Crítica Tenemos que hablar de Kevin
Es raro que una película empiece con una imagen de la conocida fiesta de la Tomatina de Buñol. Pero aún es más raro que esa película sea buena y ‘Tenemos que hablar de Kevin’ lo consigue. Este comienzo es una de las piezas del puzzle que es el argumento de la cinta: Una mujer da luz a un niño, que ya desde sus primeros días se lo pone muy difícil hasta convertirse en una persona fría y perversa.
Pero esta película va mucho más allá del simple maniqueísmo que confronta a una madre entregada y a un hijo reprobable (y seguramente, muchos más adjetivos sin entramos a analizarlo, pero esa historia dentro del film es muy débil, aunque impactante).
Es un retrato familiar y personal de su protagonista. Una maravillosa Tilda Swinton que parece haber nacido para interpretar este papel, por su piel pálida y su frío semblante. Los sentimientos de miedo, culpabilidad, vergüenza, entrega, rencor, amor y apego se mezclan en esta película, llevados al extremo, para mostrarnos una realidad familiar sui géneris.
Es raro que una película que desde los primeros compases te desvela el final mantenga tu atención constante. ‘Tenemos que hablar de Kevin’ lo consigue. Lo hace con píldoras de cine y mediante una estructura narrativa fragmentada, pero perfectamente hilvanada. Lo hace porque sugiere, pero no muestra; enseña, pero no explica.
Es sin duda, una de las películas más sorprendentes de 2011. Quizás lo sea porque juega precisamente con ello: la sorpresa, el extremo, la exageración, lo inesperado. Y quizás también en esta apuesta encuentre su mayor fallo: por momentos nos saca del film porque se sitúa en los límites de la realidad. Pero de lo que no hay duda es que en ella hay cine. Verdadero cine.
Autora: Bambalina