Apuntes sobre el cine policíaco de los años 70

Harry Callaghan (Clint Eastwood)es sin duda el personaje más popular del cine policíaco. Su aparición a principios de los 70 produjo un escandalazo por su filosofía nihilista y amoral, colgándole a Eastwood el sambenito de ultraderechista, que tardaría tiempo en quitarse.

Al titulo inicial de Don Siegel, le seguirán otros cuatro controlados artísticamente por Eastwood, que delega la dirección, como le era habitual en aquellos tiempos, en subalternos de confianza. La serie ira perdiendo interés paulatinamente por los típicos paisajes urbanos y las tramas realistas, hasta desembocar en los dos títulos que la cierran, Impacto Súbito y La Lista negra, centrados ya en la figura emergente del psycho-killer.

Shaft (Richard Roundtree). Punta de lanza de la blaxplotation. Ídolo y ejemplo a seguir por la juventud negra mas deprimida socialmente: elegante y establecido socialmente (no es un policía sino un detective privado), no toma drogas y lleva pistola con licencia, zurra a los blancos y es deseado por las blancas.

Protagonista de una serie de tres títulos que lo llevaran desde el Harlem suburbial hasta el corazón de la arcadia perdida de los afroamericanos, en la delirante Shaft en África. John Singlenton rodó un remake estimable, pero mucho mas correcta políticamente, en los 90.

“Popeye” Doyle. Inadaptado, indisciplinado, alcohólico y mujeriego, y a pesar de todo inspirado en un personaje real. Probablemente el papel de Gene Hackman en su prolífica y dilatada carrera, el que le reporto su segundo oscar en 1972. William Friedkin (uno de los malditos del cine americano) revoluciono el cine negro al dotar a French Connection de una estética documentalista, y al tratar el tema del trafico de drogas con un rigor y objetividad desconocidos hasta entonces (y hasta ahora, por mas que nos intenten hacer tragar Traffic). Una secuela rodada dos años mas tarde por John Frankenheimer esta hoy prácticamente olvidada, al ser un producto de manufactura sólida, característica de su director, pero redundante y carente de la frescura y originalidad de su original.

John Wayne se sumara a la moda con dos títulos completamente prescindibles, McQ (1974) y Branigan (1975), en donde, sin tener un titulo relación con el otro, si interpreta a dos personajes similares cuando no idénticos: policias veteranos (al borde de la jubilación) curtidos en mil batallas, de vuelta de todo, que llegado el momento le traen al fresco su placa y su ley y se pone a aplicar su propia justicia. En el fondo remendos del Harry Callaghan que Wayne había rechazado interpretar años antes y pruebas de la desorientación que acuso su carrera tras las retiradas de sus alma mater, Hawks y Ford.

Pero la lista podría continuar. De forma mas estilizada Bullit, con Steve Mcqueen, o Charles Bronson y su serie de cinco entregas Death Wish (que en España fueron traducidas con los rimbombantes títulos de Yo soy la justicia o Justicia Salvaje entre otros, ¿recuerdan?). Incluso la moda llega hasta Europa: de Italia, siempre tan atenta a lo que llega de la América, surge el Sargento Nicola (interpretado por Fabio Testi) , en la peculiar El gran chantaje (1977).

Todos ellos, en definitiva. héroes (¿antihéroes?) violentos situados sobre la delgada línea que separa la legalidad de la ilegalidad, el bien del mal; defensores de la ley, con chapa o sin ella, que no dudan en saltarse las reglas de esta para acabar con un crimen con el que comparten métodos. En ocasiones, incluso, su motivación será aun más primaria: la venganza.

Una pequeña introducción histórica.

¿A que se debe este estallido de tiros, hemoglobina, persecuciones frenéticas, etc…? Una vez más el cine es reflejo de la sociedad que lo produce y lo demanda.

