[Crítica] Arrástrame al infierno

arrastrame-al-infierno-posterPara la mayor parte del público Sam Raimi es el responsable de las películas de Spiderman. Un director de éxitos comerciales más. Pero para legiones de cinéfilos fans de la serie B, Raimi es el autor de varios de los grandes clásicos del cine gore: Evil dead (Terroríficamente muertos) y sus secuelas. Terroríficas, desagradables, cómicas e incluso ridículas, Arrástrame al infierno devuelve al director al género que le vio crecer.

El problema de Arrástrame al infierno es que la mayoría del público que ha atraído a los cines, desconoce lo que va a ver. Buscando la típica película de terror veraniega, se encuentran con bromas escatológicas, sustos continuos y un tipo de narrativa matemáticamente previsible. No es raro por tanto ver a gente marcharse de la sala a media película, con cara de pocos amigos.

Sin embargo, otro sector del público se ríe a carcajadas, aplaude al ver el nombre de Raimi y sonríe cuando los protagonistas hablan de pasar un fin de semana en una cabaña de madera en medio del bosque. Es a estos a los que encantará la película, no tan delirante como los Evil dead ni mucho menos, pero lo más cercano que podrá encontrarse en los cines.

Serie B, al estilo de la broma de Tarantino y Robert Rodríguez en Grindhouse, revitalizar este viejo y cutre género parece una nueva moda (Raimi prepara un nuevo proyecto sobre Evil dead). Los productores se frotarán las manos. Películas hiper baratas, con actores desconocidos y decorados muy simples que atraen a montones de espectadores informados, o no, de lo que van a ver. Solo queda anunciar el producto como lo que no es: trailers convenientemente maquillados para que parezcan un producto de terror para adolescentes y enganchen tanto a iniciados como a incautos.

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Lo que Raimi, Tarantino y compañía han olvidado es que las películas de serie B que tanto admiran, con las que crecieron y las que tratan de homenajear, eran en su día parte de un barato programa doble en el cine, o alquileres a 2×1 en videoclubs de VHS. Pero hoy en día, ir al cine a ver sus gracias cuesta al espectador en torno a 7 euros. La broma resulta simpática, pero con los tiempos que corren igual alguno no se lo toma tan bien. Sería justo volver a la máxima de: a película de serie B, precio de serie B.

Dicho esto, los fans del antiguo Raimi disfrutarán con la trama demoníaca, los momentos cómicos y la cantidad de fluidos asquerosos que vivos y muertos parecen incapaces de retener. Los que caigan por casualidad, se abochornarán con algunas secuencias ridículas y puede que se indignen con lo previsible de sustos y guión. Aunque se intente, resulta imposible hacer cine a gusto de todos.

Solo una cosa más: ¡¡¿pero dónde está Bruce Campbell?!!