[Crítica] Morning Glory

Oh, otra peli para jóvenes profesionales guapos e hiperactivos, o para los que sueñan con serlo. La protagonista de Morning Glory es una chica muy mona que trabaja de productora ejecutiva (no me digan que no suena a curro molón) en los horarios más cutres de una pequeña cadena de televisión. Como toda americanita creyente fervorosa en el sueño americano, trabaja muy duro y se entrega a un empleo que la absorbe. No tiene vida amorosa, vaya problemón. A estas alturas de la película (los cinco primeros minutos) ya se me han disparado todas las alarmas ante tamaño cúmulo de topicazos. Pero déjenme proseguir. Encima hacen recortes en su empresa y nuestra heroína se queda en la calle. Hey, no se preocupen, pronto encuentra un hueco en otra cadena que anda de capa caída. A base de tesón, perseverancia y desparpajo, la señorita en cuestión triunfa, consigue todos sus sueños y conoce a un chico de lo más interesante. Seguro que jamás lo hubieran sospechado.

Roger Michell se encarga de dirigir esta comedia que intenta serlo a base de mostrar siempre una cara optimista, dinámica y un tanto disparatada de cada situación. Michell es conocido por haber realizado antes Notting Hill, así que ya saben qué pueden esperarse de Morning Glory. Y con todos los palos que se llevó aquella película, esta ni siquiera consigue estar a su altura. Sin embargo el reparto es (y está) inmejorable. El jefe cínico es Jeff Goldblum, y ya puede el protagonista del remake de La Mosca hacer de lo que quiera, que todo le sale bien. Harrison Ford encarna a un veterano periodista que ganaría en una competición como fulano desagradable al Jack Nicholson de Mejor Imposible. Y Diane Keaton interpretando a una presentadora histérica hace que salten chispas de la pantalla. Jo, cómo me gusta la ex-musa de Woody Allen. Como actriz y como mujer. Sí, todavía. Por último, la chica protagonista es Rachel McAdams, quien estuvo la mar de bien en la versión que presentó Guy Ritchie hace un par de años de Sherlock Holmes, la recordarán.

Qué de color de rosa resulta todo. Cada secuencia es tan previsible, es tan fácil adivinar qué va a ocurrir a continuación, que después del primer cuarto de hora ya se ve llegar el final. Desde lo que le va a ocurrir a la chica, hasta cómo se va a solventar el roce (¿lo pillan?) entre los presentadores cascarrabias. Mi potenciómetro llega al rojo. Es una lástima que el debate que se plantea entre la televisión informativa y la telebasura sólo quede apuntado y no se llegue a profundizar. Pero esa no es la función que persigue Morning Glory, que no es más que la del mero entretenimiento. Si no fuera porque a veces los sábados por la noche me gusta desintoxicarme con una comedia blandita y previsible como una papilla sin gluten, diría que Morning Glory es una chorradita para las lectoras del Cosmopolitan. Pero no lo diré (¡ja!). Yo también la he visto, me he distraído durante noventa minutos y al final hasta he salido con una sonrisa.