Años 70: en Estados Unidos, Kennedy y Luther King, depositarios de los sueños de toda una generación, han sido asesinados con la probable complicidad de altos estamentos oficiales; la guerra del Vietnam acaba, pero su inútil prolongación ha fracturado violentamente a la sociedad y a la opinión pública. En Europa también se marca el final de una época: De Gaulle reprime el espíritu de Mayo del 68 parisino, en Checoslovaquia la URSS hace también lo propio de una forma más violenta, mientras que en Italia, ante la alternancia de democristianos y socialistas en un corrupto sistema de poder, la izquierda más radical toma las armas: es el nacimiento de las Brigadas Rojas y grupos similares. Eso por no hablar de la mayor crisis energética de la historia de Occidente desde finales de la II Guerra Mundial o la derivación de los sueños lisérgicos en las pesadillas de la heroína.

Quizás un síntoma más evidente todavía se vea en el mundo del rock: la década se abre con la separación de los Beatles y las muertes de Hendrix y Janis Joplin, y se cerrara con el asesinato de John Lennon. Una década que parte de estas bases no puede llevar otro signo que no sea el del desencanto. TODOS LOS SUEÑOS SE HAN ACABADO: las flores de los hippies se han marchitado, la imaginación nunca estuvo más lejos del poder y a otros eslóganes similares (All you need is love) se les caen rápidamente los años encima.



Por supuesto, España queda más bien fuera de esta tesitura. Al fin y al cabo nuestros sueños son muchos más concretos (la caída de la dictadura) y se fructificaran a lo largo de esta década maldita. Tampoco nos engañemos: el desencanto tan solo se retarda unos años. Recordemos esas particulares revisiones del cine negro clásico que son El Crack y su secuela (ambas de José Luis Garci).

¿Qué hacer ante esta realidad evidente? Tal vez solo patalear y apretar los dientes con rabia. Aclaremos también que no es un comportamiento que afecte solo al cine de acción: valga como botón de muestra esa obra maestra infravolarada que es Fiebre del Sábado Noche, que contiene en un solo fotograma tanta realidad como toda la filmografía de Ken Loach; el retorno nostalgico a un estado prepubertad de la conciencia en American Graffitti o Grease y la acida obra teatral de Neil Simon (La extraña pareja, El prisionero de la Quinta Avenida) rápidamente asimilada por el celudoide. No hablemos ya del cine político (Costa-Gavras, Gian Maria Volonte), que se produce con especial virulencia en Italia.

No hay que desdeñar todas estas situaciones socio-políticas a la hora de analizar el cine policiaco de los años 70. No olvidemos que éste no deja de ser una rama más del árbol del cine negro, un genero especialmente delicado a la hora de reflejar los convulsos tiempos que le había tocado vivir, ya sea literariamente (Cosecha Roja de Hammet y las convulsiones obreras de los años 20 y 30) o de forma cinematográfica (que toma contacto, en los 50, con el Neorrealismo italiano).

Rasgos temáticos

La violencia, descarnada, excesiva y realista, que se emparenta directamente con los últimos coletazos del Western (Peckimpah, Leone o el ultimo Aldrich). No olvidemos que el Western, genero especialmente permeable al estado de animo yanqui, ya ha vivido su particular desencanto a raíz de la caza de brujas Mchartyana de mediados de los 50. El pacifismo y la palabra tomaron la alternativa en la década anterior, y su fracaso conduce a la eliminación de las medias tintas y a la cultura del ojo por ojo.

El individualismo. A menudo alguno de estos héroes ha sido tildado de fascista. Nada más alejado de la realidad. El fascismo, al igual que el comunismo, es una utopía colectiva, donde el individuo se confunde y se justifica en la solidez de una masa. Es violento, por supuesto, pero su violencia es ejercida por la mayoría hacia la minoría. Nuestros héroes (¿antihéroes?) son cazadores solitarios, lobos esteparios y lucidos que entran en conflicto con las normas morales de la sociedad a la que defienden.

El recelo hacia el Estado y sus tentáculos
(policía, sistema jurídico, etc…). El estado ya no es contemplado como un gran padre que provee de paz, pan y trabajo a sus hijos, sino como un ente represor, que suele cohabitar con el crimen y que dificulta la acción de la justicia. Resulta esclarecedor que el caso Watergate marque el ecuador de la década, y que esta sea vea salpicada por las acciones exteriores de la CIA y el espionaje continuo del FBI. Esta desconfianza instintiva se reflejara en títulos como Los tres días del cóndor (Sydney Pollack, 1975) o Todos los hombres del presidente (Alan J. Pakula, 1976).





