[Crítica] Di Di Hollywood
La culpa fue mía, desde luego, pero necesitaba darle una oportunidad a Di Di Hollywood por aquellos tiempos en los que el cine de Bigas Luna al menos sí me interesaba. Gracias al pésimo guión y las inefables interpretaciones (no tengo palabras para lo que vi), conseguí aguantar hasta los títulos de crédito, de modo que puedo hacerles una breve síntesis de su intenso -e inolvidable- argumento. Por supuesto, si desean que no les arruine su (más que previsible) desarrollo, no sigan leyendo, pues esta crónica está llena de spoilers (si es que eso es posible en una película como esta).
La historia tiene como punto de partida un pub en el que Diana y su mejor amiga ponen copas. Ambas sufren muchísimo pues están obligadas a servir cócteles al ritmo de Mónica Naranjo, cuya canción “Amor y lujo” suena en todas las escenas ambientadas en ese marco. Lógicamente, esa repetición obsesiva de los gritos de la pobre Mónica, genera en ellas un transtorno depresivo que, en el caso de la amiga, se manifiesta en su relación destructiva con un tipo llamado David que la maltrata psicológica, física y hasta visualmente, obligándola a verle siempre con la misma camisa, elemento suponemos que simbólico, ya que el personaje no luce otro modelo en todo el metraje.
Diana, harta del single de la Naranjo y de la camisa de su jefe, sale del bar y le dice a su amiga “Mira, me voy a Miami a hacerme actriz”. Sí, no exagero, la línea de guión es tal cual acaban de leerla (bueno, tal vez me haya olvidado alguna muletilla). Si esto fuera una parodia de aquella genial comedia llamada Hola, estás sola? (¿recuerdan cuando Candela Peña y Silke se iban a hacerse ricas?) funcionaría, pero lo triste es que aquí se lo toman en serio y pretenden que nosotros hagamos lo mismo. Bien, sigamos.
Llegamos a Miami mientras escuchamos otro sutil tema a todo volumen (la banda sonora no tiene desperdicio), en este caso, La loba, de Shakira. De este modo, el director nos insinúa -por si alguien lo dudaba- que la prota está dispuesta a lo que sea para triunfar. Tras unas cuantas secuencias que parecen un anuncio de “Viajes Halcón: véngase a Miami”, la chica empieza a trabajar limpiando en un restaurante, donde hay otro jefe cabrón -más feo aún que el jefe madrileño- que tiene a su vez un sobrino que mete mano a su nueva mejor amiga y por culpa del cual las echan. Fin de la primera parte.
Pero como en todo cuento dickensiano (bueno, ojalá fuera dickensiano, lo he puesto así para aliviar el insufrible maniqueísmo de la cinta), aparece -entre planos de bragas tendidas y chicas orinando sobre revistas: todo muy poético- el príncipe azul de turno. En este caso, un ayudante de dirección que se enamora de ella al ver cómo se cae al suelo (sí, ese típico flechazo), se la lleva a los Ángeles (a ella y a su amiga, claro: ahí es nada) y -tras el nuevo momento de Viajes Halcón: ahora, LAX- decide presentársela al galán latino de turno. Por supuesto, el ayudante de dirección pasa a ser candidato instantáneo al ingenuo más ingenuo del mundo, lo que se pone toscamente de relieve con un nuevo temazo de la banda sonora: Quién es ese hombre, en referencia al galán con el que se lo hará nuestra Diana.
Este affaire -que todos preveíamos, salvo el pobre personaje del ayudante de dirección, la criatura de ficción más simple y tontorrona después de los Teletubbies– conlleva una nueva crisis y eso hace que se busque a un manager cuya caracterización supera lo esperpéntico. A su lado, aquellos gags de Martes y 13 eran ejercicios de nouvelle vague y naturalismo. El manager la obliga a prostituirse para un multimillonario muy cansino que la envuelve en celofán, le pone cinta aislante en lugares íntimos y bebe cerveza a morro en su espalda. Resulta difícil controlar la risa floja ante lo poco creíble del personaje, lo poco creíble de la interpretación de la Pataky (muy mona, sí, pero por favor, que se prepare un poco más antes de seguir dando tropiezos…) y lo poco creíble de la situación.
Un día -sí, uno en que los guionistas se han cansado ya de tanto juego erótico o que al director se le ha acabado la cinta aislante-, ella se topa con un managermucho mejor caracterizado –Peter Coyote– que le promete convertirla en una gran estrella. Y nada, dicho y hecho, en cinco minutos pasa a convertirse en Di Di (sutil metáfora ¿de Pe?) y le buscan un novio gay (sutil metáfora de ¿Tom Cruise?) del que todo el mundo sospecha que es gay, menos ella, claro. Hay rumores en la prensa, en Hollywood, en los programas de corazón, en las peluquerías de su barrio y hasta le ve saludarse afectuosamente con un tipo con un teñido imposible que, con su perrito en los brazos, entra a darle dos besos al actor en cuestión. Pero ni por esas: ella no se da cuenta porque está enamorada de él en tiempo récord.
Entretanto, vemos cómo rueda películas en una sucesión de imágenes que parecen sacadas de alguna parodia del antiguo Homo Zapping y que nos explican cómo ha llegado al estrellato. Si no quieren ver el film completo (cosa que entendería), por lo menos no se pierdan ese momentazo: son cinco minutos de carcajada a mandíbula batiente garantizados. Un día que el rodaje acaba antes de lo previsto, sin embargo, llega la tragedia otra vez a su vida: descubre al novio con el tipo rubio de las mechas en la piscina. Tanto el tinte como la postura de su novio la disgustan muchísimo (es que esas mechas son un horror) y quiere abandonar, pero no abandona porque también quiere ser una estrella. Así que, en pleno conflicto hamletiano, llama a su madre que se va con ella a mimarla.
Mientras, por cierto, la amiga madrileña sigue escuchando a Mónica Naranjo con su novio, el capullo de la única camisa, e intenta verla sin éxito. Ni siquiera cuando Di Di viene a Valencia a presentar su última película es capaz de tener un minuto a solas con su antigua mejor amiga, así que se emborracha y la atropella un coche. Di Di se entera, llora y dice que no quiere ir ahora al estreno, pero al final va y vemos una nueva metáfora sutilísima de lo sola que está cuando sale sola -curiosamente- de la proyección y camina -sola- durante los últimos minutos de película.
Toda una epopeya -agradezcan que he sido breve, podía haberles dado más detalles- que desaprovecha un tema que ha dado grandes películas a la historia del cine. Resulta difícil de creer que un director tenga tan poco que contar sobre su mundo o, cuando menos, que lo cuente de manera que resulte tan ridículo, irrisorio e inverosímil. En fin, seguiré recordando a Bigas Luna por los títulos que me hicieron interesarme por su mundo creativo y que, desde luego, no tienen nada que ver con… esto. Sea lo que sea.