Crítica Annabelle (2014), de John R. Leonetti
Uno no es devoto del cine de terror. De hecho no suele ir a las salas para disfrutar de ese género. Siempre ha esperado para verlo en su casa. Pero ayer fuimos a ver Annabelle (Jhon R. Leonetti, 2014) y tenemos que decir que pegamos unos cuantos botes sobre las butacas. Si da miedo o no, creo que es subjetivo, y no voy entrar en ello, pero que nos dejó enganchados al asiento y que el que escribe alguna vez cerró los ojos es objetivo. Que se escucharan comentarios desde las butacas al estilo de Yo me voy a mi casa (no precisamente porque les pareciera aburrida) y que en determinados momentos se escapara alguna palabra mal sonante por parte de los espectadores, lo mismo. En definitiva entretiene y asusta. Logra sus objetivos.
Ya he dicho que no soy devoto del cine de terror, pero fui a verla tras el éxito de Expediente Warren (James Wan, 2013). Un amante del cine terror me dijo cuando fue a ver The Conjuring, nombre con el que se estrenó en Estados Unidos, que no había pasado tanto miedo viendo una película de terror desde “El exorcista” (William Friedkin, 1973). Si luego, además, aquéllos que gustan de este género te dicen que merece la pena verla, si encima algunos famosos programas radiofónicos la alaban y si las críticas de la calle y los periódicos afirman que la película es buena, es que algo tiene. Servidor la vio en su casa, y quizás a tenor de tantas expectativas generadas, pues pasa lo que siempre pasa, que le ponen a uno una película que dicen que está muy bien y luego cuando la ve dice “que no es para tanto”. Por todo ello nos acercamos al cine a ver este Spin Off.
Fuimos con una expectativa escéptica: este tipo de historias no suelen ser exitosas y más en géneros de terror, donde las segundas partes pocas veces son buenas y las precuelas ya son para acólitos del género. Pero insistimos en lo que señalaba al principio: que asusta y pegas botes en tu butaca, cuando no te encojes y te quedas pegado en ella. Que lo más divertido es que, pese a ver en los trailers los momentos álgidos de la película y pese a saber más o menos lo que va a pasar, te sigues sorprendiendo igual.
En cuanto a película de estética de terror cumple con los patrones: banda sonora que te sumerge en las escenas, un equipo de sonido espectacular (lástima de sala y altavoces) y una buena dirección de fotografía que consigue un buen lenguaje audiovisual debido a la utilización de planos medios, primeros planos, cenitales; te quedas mirando la pantalla como si fuera un cuadro y estás esperando a que suceda algo. En ciertos momentos, y ante determinados planos, recordamos el clásico La semilla del diablo (Roman Polanski, 1968) y aunque la casa de apartamentos Palmeri de Pasadena no es el edificio Dakota de Nueva York, no puedes evitar hacer el odioso comparativo. Está claro que los directores beben uno de otros.
El empleo de imágenes de archivo como parte del metraje consigue una adecuada ambientación histórica así como hacer entender al espectador el porqué de la historia.
La propia muñeca en sí merece unas palabras: sí, recuerda a Chucky, no voy a decir nada nuevo. Creo que si hubieran cogido una muñeca similar a la original, tanto en Warren como en Annabelle, no habría dado tanto miedo y nadie se hubiera acercado a las salas, el efecto estético es fundamental en este género. Han sido poco originales y el diseño de la muñeca es muy similar al mítico asesino creado por Don Mancini en los 90. Hay que llenar el cine y dar miedo, y la muñeca original hubiera supuesto un esfuerzo intelectual para los guionistas que Hollywood no está dispuesto a hacer. Pero sí creo que se van a sorprender, porque, aunque son parecidos, no son iguales, y tendrán que ir al cine para saber qué les decimos.
Pero la película da miedo en otros aspectos y, si voy a ser muy tópico, es muy pesada, llega momentos que es tediosa, aburrida y bostezas, y en una película de terror no hay que bostezar. Es una película de 90 minutos y en ciertos momentos parece que estás viendo una película de 180. El guion está más sujeto a los impactos al espectador que al desarrollo argumental. Quieren que se sepa el origen de la muñeca Annabelle, pero también quieren que vayas a ver una película de terror. Han hilado mal el discurso narrativo y lo han hecho tan fácil que parece absurdo. Si amabas El Expediente Warren, puede que ames está película, pero también puede que consideres que sea una pérdida de tiempo. Es una película aceptable. No llega de lejos a ser El Expediente Warren, pero tus sustos te los metes.