Crítica Moon
Sí, Moon es una película de ciencia-ficción, con título intrigante y estética reminiscente de 2001: Odisea del Espacio, que llega acompañada de excelentes críticas y reputación de obra con ínfulas artísticas. Esto ya sería razón suficiente para que a uno se le despertase cierto interés por verla. Pero también, y esto le es inseparable, es obra de Duncan Jones, hijo de David Bowie. Y como con tantas obras de “hijos de” (Lennon, Dylan) mitómanos e iconoclastas acudimos de la mano a las salas de proyección con algo más que mera curiosidad. No creo que me guíen falsos prejuicios si digo que hay algo fastidioso en una película que desde su comienzo recuerda tanto a la obra de Kubrick como a…
Alien, el Octavo Pasajero. Y que también lo hay en su poco original comienzo en forma de falso documental que funciona como elipsis para colocar al espectador en antecedentes. Así como lo hay en sus títulos de crédito que pretenden ser espectaculares y son sólamente torpes. Sólo la bien escogida música (hey, al fin y al cabo estamos hablando de un Bowie – es broma, es broma) acierta a crear un clima subyugante, denso, intrigante.
La Luna se ha convertido en una inmensa mina, fuente de energía limpia para La Tierra. Y ahí tenemos a nuestro protagonista, Sam, un extraordinario y lleno de matices Sam Rockwell, completamente a solas durante tres años en una base lunar, excepto por la compañía de Gerty 3000, el ordenador de a bordo y su particular HAL 9000. Cuando Sam está a punto de volver a casa empiezan los problemas. Nuestro astronauta, empieza a no distinguir la fantasía de la realidad, a no saber si lo que ve le está sucediendo es de verdad o lo está imaginando. La máquina toma el mando y comienza la pugna con el hombre hasta que se descubre la verdad. A partir de ahí el director intenta crear un ambiente claustrofóbico y de pesadilla, pero uno no puede evitar tener la sensación de estar viendo un episodio de Espacio 1999 (¿la recuerdan?). Y no es que esté mal rodada, en absoluto, ni que los patentes homenajes a películas clásicas del género sean perturbadores, al contrario. Es que la historia no da de sí lo suficiente como para llenar hora y media. Duncan Jones antes de rodar esta película se ha dedicado a la publicidad, y ustedes podrían pensar que posiblemente debería haber tenido en cuenta hacer un telefilm antes de pasar a un largometraje.
Pero tal vez se equivoquen. Porque Moon también es una reflexión sobre la identidad y la existencia, y una ácida denuncia de la manipulación del trabajador por las grandes empresas. De cómo una persona malgasta su vida y su tiempo para generar una riqueza de la que apenas se le devuelve un escupitajo. De cómo un obrero no es más que una mercancía, ganado, un trozo de carne que se explota y se revienta. Que se utiliza hasta el extremo y cuando a consecuencia de ese trabajo ya no puede seguir adelante, se le pega un tiro como a una bestia de carga vieja. En un mundo en el que los grandes bancos y las multinacionales se desembarazan de miles de trabajadores como si fueran lastre, peso muerto, el mensaje de Duncan Jones es absolutamente válido, poderoso y actual. Y eso es lo que en el fondo, más que en la forma, le da validez a esta película. Aunque sí, Moon es una película de ciencia-ficción, con título intrigante y estética reminiscente de 2001: Odisea del Espacio, que llega acompañada de excelentes críticas y reputación de obra con ínfulas artísticas. Pero también es obra de Duncan Jones, hijo de David Bowie, y esta es la razón por la que a uno se le despierta, definitivamente, cierta curiosidad por verla.