[Crítica] Malditos Bastardos
Tarantino pasándoselo muy bien. Tarantino haciendo de las suyas sin pudor. Tarantino reinventando la Historia a su gusto. Tarantino gustándose. Eso es Malditos Bastardos, una película que no se puede tomar en serio, que no tiene ningún tipo de pretensiones, pues su finalidad es obvia desde el capítulo dos del film: entretener, sin más. Y el objetivo se cumple durante las dos horas y media que dura esta irreverente historia. No se hace larga, divierte, asombra, le da una vuelta de tuerca más al asunto cuando ya parece imposible, y te mantiene con los ojos fijos en la pantalla, esperando la siguiente locura proveniente de la genial mente del director de culto yanqui.
Malditos Bastardos tiene la huella de Tarantino reconocible en muchos de sus elementos. Desde la banda sonora hasta los títulos de crédito, pasando por carteles o poperos o naif que incluye el realizador en algunas escenas para identificar a los personajes. Pero sobre todo se nota la mano del director en el ritmo que es capaz de imprimirle a secuencias que al final casi resultan prosaicas. Sólo Tarantino puede buscar el clímax de tensión con un nimio struggel con nata. Sólo Tarantino puede hilvanar una secuencia de puro nervio con diálogos y miradas para de repente hacerla explotar en tus narices. Te prepara durante unos minutos y luego… puede o dejarte tal cual, esperando algo que no llega, o satisfacerte. Es en Malditos Bastardos cuando Tarantino parece disfrutar más de su habilidad para manejar el ritmo.
Todos sabemos de qué va la peli. Antes del desembarco de Normandía, un grupo de soldados aliados, todos de descendencia judía, incluso algún alemán concienciado, se dedican a sembrar el terror entre las filas nazis en territorio francesa. Se visten de civiles o incluso de nazis para masacrar nazis, arrancarles la cabellera y hacer que su fama se propague por las filas enemigas. “Los nazis hablarán de nosotros… los nazis nos temerán”, dice Aldo Raine, teniente del grupo, que, por supuesto, recibe el nombre de Los Bastardos. Nadie sabe lo que hacen. Son parte del servicio secreto y el propio Hitler se siente exasperado por sus acciones de guerrilla. Este despropósito salido de la perturbada mente de Tarantino se sostiene sobre todo por cuatro motivos: el ritmo antes mencionado, impecable; un guión propio del director de Tennessee, estructurado en capítulos deslavazados que bien podrían ser historias independientes pero que se necesitan, y con juegos de palabras y conversaciones propias de este atípico realizador (extremadamente recomendable verla en versión original); la ambientación (es la primera peli de época real y pasada que escribe Tarantino, y tanto el vestuario como las localizaciones, decorados y atrezzo cumplen a la perfección); y los actores, brutales, incomensurables, exagerados y, como debe ser, procedentes de los mismos países de los que en teoría vienen sus personajes (hay actores británicos, estadounidenses y alemanes… de nuevo, por favor, vedla en versión original). Pocos directores actuales tienen la capacidad de crear personajes como los de Tarantino. Y no es Brad Pitt encarnando a Aldo Raine el que te va a dejar a cuadros, que también. No. Es un tal Christoph Waltz, haciendo del coronel cazajudios Hans Landa, el que te va a dejar estupefacto. Mejor actor en Cannes, más que merecido. Cada escena en la que Waltz hace acto de presencia se convierte en el súmum de lo que ya vimos en aquél guión primerizo de Amor a quemarropa, cuando Chistopher Walken y Dennis Hopper mantienen aquél inolvidable cara a cara. Sólo con una frase y una mirada, Waltz te clava en el asiento. No puede restársele mérito al trabajo de Waltz, pero hay que decir que el personaje es tremendamente agradecido para un actor. Landa es un tipo culto, políglota, asesino, pasional, de un humor sombrío que te estremece, y muy profesional en su trabajo. Es el verdadero motor de la película, algo que se constata al final del film, (WARNING, SPOILER) cuando tiene un papel fundamental en la secuencia del cine, donde Los Bastardos acaban con Hitler y su cúpula. Y para terminar con los actores y personajes, destacar como Tarantino se mofa de Hitler y Goebbels, ridiculizándoles, haciéndoles parecer niños con muchos caprichos. Goebbels emocionado por los piropos de Hitler, o Hitler enfadado y voceando, como un crío con una pataleta, es digno de ver.
Malditos Bastardos no es una peli de Óscar (tal vez para Waltz, y tal vez a mejor guión original, pero ya parece mucho), pero es una peli agradecida de ver. El espíritu de Tarantino rezuma por todas partes, en la forma de contar por capítulos la historia (el primero, el que te abre la acción y el conflicto es, de principio a fin, simplemente genial), en la forma de situar a los personajes y en la forma de hacerlos hablar y moverse. Te lo vas a pasar bien, vas a disfrutar de las escenas sangrientas de Tarantino, de las conversaciones que provoca y sobre todo de momentos en los que consigue hacerlo todo más irrespirable, si es posible. Malditos Bastardos es una película que no puede tomarse en serio, como ya decía al principio de este texto, y por eso mismo gana enteros, porque no pretende ser lo que no es, y consigue lo que quiere: darle una vuelta de tuerca a la Historia y contártela del modo más absurdo posible. Porque la guerra es absurda y sanguinaria, y Tarantino la ha caricaturizado como mejor sabe hacer: con humor negro. Si quieres pasar un buen rato en el cine, y de paso imaginar (WARNING, SPOILER) cómo habría sido el mundo si una pandilla de hijos de puta hubieran tenido los cojones de matar a Hitler, vete a ver Inglorious Basterds. Si quieres ver una peli de guerra, con tintes dramáticos, fiel a la Historia, y con escenas bélicas con muchas tropas y explosiones… píllate la serie de Hermanos de Sangre y alucina. Pero esto no va de eso. Tarantino no va de eso.