[Crítica] Temple Grandin

 

¿Ha huido el talento del mundo del cine? ¿Es ahora la televisión el lugar donde se cuecen las grandes ideas? ¿dónde encontramos las grandes historias capaces de conmovernos? Temple Grandin, la tv-movie producida por HBO (quizá la productora que más magia de calidad está aportando en los últimos años a nuestras pantallas), es un claro ejemplo de cómo las cosas están cambiando.

Es curioso observar cómo las palabras Tv-movie producen una reacción muy diferente en España y en EEUU. Lo que aquí resulta sinónimo de cutre y sensacionalista, se convierte en América en sinónimo de calidad, novedad y valentía. ¿Es posible que todo ese talento que semana tras semana de estrenos echamos de menos en las carteleras se haya escondido en un medio donde resulta más difícil exponerse? ¿dónde un guionista puede estar protegido por un sueldo y unas condiciones que no le obligan a llevar una vida de feriante? Actualmente es sin ninguna duda más provechoso hacerse con alguna de las muchas series, miniseries o películas para televisión que llegan desde Estados Unidos, que vaciar el monedero en los cines para ver las mismas historias una y otra vez.

¿Pero por qué las grandes productoras de cine no toman nota de lo que está pasando? Tanto el público como  actores e incluso directores, sí lo ha hecho. Temple Grandin es la historia de una mujer autista, que en los Estados Unidos de los 60 y 70, consiguió abrirse paso no sólo entre los prejuicios de género, sino a través de una enfermedad que mantiene a la mayor parte de sus pacientes en instituciones mentales para toda la vida. Muchos de ellos nunca llegan a hablar. Temple, llegó a doctorarse y a ejercer de profesora en prestigiosas universidades.

No sólo es la fuerza de la historia la que atrapa desde el primer momento, sino la manera de realizarse. Los guiones cinematográficos están actualmente tan constreñidos a normas matemáticas (punto de giro en la página X, presentación de personajes e historia de no más de N páginas, sorpresa y giro final entorno a la página número Z) que resultan simples y aburridos. Las películas son previsibles, son fórmulas repetidas una y otra vez sin posibilidad de cambio, puesto que se crean con escuadra y cartabón. La única manera de confundir al espectador es crear juegos mentales tratando temas como la locura, el sueño, la percepción distorsionada… Shutter Island o la tan aclamada, pero igualmente cuadrada, Origen son claros ejemplos de esta corriente.

Sin embargo, obras como esta sencilla y reconfortante Temple Grandin, trastocan esa visión. Contando la historia de un ser maltratado y difícil, el amaneramiento habitual de las historias biográficas se extingue desde los mismos (e impresionantes) títulos de inicio: Temple no nos va a caer bien, no se le va a buscar el lado agradable ni tierno, no se nos va a obligar a llorar con la música y no se nos va a dar tregua con historias de amor ni vestidos bonitos. Temple Grandin quería estudiar los movimientos del ganado, era capaz de visualizar los detalles de las cosas como nadie más y necesitaba analizar y reconstruir aquello que su cabeza le decía que no funcionaba. Eso es lo que cuenta la historia. Con unas mínimas concesiones a la relación entre madre e hija, seguimos a Temple en su recorrido desde la alfombra de su casa hasta el pedestal más alto.  Paso a paso y sin hacer piruetas.

Claire Danes, aquella ñoña y guapita Julieta del Romeo de Baz Luhrman, es quien da vida a Temple, con una fuerza y sencillez ariscas y grotescas, simplemente perfectas. No por casualidad se alzó con el Emmy a mejor actriz en la pasada edición de los premios. Seguida excelentes actores secundarios como Julia Ormond (también con premio) o Katherine O’Hara, da gusto ver cómo aquella máxima que retiraba a las actrices mayores de 35 años a la oscuridad, ha perdido validez. Las grandes actrices tienen un enorme hueco que llenar en la televisión, huecos muchos más dignos que los que ofrece Hollywood acompañados por el bottox y la eterna espeluznante juventud de muñeca.

Excelente obra que debería haber llegado a la gran pantalla y ser tratada como se merece, aunque quizá si se hubiera visto sometida a las presiones de la gran pantalla, habría perdido su frescura y originalidad.