Crítica El Club de los poetas muertos
Hay ocasiones en las que enfrentarse de nuevo a una película que ha significado mucho en una etapa concreta de tu vida supone un cierto temor, pero en este caso se ha convertido en una experiencia emocionante.
El Club de los poetas muertos refleja la adolescencia de un modo realista, sutil y profundo. Alejada de la moda de “pelis de instituto” de los 80, su tono es pausado e intimista y eso hace que nos reconozcamos en algunos de sus protagonistas o en ciertas situaciones. Todos hemos tenido ambiciones, nos hemos sentido incomprendidos y nos hemos enamorado de alguien a quien apenas conocemos. Los miedos, las inseguridades y el compañerismo entre chavales pocas veces se ha reflejado de mejor manera.
Todo esto es posible gracias a la realización de Peter Weir un director que, bajo su tono transparente y clasicista, es capaz de construir personajes y relaciones en situaciones extremas en sentido estricto (El año que vivimos peligrosamente, Master and Commander) o figurado y cotidiano (Matrimonio de conveniencia). El guión de Tom Shulman, ganador de un Óscar es delicado y minucioso, en él cada detalle importa y lo que parece gratuito o accesorio tiene una importancia real en la construcción de la historia , como el que la obra que representa Neil sea “El sueño de una noche de verano”.
Autora: Holly Golightly