[Crítica] La cosa
La elaboración de un remake de The Thing, anterioremente versionado por Christian Nyby (1951) y John Carpenter (1982), había levantado mucho revuelo de dimes y diretes entre los aficionados al subgénero en el que se inscribe el largo, considerado un híbrido entre el terror y la ciencia ficción. Y lo cierto es que, el resultado final conseguido por el director nórdico Matthijs van Heijningen Jr. no es para nada desmerecedor de las expectativas inciales, ni respecto a las películas precedentes ni en cuanto al relato corto original de John W. Campbell Jr. –titulado Where Goes There?- en el que libremente se basan los tres volúmenes en formato de celuloide.
El debutante cineasta ha logrado captar el espíritu de la historia, que causó emoción y sustos por doquier en 1951 y en 1982. Y lo hace mediante la opción de la creatividad; envolviendo su propuesta en una escenografía asfixiante y un miedo medioambiental de sutilezas nocturnas y penumbras amenazadoras. Ante semejante senda, el filmador evita lo más posible abandonar la acción a una sucesión casi siempre fallera de efectos especiales, muy usada en productos de similar factura y muchas veces incoherentes con la misma trama con la que se pretende inquietar.

En esta visita a La Cosa, la Antártida –con sus paisajes helados y su inmensidad de hielo mortuorio circundante y hasta existencialista- se transforma en un personaje más del guion; todo con el fin de generar desasosiego y constancia atmosférica para recrear convincentemente la existencia del monstruo que cercena la vida del cuadro dramático. Esta apuesta por la sugerencia hace que el ser alienígena -que da pie al screenplay- quede retratado como algo omnipresente de lo que hay que escapar y esconderse; a pesar de no acreditar forma precisa en la mayoría de sus apariciones.
Amparado en este discurso, Heijningen Jr. se embarca en un ejercicio con ínfulas constructivas; una obra destinada a ser vista por los espectadores como algo más que una mera repetición de los logros obtenidos por John Carpenter, hace ahora 29 años. Para ello, el novato director diseña una especie de precuela; a través de la cual se adentra a mostrar lo que ocurrió antes de que el monstruo -proveniente de otra galaxia- acabara con la vida del grupo liderado por Kurt Russell. Así, el argumento comienza en 1982, cuando una joven investigadora norteamericana es captada por un científico noruego, para unirse a un equipo que ha hallado un desconocido espécimen en la Antártida. La chica, antropóloga de especialización, acepta el encargo. Lo que nadie sabe es que el misterioso ser está realmente en estado de hibernación; y que, en cuanto se derrita el hielo que lo mantiene en calma, la destrucción se desatará en todo el campamento.

Un reparto compuesto por rostros desconocidos en su mayoría, excepto por la incorporación de Mary Elizabeth Winstead (la hija de Bruce Willis en La jungla 4.0) y Ulrich Thomsen (The International), sirve al creador para montar una cinta en la que el suspense gana la partida al horror de naturaleza teen, la corriente definida por la gritería facilona y la hemoglobina de supermercado a granel. Con este esquema, el elenco interpretativo se siente confiado y agradece -con sus caracterizaciones- la importancia que el jefe técnico y artístico otorga a la contundencia de los papeles que les han tocado en suerte.
Sin embargo, a Heijningen se le nota demasiado el legado de Carpenter: quien se convierte en el verdadero cerebro de esta The Thing de 2011. Tal aseveración es más que evidente al comprobar que esta precuela estaba ya más que esbozada en el genial largo del responsable de La niebla. Ante esto, el realizador escandinavo solamente ha tenido que poner algo de imaginación y buen hacer para levantar su movie; que no es poco si se observan muchos de los remakes que copan las pantallas con el sello de made in Hollywood.

No obstante, y pese al meritorio trabajo de Matthijs, los personajes de esta adaptación en plena era tecnológica no poseen la fuerza heroica de los dibujados por Carpenter. Un trabajo en el que quedan para la posteridad el piloto R. J. MacReady (Kurt Russell y su sombrero de cowboy, a bordo del helicóptero, es una referencia esencial entre los amantes del género) y el orondo Blair (Wilford Brimley sin bigote logró una encarnación más que estimulante del extraño científico, que intenta acabar con todos sus compañeros de estación antes de que se transformaran en monstruos alienígenas).
Pero, a pesar de la inevitable servidumbre hacia los dos maestros antecesores, no está de más celebrar las virtudes de La Cosa de Heijningen; cuyo visionado, por lo menos, anima al personal a rescatar del olvido el filme de John Carpenter. Además, consigue transmitir la idea de que, para meter miedo, a veces no todo se consigue abusando de complicados programas informáticos (los que lo duden, que se lo pregunten al insustituible Carlo Rambaldi).
Autor: kevinjesus20