a carretera
Recientemente ha pasado por nuestra cartelera con más pena que gloria La Carretera, la adaptación fílmica de The Road, la afamada novela apocalíptica del galardonado Cormac McCarthy. Y no es difícil averiguar porqué esta extraordinaria cinta ha corrido tan ingrata suerte. La Carretera no es una película fácil ni agradable. Su tema aborda descarnadamente y con realismo a las consecuencias de una catástrofe global. Si usted es fan de The Walking Dead, ese extraordinario comic de Robert Kirkman y Charlie Adlard en el que un padre y un hijo luchan por sobrevivir y mantener la cordura en un mundo que se ha ido al garete, en The Road encontrará una situación que presenta claras concomitancias con Los Muertos Vivientes, pero llevadas aún más al extremo. Esta película dirigida por John Hillcoat y protagonizada por Viggo Mortensen cuenta otra historia de padre y hijo en un mundo en el abismo, esta vez en condiciones aún más terribles, más verídicas, con más visos de ser posibles. Y ese es un bocado demasiado correoso de tragar para la audiencia de fin de semana.
En el mundo de La Carretera no sólo hay que luchar por la propia vida, es que ya no queda nada de lo que vivir, y los pocos supervivientes se encuentran envilecidos y reducidos al canibalismo. Así que no esperen otra fantasía a lo Mad Max, donde los malos están más pendientes de su peinado y sus tatuajes que de sobrevivir día a día. Este es el mundo que les espera ahí fuera, amigos, y si ustedes tienen hijos lo van a pasar fatal viendo esta película, porque ¿hay algo que quieran más? ¿Hay algo por lo que pasen más miedo?.
El planeta ha sufrido algún tipo de cataclismo no especificado, sea este de origen nuclear o mediambiental. He aquí otro tema sobre el que se puede especular. Si nos estamos cargando nuestro entorno poco a poco hasta que no dé más de sí, o si lo vamos a mandar todo al cuerno de un petardazo más temprano que tarde. Y La Carretera nos hace que reflexionemos también sobre lo indefenso que está el ser humano ante la inclemencia de la naturaleza, lo dependientes que somos de ese hábitat que nos rodea y en que tan poco reparamos . Todo vestigio de vegetación y de vida animal han desaparecido. Grupos aislados de humanos supervivientes en un mundo hostil se están matando los unos a los otros por hambre, por miedo o por ignorancia. El cielo está perpetuamente gris, el sol ha desaparecido, reinan el frío, la lluvia, el hielo y las cenizas, retratadas por una certera labor de fotografía retocada por ordenador para que la sensación de desolación sea mayor. La superficie terrestre parece emponzoñada, eternamente cubierta de hollín, barro y veneno. Todo es ruina, destrucción y parajes descarnados. La humanidad está destinada a desaparecer y las personas son consideradas como ganado. En este ambiente, un hombre cuyo único miedo es lo que le pueda pasar a su hijo, intenta sobrevivir y mantener cierta humanidad, aunque cada vez se vaya degradando más. La vida es sucia, es dura y es frágil y hay que adaptarse a esa nueva situación. La soledad es constante porque es preferible eludir el peligro que suponen otros supervivientes.
Pero mientras el padre se tortura con recuerdos de la vida que tuvo, mientras intenta seguir adelante con el peso de saber cómo era el mundo antes, el niño no conoce la vida anterior. Para él ese mundo es como debe ser y mantiene su inocencia siempre aferrado a su osito de peluche. El padre, un inmenso Viggo Mortensen que con su sola presencia, con su impresionante gesto, llena la pantalla, tiene un único objetivo: aguantar durante el mayor tiempo posible en un mundo muerto, perseverar por su hijo y preservar su forma de vida y de pensar. Pero como le dice su mujer en un flashback: “Yo no quiero sólo sobrevivir”. Porque hay está, probablemente, la pregunta que subyace a lo largo de todo el metraje. ¿Qué propósito tiene seguir adelante en un mundo condenado a muerte? The Road pone de manifiesto lo dañino que es el ser humano y la alimaña que habita dentro de cada uno de nosotros. Cuando no queda suficiente para todos, la única solución es el aislamiento y el egoismo. Por otra parte ¿qué opción queda? ¿Marcharse cuanto antes con mayor o menor dignidad? La pregunta definitiva es si merece la pena, si a eso se le puede llamar vida. Y la respuesta se da al final de la película, con los últimos compases de la discreta banda sonora compuesta por Nick Cave y Warren Ellis, compadres en The Bad Seeds y Grinderman.
Porque The Road, además de ser una llamada de atención sobre la fragilidad de la vida humana y de su dependencia del medio ambiente, a pesar de ser durísima, es una película fundamentada en la fuerza del amor. El padre sabe que el final es inevitable, pero intenta preparar al niño para que continúe sin él. No le queda esperanza para sí mismo, pero la tiene para su hijo. Y aunque se ha embrutecido por el miedo a lo que le pueda pasar al niño, es ese amor el que le hace seguir adelante. El mensaje final es un mensaje de amor a la vida. A seguir adelante y a tus seres queridos. El amor desprovisto de todo egoismo, con total entrega. A pesar de su forzosa brutalidad, el padre sí que ha sabido transmitir buenos valores, y el hijo quiere mantener dentro de sí la bondad, la confianza. Como si en definitiva, todavía hubiera fe en el ser humano. Y es ese amor que transmite a ese niño que no entiende nada de lo que está pasando, el que hace que una película que se ve todo el rato con terrible impotencia y angustioso mal sabor de boca, sea tan conmovedora.