Crítica Pozos de Ambición

Que el sueño Americano puede ser corrosivo lo sabemos por el cine desde Ciudadano Kane. La historia de estos hombres hechos a sí mismos que persiguen la fortuna a cualquier precio es un género en si mismo y Pozos de Ambición entra de lleno en esta clasificación.

Daniel Plainview comienza como buscador de petróleo en solitario y acaba en una mansión ostentosa y vacía. Aquí no hay una demencial colección de antigüedades, pero sí una habitación chocante en la que se desarrolla el final de la historia y que resulta, cuando menos, desconcertante. El problema de Daniel Plainview es que ni siquiera tiene un Rosebud que recordar.

Durante toda su peripecia, Plainview establece tres relaciones complicadas y acaba voluntariamente con dos de ellas. La primera, con su hijo, sufre altibajos pero somos capaces de apreciar el cariño que siente por el chico, aunque le utilice, aunque le abandone y aunque termine con él de forma cruel cuando se cruza en su relación el negocio. La segunda, con su hermano, gira en torno a una conversación entre ambos en la que Plainview asegura que no le gusta la gente, que es muy competitivo y que, a lo que aspira en realidad, es a lograr el dinero suficiente como para no tener que tratar con nadie más.

Sin embargo, es la tercera de esas relaciones la que articula la película y le aporta un tono alegórico. La fortuna de Plainview se amasa en un campo desértico sin explotar que le ofrecen para hacer perforaciones petrolíferas. Cuando se instala allí, sus intereses chocan frontalmente con un predicador visionario que intenta una y otra vez arrastrarle hacia su rebaño. Ambos son dos manipuladores de campeonato y esa habilidad les enfrenta en dos secuencias portentosas y en el final.. Para llegar hasta aquí la película necesita 130 minutos y no consigue cerrarla de manera totalmente satisfactoria, da la sensación de rematar con una historia que ya creíamos cerrada y que, al menos, sirve para aclarar un aspecto del guión que resulta confuso a lo largo de toda la película.

Lo más destacable es la sensación que transmite P.T. Anderson. Todo en Pozos de Ambición resulta incómodo: la música asonante de Jonny Greenwood (guitarra de Radiohead), el sol ardiente reflejado por el Roger Elswit (Óscar en 2007) y las interpretaciones de Daniel Day Lewis y Paul Dano, tan al borde de la sobreactuación que cruzan la línea en algunas ocasiones pero que no son más que un reflejo del carácter escesivo de sus propios personajes.

Autora: Holly Golightly