Crítica Los mundos de Coraline
Escondido tras aquella sorprendente maravilla que fue Pesadilla antes de Navidad se encontraba Henry Selick, el director que quedó eclipsado bajo el grandísimo Tim Burton. Pero hay que reconocer el trabajo de este director que ahora parece volver a sus inicios con Los mundos de Coraline.
Basada en una obra de Neil Gaiman, escritor especializado en fantasía, multipremiado y multiadaptado (Stardust y probablemente The Sandman), Coraline es un cuento realmente oscuro, con momentos inquietantes y un poquito macabros. De hecho, no ha sido calificada para todos los públicos sino para mayores de 7 años.
Con solo ver los tres primeros minutos de la película ya queda claro porqué el stop-motion merece un puesto de honor en el cine de animación. Las texturas, la belleza de las imágenes, los detalles, en el stop-motion hay un cariño y un trabajo que empieza a perderse en las películas en 3D (exceptuando a Pixar, por supuesto). Puede que a algunos la torpe fluidez que estas películas presentan (en expresiones faciales sobre todo) les resulte molesta, pero para otros, la visible artesanía es un valor apreciable, en un cine que se automatiza cada vez más.
Estéticamente, Coraline recuerda a Pesadilla antes de Navidad, un estigma que Selick parece no molestarse en evitar. Los oscuros personajes, los decorados retorcidos, la realidad gris y aburrida frente al sueño fantástico… Como una Alicia oscura, Coraline se adentra en un mundo que parece hecho a su medida, donde sus sueños se hacen realidad aunque siempre al borde de la pesadilla.
Si se puede poner alguna pega a la película es un repentino cambio en su guión en la parte final. Hasta entonces, Coraline resulta oscura e inquietante casi sin proponérselo (la muñeca de la niña es espeluznante) pero cuando las cosas empiezan a torcerse, la trama se complica con una sucesión de escenas algo exageradas que no casan del todo con el contenido ambiente inicial. Aún así, impresionan.
Un valor añadido a todo lo anterior, es la banda sonora, dulce, delicada y tétrica del compositor francés Bruno Coulais, autor también de la música de Los chicos del coro. Merece la pena tanto ver la película como echarle un ojo a las canciones de Coulais. Pinchando aquí os podréis hacer una idea.