[Crítica] Somewhere
Hace más de un año que Sofia Coppola (Las vírgenes suicidas, Lost in Translation, María Antonieta) ganó el León de Oro con esta película en Venecia y ahora por fin llega a nuestras carteleras. No sabemos hasta qué punto el presidente de aquel jurado, Quentin Tarantino, ex novio de la directora, pudo influir en la decisión de conceder el premio, es cierto que no había mucha competencia, pero también es innegable que Somewhere es una película profunda y bastante correcta.
Igual que en su largo plano inicial, el protagonista, Johnny Marco (Stephen Dorff), un reconocido actor de Hollywood, se encuentra metafóricamente dando vueltas en círculo, sin dirección, aislado e inmerso en la rutina. Es algo que tanto Sofia como su padre Francis suelen hacer muy bien: presentar al personaje. Y sinceramente, creo que muy pocas veces se ha presentado a un personaje de forma tan clara y concisa con un solo plano.
Con ese punto de partida, nos encontramos con un padre que por razones de trabajo o por llevar una vida extralimitada, no ha podido estar todo lo cerca de su hija como le habría gustado, aunque quizá porque tampoco él se preocupó por ella en su debido momento. Ahora la hija, Cleo (Elle Fanning), ha crecido y se ha convertido en una persona interesante con la que compartir su tiempo, en un apoyo que poco a poco empezará a ser fundamental en su vida.
Sofia Coppola nos viene a mostrar que la vida de una celebrity puede no ser todo lo genial y glamurosa como podemos creer. La película, desarrollada en su mayor parte en el reconocido hotel Chateau Marmont de Los Angeles, lugar de residencia de multitud de músicos y actores en la vida real, nos enseña la cara oculta de Hollywood, el de los excesos y la soledad, exprimiéndoles unas interpretaciones mágicas a sus actores, pero en especial a la brillante Elle Fanning, tan sumamente natural que ni siquiera parece que esté actuando.
Viendo Somewhere es imposible no pensar en algún momento que a Sofia, además de las experiencias vividas cuando era niña, también le ha influenciado claramente algo del cine de Jim Jarmusch, planos fijos de larga duración y diálogos mínimos son la tónica general. Entre plano y plano, cabe destacar la fotografía sencilla y realista que siempre ofrece Harris Savides, una de mis mayores debilidades reconocidas, o la música compuesta por Phoenix y su líder Thomas Mars (marido de la directora), con algún glorioso tema también de los Strokes sonando al ritmo pausado de la imagen.
El mayor problema de cara al público es que tal vez Sofia Coppola se puso demasiado alto el listón con un comienzo de carrera tan deslumbrante. Las expectativas con cada nuevo trabajo suyo son bastante elevadas, y es francamente complicado estar siempre al nivel que ofreció en Lost in Translation. De hecho, el fracaso de taquilla en su país ha sido notable. Sin embargo, un servidor opina que la hija del gran Francis Ford Coppola aún tiene muchas cosas que decir en este oficio y por varias razones. Primero, porque tiene buenas maneras, segundo, porque tiene buenos mentores, tercero, porque tiene estilo propio, cuarto, porque tiene buen gusto y lo utiliza, y finalmente, porque tiene ideas interesantes y las desarrolla bien.
Autor: Víctor Montero