Critica Los idus de marzo (2011) de George Clooney
Dos son los retos esenciales que supera, y con creces, este film de Clooney como director. El primero, sortear el origen teatral de su guión -en el que radica la construcción, aguda y matemática, del thriller-, logrando quedarse con lo mejor del mismo para darle una lectura -y un punto de vista- auténticamente cinematográfico. El segundo, volver a contar una historia que ya conocemos sin que, sin embargo, perdamos jamás el interés, explicando bien las motivaciones de los personajes y evitando que el gran público se pierda por el camino en una intriga que sabe combinar el espectáculo -la elegancia formal, los giros de guión más o menos sorprendentes- con el análisis político.
Y, por supuesto, Clooney ha acertado -una vez más- en la elección del casting, dando el papel protagonista de Los idus de marzo a un inmenso Ryan Gosling -cuántos grandes papeles a sus (deseables) espaldas: Half Nelson, Drive…- y rodeándolo de un conjunto de secundarios de lujo –Philip Seymour Hoffman, Evan Rachel Wood, Marisa Tomei, Paul Giamatti, Jeffrey Wright…-, todos ellos capaces de dibujar con rotundidad -y enorme talento- sus personajes aprovechando, astuta y sagazmente, cada uno de los planos en los que aparecen.
Partida de ajedrez dialéctica y sofisticada -la puesta en escena tiene un aire deliciosamente clásico en el que la belleza formal contrasta con la miseria y la podredumbre moral de sus criaturas-, la película no cae ni en excesos de metraje ni en barrocas y herméticas controversias más o menos pedantes, sino que apuesta por un estilo mucho más ágil y directo, tan escéptico como -los tiempos mandan- también misántropo.
Lejos de los errores del último cine político de Redford -que se ha perdido por la pendiente de una rigidez formal excesiva que, esperemos, sepa romper para recuperar su firme pulso de antaño-, Clooney da la impresión de saber adaptarse a los tiempos -satisfaciendo así a un amplio espectro de espectadores- sin caer en una narración televisiva y regalándonos algún que otro -ponderable- hallazgo de puesta en escena. Aciertos como la elipsis de la conversación entre el gobernador y su presidente de campaña o algún esperado tête-à-tête que, gracias a las líneas de guión y al carisma de sus intérpretes, no decepciona, como la conversación en la cocina entre Gosling y el propio Clooney.
Una película reflexiva y, a la vez, llena de acción que concilia lo mejor del cine político americano -Pakula, Lumet o el mismo Redford- con la tradición del thriller y del género negro. Por eso, supongo, me gusta tanto el personaje de Evan Rachel Wood, porque aunque su presencia sea esencialmente funcional -y casi folletinesca, para qué negarlo-, me encanta ser testigo de cómo aprovecha cada uno de sus planos, convirtiéndose en una suerte de femme fatale nabokoviana, haciendo que salten chispas de pura química sexual entre ella y Ryan Gosling. Se agradece esa textura emocional -y sensual: de nuevo, el clasicismo formal de Clooney- en esta contundente fábula ética sobre la integridad y su -más que tangible- desintegración.




