[Crítica] Intruders
¿Existe una variante genética en el miedo? ¿Lo que temen los padres se transmite a los hijos en forma de pesadilla nocturna? Según la última película del canario Juan Carlos Fresnadillo parece ser que las respuestas a semejantes preguntas deben ser afirmativas. Solamente así es como se explica que el Hombre del Saco sobreviva al paso de generaciones de críos; o que las brujas de las escobas voladoras se mantengan en uno de los privilegiados puestos de las listas de monstruos infantiles, imperturbables frente al transcurso del tiempo. Ante tal tesis de silogística trascendencia, es posible que -en un futuro próximo- personajes de ficción peliculera como Freddy Krueger, Jason Vorhees, Michael Myers y Hannibal Lecter se conviertan en los iconos del horror para los infantes del siglo XXI; actuando con similar fuerza escénica a la ofertada por los conocidos diablos de los armarios oscuros y los payasos psicópatas de debajo de la cama.

En los mencionados márgenes del comportamiento humano es en los que se sitúa Intruders; un filme que se alimenta -con soltura y oficio- de dos géneros: el de los gritos en las salas oscuras y el del melodrama familiar. Y lo hace mediante la elaboración de un guion de los de hierro forjado, en el que las posibles inconexiones de la realidad expuesta se suturan con puntadas de hilo metálico, a base de continuas revelaciones de índole existencialista.
Como viene siendo habitual en la compacta filmografía de Fresnadillo, las sorpresas se producen por el desarrollo de la historia y por las relaciones entre los seres que pueblan el metraje de la obra; más que por los giros de efecto independientemente de su peso en la coherencia del discurso narrativo. Y eso que la movie comienza con los acordes de una producción de tintes a lo poltergeist criminal que recuerdan a los de la temible Hada de los dientes de En la oscuridad, de Jontahan Liebesman.

A modo de cuento de horror, el responsable de 28 semanas después e Intacto entrega las primeras secuencias de la película a exhibir la relación malsana entre un niño español de los años setenta y un ser de naturaleza infernal, al que bautiza como Cara hueca. Varias décadas después, una adolescente inglesa presenta las mismas alucinaciones que el chaval setentero; al hallar escondido en un árbol un papel en el que alguien describía la manera de convocar la aparición del fantasma conocido en las latitudes británicas como Hollowface. Aparentemente, lo que une ambas descripciones argumentales –alejadas en la línea temporal- es el amenazante espectro que ataca la tranquilidad de los menores de edad; sin embargo, conforme avanza la trama, el realizador isleño muestra que existe mucha más carnaza detrás de la existencia del temible individuo de rostro inexistente que la de la simple imaginación enfermiza de sus pequeñas víctimas.

Fresnadillo apuntala su propuesta con un elenco interpretativo de raza y eficacia escénica, que encabeza el granítico y a la vez vulnerable Clive Owen. La estrella de Gosford Park es quien soporta la mayor parte de la carga dramática de Intruders, y logra salir airoso del reto casi en la totalidad de su caracterización. Aunque también es justo recordar que a su alrededor se aglutina un grupo de actores realmente competente, que logra dotar de coherencia al filme (y eso que algunos de los intépretes, como es el caso de Daniel Brühl, se encuentren con tipos de ficción cuya importancia en la cinta es más que cuestionable).
No obstante, a pesar de la habilidad del director para dotar de explicación cada una de acciones expuestas en la pantalla, el mensaje final de la obra queda empañado por un interés decreciente en la resolución del clímax; siendo la explicación aportada por el cineasta algo acomodaticia y destinada a desprender al largometraje de su componente de ultratumba. Es en su discurso a favor de un supuesto realismo donde más falla el creador; ya que, jugando con estos dados de experiencias identificables, es un tanto imposible dotar de prestancia a Cara hueca y a su universo de maldad asesina. Tanta alternancia de género pasa factura a un largo que, independientemente de sus algo desalentadoras deficiencias, se ve con agrado; sentimiento que se antoja más cercano si los asistentes a la proyección son conscientes desde el primer momento de que no van a asistir a ningún título heredero de El exorcista (como se publicó en algún medio de comunicación), ni siquiera a un hermano lejano de la mencionada En la oscuridad. Todo resulta mucho más trivial en esta propuesta internacional de Juan Carlos Fresnadillo (tanto para bien, como para mal).
Autor: kevinjesus20