Crítica Control

Control cartel Si partimos del tópico de que la vida de una estrella del Rock está basada en la combinación de sexo, drogas y Rock&Roll chocaremos violentamente como espectadores con la existencia de su antítesis mas profunda en la vida del cantante de Joy Division: Ian Curtis.

Para acercarnos a la gran figura de este oscuro y enigmático personaje del movimiento musical conocido como Pospunk, situado en los años 70 y que tuvo su epicentro en Manchester; debemos sustituir el sexo por un matrimonio temprano con bebé incluido, las drogas, por una fuerte medicación recetada para intentar frenar sus ataques epilépticos, y el rock, por una música rompedora de oscuridad abrumadora y con letras salidas de sus mas íntimos fantasmas interiores, que tienen un efecto hipnótico y turbador.

La película describe la rápida llegada del éxito para Joy Division con la inclusión de Ian Curtis como cantante. Dibuja la personalidad de Curtis a través de detalles sutiles que distan mucho de los excesos y excentricidades que se podría esperar de una estrella del punk, detalles que aparecen en forma de vivas imágenes que acaban retratando con precisión su personalidad. Al tratarse de una persona encerrada en sí misma, retraída emocionalmente y poco habladora, el autor de la cinta opta por un retrato psicológico introspectivo que consigue por momentos convertir cada secuencia del film en el mundo visto a través de los ojos de Ian Curtis. Toda la puesta en escena tiene como único fin conseguir que podamos conocer la ciudad, los pubs, la banda y su música; pero sobre todo el amor, desde el punto de vista de una mente atormentada aunque fascinante como la de Curtis. Se crea desde el comienzo una empatía con el protagonista que por momentos resulta espeluznante al observar como este va perdiendo el Control de su vida, desconectando cada vez mas de la realidad. Sam Riley interpreta de forma magistral el particular descenso a los infiernos del cantante, metiéndose en la piel de Ian Curtis hasta hacernos imposible saber a quién estamos viendo en pantalla.

A través de esta personal biografía, Anton Corbjin intenta hacernos comprender como la realidad puede resultar insoportable para algunas personas con una sensibilidad exacerbada. La gran sensación de autenticidad que transmite la cinta puede ser resultado en parte de que el guión está basado en el libro que escribió sobre él su esposa Deborah Curtis, Touching from a distance.

Al margen de discrepancias sobre la calidad del film, no se puede dudar de que nos encontramos ante cine de autor en estado puro que derrocha pasión por transmitir la esencia del cantante y libertad creadora en cada fotograma y para el que el director ha arriesgado todo su dinero, teniendo que poner de su bolsillo hasta 7 millones de euros ante la negativa de las productoras ha participar en una película en blanco y negro.

Una aplastante banda sonora (David Bowie, Sex Pistols, The Buzzcocks, Iggy Pop) acompaña eficazmente la historia, teniendo el interés y morbo añadido de que ha contado con la colaboración de New Order para la selección de temas (New Order fue la formación que continúo a la muerte de Curtis), teniendo momentos espectaculares en las actuaciones de la banda, de un realismo documental e interpretadas magistralmente por los propios actores consiguiendo un sonido idéntico al de la formación original.

Joy Division en directo (1979) – Transmission & She’s lost control

 

El director del film, Anton Corbjin, es un fotógrafo profesional de rock que ha trabajado con artistas de la talla de U2 o Depeche Mode. Con estos antecedentes, se busca encontrar una mayor calidad a nivel visual y Corbjin cumple con creces las expectativas. La fotografía cruda y aséptica, por momentos surrealista, es acompañada por un blanco y negro de textura granulada que exige de entrada un esfuerzo añadido del espectador y que acaba siendo uno de los mayores aciertos, pareciendo indispensable una vez que transcurre la película para retratar la lúgubre ciudad en la que creció y la frialdad emocional de su entorno familiar y social.

Los actores que interpretan al resto de miembros del grupo acompañan con sólidas interpretaciones al protagonista, caracterizados todos a la perfección en sus respectivos papeles y llamando la atención el excelente trabajo documental y artístico para elegir los locales en los que tocan y la estética de la banda. Mención aparte merece el gran trabajo de Samantha Morton (Acordes y Desacuerdos, de Woddy Allen), que interpreta a la mujer de Ian y el nuevo actor descubierto por Guy Ritchie, Toby Kebbell que aparece como personaje principal en Rock&Rolla, haciendo de manager de la banda.

En definitiva, una película durísima y valiente, aclamada en el Festival de Cannes, no apta para espectadores ávidos de un final feliz que sin duda nos dejará una huella profunda y que marcará un antes y un después en la experiencia de escuchar a Joy Division, convirtiéndolo en un placer musical extremo y en un viaje a las oscuridades mas profundas del ser humano.

Harpo