No voy a decantarme del lado de uno u otro combatiente en una guerra, las guerras de este tipo son una atrocidad y ninguno de los dos bandos tiene la razón absoluta, pero es de recibo, afirmar que en este caso la casi totalidad de la responsabilidad de esta sinrazón recaerá sobre la Alemania de Hitler.
El gran despliegue tecnológico militar de los nazis y la sorprendente estrategia utilizada en su conquista de Europa, hacían del ejército alemán un bloque prácticamente imparable.
Pero la tecnología avanzaba en el resto del mundo también y no solo los nazis investigaban e invertían en tecnología. Durante el transcurso de la guerra y en uno de los momentos más difíciles para los aliados, y sobre todo para la cabeza visible éstos, Inglaterra, surgió una de las figuras más importantes, en mi opinión, de la Segunda Guerra Mundial ;Alan Turin. Llevado a escena por un gran Benedict Cumberbatch, Turin fue un matemático inglés, experto en criptografía que trabajó durante la guerra para el ejército inglés intentando descifrar los códigos que la codificadora nazi, Enigma, emitía. Dichos códigos indescifrables para cualquier humano, criptógrafo o no, impedían a los aliados tener conocimiento de los movimientos de las tropas nazis a pesar de interceptar sus comunicaciones. Digo un gran Cumberbatch, porque creo que no podía haber actor que encarnase mejor a Turin. Puede ser que su intervención en la serie Sherlock influya en mi opinión, pero esa mezcla de genialidad, locura y arrogancia imposible de separar, que Benedict da a su personaje de Holmes, le viene al pelo para ponerse en los zapatos de Turin. Muy, muy buena actuación de Keira Knightley y Matthew Goode, que le dan una perfecta replica a Cumberbatch, poniéndole los pies en la tierra cuando el exceso de genialidad lo apartaba del camino.
Turin, aficionado a los puzles, enigmas y cifrados desde su infancia aceptó el trabajo que le proponía su nación. Era un reto para él y un éxito personal si lo conseguía, pero Turín también sabía desde el principio que su éxito supondría un logro inimaginable para la humanidad que trascendería a esta y cualquier guerra e incluso le trascendería a él mismo.
Turin junto con un equipo de expertos en decodificación impuesto por el ejército, acometió el trabajo a su manera. Nunca fue una persona común y su forma de visualizar esta tarea tampoco lo fue.
Sus colegas obcecados en métodos tradicionales, no entendían que Turin, no les echase una mano, muy útil por otra parte, en su labor, ya que cada día a las 00:00h los alemanes cambiaban la manera de codificar sus mensajes y el trabajo realizado hasta entonces no servía para nada. Turin defendía la teoría, de que solo una maquina podía vencer a otra máquina y por ello dedicó su tiempo a hacer, diseñar y construir una maquina capaz de descifrar los códigos de Enigma. Lo hizo contra viento y manera, fracasando numerosas veces, con sus jefes y compañeros en contra, pero al final lo consiguió y de la mejor manera, venciendo y convenciendo. Su perseverancia tuvo éxito.
Consiguió descifrar Enigma y dar con esto un vuelco, un giro de prácticamente 180º a la guerra. Turin y sus colegas lo habían conseguido, pero su país no pudo reconocerles el mérito ya que el carácter secreto de la operación impedía hacerlo público. Pero, como es la vida y la sociedad, que no solo no se le reconoció el mérito, sino que además su homosexualidad primó más para todos aquellos a los que había sacado del atolladero, que lo que había conseguido para su país y para el mundo entero. Turin acusado de homosexualidad manifiesta fue recluido y apartado por la sociedad como un apestado. En esa época la homosexualidad estaba perseguida en Inglaterra y fue detenido. Dos años después murió. No se conoce si fue por suicidio o asesinato.
La conclusión de un caso como este es que el ser humano tiende a no aprovechar totalmente lo que su capacidad de razonar le ofrece para vivir mejor en sociedad. Y cuando digo aprovechar me refiero para bien. Siempre habrá alguien que utilice todos estos avances para imponer su pensamiento y voluntad al de al lado y subyugarle, en lugar de tratar de hacerle la vida más cómoda y fácil. Turin, fue víctima de este comportamiento social y fue excluido por su condición sexual y le fue denegada la gloria que tanto merecía.
Cuanto más evolucionamos más cerca estamos de nuestra autodestrucción social y prácticamente como especie. Esto debe cambiar y ya.