Sensación de impotencia.
Pero al fin, la violencia solo conduce a una espiral destructiva sin termino. Nuestro héroe (¿antihéroe?) se enfrenta a un enemigo que le sobrepasa ampliamente en número y, en la mayor parte de las ocasiones, no conseguirá su objetivo (ejemplo: el final de French Connenction). Podrían entonar aquella queja amarga de Hamlet: “El mundo ha nacido fuera de quicio. Suerte maldita que haya nacido yo para enderezarlo”.

Un apunte iconográfico: los coches. Volvamos a los 60 y a dos películas (El Salvaje, Easy Rider) que en cierto modo abren y cierran, respectivamente, esa década: la sensación de libertad que produce la cara al viento, el nomadismo, la preferencia por los espacios abiertos, etc… Nuestros héroes se mueven en pesados coches americanos, se desenvuelven en un ambiente urbano que les es hostil, donde el horizonte forma parte de la memoria colectiva. En cierto modo, son prisioneros de su propia ciudad. Alejándonos del genero que tratamos, no es de extrañar que una de las películas más emblemáticas de la década sea Taxi Driver.

Estos, por citar tan solo unos pocos, son algunos de los rasgos fundamentales de este subgénero.

Hacia los ochenta.

Pero, ¿dónde quedo todo este estallido de rabia? Ante todo hay que tener en cuenta que en todo este magma social todo era valido y posible. Hoy, a principios del siglo XXI, cuando hemos alcanzado un punto elevado de control y vigilancia institucional sobre la sociedad, mucho de los productos de aquella época nos parecen hoy irrealizables.

El Reaganismo marca la historia norteamericana mas reciente, y por tanto también la nuestra (¡asumamos nuestra condición de colonia!). En realidad, el Reaganismo no es sino una cruzada (palabra de tétricas resonancias) para reconducir todo ese desorden social y político heredado de la década anterior. Ahora la violencia ya no es entendida como un comportamiento asocial, sino como un método licito para imponer un determinado sistema de valores. El emblema del cine Reaganista, de existir, seria Rambo (First Blood II).

La sociedad ya es adicta a la violencia en pantalla, pero en los 80 esa violencia queda vacía de cualquier tipo de contenido critico. No será ya ese reflejo indiscreto de la sociedad que le rodea, sino un vehículo vistoso para el desarrollo de una filosofía sencillona y mojigata.

Como buen ejemplo de este cambio de contexto podríamos reparar en un film como Night Hawks (Halcones de la noche), realizada en 1982. El policía interpretado por Sylvester Stallone responde una por una a las característica antes mencionadas, pero su confrontación con un malvado terrorista internacional (interpretado por Rutger Hauer) lo aparta del realismo cruento y descarnado de aquellos títulos, primando un tratamiento de la acción mas espectacular y un tratamiento de personajes considerablemente mas maniqueo.

La película plantea un debate (totalmente simplón) sobre los limites de la violencia que han de usar las fuerzas del orden en su lucha contra el mal. Sin embargo, esa maldad será ahora mas abstracta, con unos contornos menos precisos, sin casi ningún contacto con la realidad.

Además, la inclusión (con un mayor peso especifico) de la figura del “compañero” anuncia la plaga de “buddy movies” (películas de colegas) de la nueva década: Limite: 48 horas, Tango y Cash, Danko calor rojo, etc…. títulos, todos ellos, que se alejan de las reglas y los paisajes del cine negro para abrazar la comedia, y dar asi entrada a comicos mediocres de nuevo pelaje (Eddie Murphy, Jim Belushi…), será la época de oro de las producciones Joel Silver, es la época de Arma letal, La Jungla de Cristal, Cobra y demás subproductos. Como vemos, puros fuegos de artificio, violencia estilizada y coreografiada, destinada, además, a un publico adolescente cuya falta de rigor y de espíritu de critica es estremecedor.